—Entonces existe ese famoso deep You-feeling. No son rumores. Hay intercambios no legales. ¿Tú cómo reaccionaste?
—Cuando entendí que me estaba proponiendo participar en actividades al margen de la ley, sencillamente me levanté. Me ofendía que me hubiese podido plantear una cosa semejante. El Gerente también se levantó. Me siguió fuera con rapidez.
—¿Los empleados os vieron?
—Deben estar acostumbrados: nadie levantó la vista. El Gerente me alcanzó antes de que llegase al ascensor. Me repitió que era precisamente por eso que la remuneración era tan importante. «En tu caso, Momar, arrancaría como mínimo con los treinta mil euros que necesitas para ingresar a tu hijo». Añadió que era una pena que ya no hubiese sanidad pública y que los hospitales fuesen tan caros. Y cuando vio que yo seguía sin querer quedarme, dijo que dada mi circunstancia podría incluso recibir esos treinta mil euros el día mismo, nada más producirse el intercambio, y el resto se tarifaría después, en función de los servicios prestados. Yo le dije: «¡Estás enfermo!». Era lo que pensaba.
—¿Rechazaste su oferta?
—Con rotundidad. Como el ascensor ya había llegado, él insistió: «Piénsalo porque puede ser una oportunidad única, Momar. En cualquier caso, si lo reconsideras, esta es mi tarjeta. Llámame cuando quieras...». Yo ni siquiera le miré mientras se cerraban las puertas transparentes del ascensor.
—¿Cómo te sentías?
—Ofendido. No es la primera vez que me encuentro con gente dispuesta a aprovecharse de la miseria ajena. Pero en ningún momento llegué a considerar en serio la proposición. Mi madre nos ha educado de la manera más estricta a mí y a mis hermanos. En casa sabemos distinguir el bien del mal. Como negros, conocemos a la perfección el riesgo de cruzar la raya porque no podemos permitirnos el lujo tan fácilmente. En nuestros barrios, cuando crecemos, lo primero que hacen nuestros padres es explicarnos cómo comportarnos cuando nos para la policía. En el coche, nos enseñan que mostremos siempre las manos no sea que algún agente cobre miedo y dispare. O que pase como con Fernandino Ndong, al que un policía asfixió con la rodilla en el cuello. Ese tipo de detalles nos hacen ser muy conscientes de lo que significa romper la ley.
—Me alegro de que estés siendo tan sincero, Momar. Eso facilita mucho las cosas. Ahora presta atención a lo que te voy a hacer escuchar. Es una de las grabaciones que ha podido hacer a lo largo del último mes mi departamento al intervenir el teléfono de ese mismo Gerente que te acogió.
—... Por el momento no parece predispuesto para el Plus especial, pero esperemos unos días a ver qué pasa... Tengo la intuición de que acabará aceptando...
—¿Reconoces esa voz?
—Sí.
—Esa fue la llamada que hizo el lunes tres de junio a las once menos trece minutos de la mañana: justo después de que salieses. Una llamada a su cliente, el que estaba esperando poder ocupar un cuerpo como el tuyo. Todavía no hemos logrado identificarle. El número utilizado está encriptado. Corresponde a un aparato ilegal. No sabemos quién es, pero sabemos que reside en la capital.
—¿Por qué no lo desencriptáis?
—Con la Ley de Protección de Datos, no resulta tan sencillo. Tenemos autorización judicial para desencriptar la voz del Gerente, no así su interlocutor. Si el juez lo autoriza, vista la gravedad de los hechos, saldremos de dudas, y es posible que tengas ocasión de verle en algún careo. Pero por el momento lo que nos importa es desenmascarar las actividades paralegales de You-Feeling. Llevamos tiempo sospechando que existen, y tú eres la primera persona que se atreve a dar un testimonio claro al respecto. Los demás se asustan y es normal. A fin de cuentas, todas estas actividades se hacen con sus cuerpos. Su posición es muy delicada, dado que han consentido el intercambio. Legalmente es difícil no considerarlos cómplices. Además, todo el mundo sabe que You-feeling tiene medios para movilizar a un ejército de abogados. En el pasado han sido capaces de ganarle pleitos a las mayores empresas del planeta. Pero tú no tienes nada que perder, está claro. Volviendo al lunes, ¿después de aquello que hiciste?
—Estaba tan nervioso que al salir a la calle por las puertas giratorias que dan a Gran Vía me tropecé con alguien que subía por la acera y que me hizo un comentario feo. Escupió al suelo y musitó un insulto racista al que no hice caso.
—La gente está muy soliviantada con las revueltas. Este fin de semana volvieron a quemarse coches en los barrios del sur. Hubo tres policías heridos. La convivencia racial no pasa por su mejor momento. La muerte de Fernandino Ndong ha reabierto la herida, y eso pese a que el Gobierno hace todo lo que está en su mano para calmar las aguas.
—Ya lo sé. Y por eso no se lo echo en cara individualmente a nadie. Nunca lo he hecho. Pero es difícil sufrirlo en propia piel y no sentirlo como una injusticia. Ser minoría étnica en España sigue siendo complicado. Y más desde que está gobernando la extrema derecha.
—Volvamos a la Gran Vía. Sigue con tu relato.
—A esas horas la gente se apresuraba por la acera. El termómetro más cercano marcaba los treinta y cuatro grados. Llevábamos muchos días con calor de verano, y en cuanto salías a la calle se notaba lo bien que se está con aire acondicionado en el interior de la sede comercial de You-feeling. El sol te caía encima a plomo.
—¿Y ya te fuiste? ¿No volviste a contactar con el Gerente?
—No. Yo estaba convencido de que no volvería jamás a You-feeling. Y no lo hice.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Muéstrele la imagen en su videófono, inspectora, por favor.
—¿Eso qué es?
—Una imagen capturada por las cámaras que rodean el local de intercambio de cuerpos de You-feeling en el barrio de Campamento. Si te fijas en la fecha, es de ayer: miércoles diecinueve de junio, dieciocho horas cincuenta y cinco minutos. Todo irá mejor si sigues contando la verdad, Momar. ¿Quieres que te enseñemos otra vez las imágenes?
—No hace falta. Es muy sencillo de aclarar. Puedo explicarlo todo.
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