—Todo eso ya me lo explicó la inspectora. Sé a lo que me enfrento. He dicho que soy un hombre.
—Entonces, empecemos por lo que no nos has dicho. Yo formo parte del equipo del Cuerpo que lleva meses investigando a la empresa You-feeling cuya sede principal está donde se instalan la mayoría de las grandes empresas que aterrizan en la capital: la Gran Vía, pleno centro. Resulta que estuve allí hace diecisiete días, exactamente el lunes tres de junio, y da la casualidad de que esa mañana te reconocí entre una decena de personas que aguardaban en la sala de espera. ¿Recuerdas haber hablado conmigo?
—Puede ser.
—”Puede ser” no es una respuesta.
—Yo estaba entre un montón de extraños. Fuiste la única persona que se me acercó. Jamás se me hubiese ocurrido, con ese pelo azul eléctrico, bluyín rasgado y camiseta desteñida, que fueses policía.
—Los agentes encubiertos nos caracterizamos por saber camuflarnos. ¿Te importaría explicar por qué estabas en la sede de You-Feeling ese lunes tres de junio?
—¿Es absolutamente imprescindible?
—No, pero sería una gran ayuda. Y una declaración completa y sincera esta vez evitaría que tuviésemos que volver a interrogarte de nuevo. Va en tu interés.
—Llevo demasiadas semanas con un problema importante en casa, como expliqué a la inspectora en mi anterior declaración. Mi único hijo está gravemente enfermo. Necesito dinero para ingresarlo en el hospital. Por desgracia, la sanidad pública hace tiempo que dejó de funcionar. Ahora mismo en este país la mayoría de los centros médicos son privados. Aquí nadie tiene reparos en arrancarte los hígados en cuanto pisas un hospital. Mi hijo tiene leucemia. Yo necesitaba treinta mil euros para poder ingresarlo. Creo que no hace falta explicar más.
—¿Y no tenías esos treinta mil euros?
—¿Cómo voy a tener yo treinta mil euros? No me hagáis reír. Si los tuviera, no estaría aquí. Soy albañil. Mi jornada da para lo que da.
—Eres albañil, pero has estudiado dos años de Sociología.
—Estudié hasta que dejé embarazada a Tsitsi. Después me casé y me puse a trabajar. De todas formas, tampoco habría encontrado trabajo como sociólogo, lo sabéis perfectamente.
—¿Tu mujer no trabaja?
—Antes limpiaba algunas casas, traía algún dinero. Pero desde que el niño está con la enfermedad tan avanzada, y visto que no nos lo cogen en ningún hospital, ha tenido que dejar de trabajar para dedicarse todo el día a cuidarlo. Y luego el alquiler de nuestro piso en Villaverde se lleva la mitad de mi salario. El resto es para comida.
—¿No tienes más familia en España?
—Poca. En Madrid, mi madre, que vive en el edificio de enfrente. Mi padre murió. Mi madre estuvo a punto de volverse a Senegal, pero al final se quedó aquí por mis hermanos, con los que vive. También lo expliqué antes. A los dos los detuvieron en la manifestación del mes pasado. Protestando contra la violencia policial. Desde entonces, siguen en prisión preventiva. Bastantes problemas tienen sus esposas y sus hijos con eso como para ocuparse de nosotros.
—¿Es en esa tesitura cuando entras en contacto con You-feeling?
—Como necesitaba ese dinero, vi una mañana un anuncio de You-feeling en los televisores del Metro. Entendí que ofrecían retribuciones atractivas por cuerpos anfitriones y decidí acercarme.
—¿Y sabías lo que era esa empresa?
—Vagamente. He visto anuncios, porque está en todas partes: en los paneles de publicidad de las autopistas, las pantallas gratuitas de las plazas, en los móviles... A todos nos suena You-feeling. Es una de las empresas más grandes del mundo. Su nombre tiene el mismo aura que Coca-Cola o Amazon. Durante el día busqué por Internet las opiniones de gente que ya había vivido la experiencia. Todos aseguraban que era una compañía seria. Por la noche me metí en la página web de You-feeling. Había que rellenar un formulario de aplicación y lo hice.
—¿Qué pedían en el formulario?
—Las razones por las cuales nos interesaba ser cuerpos anfitriones. Luego datos personales y detalles concretos sobre el estado físico: edad, peso, altura, anchura de hombros, perímetro ventral, color de ojos, cicatrices, estado de forma, horas semanales de entrenamiento deportivo, hábitos alimentarios, situación laboral, y un extracto de la cuenta bancaria con los movimientos de los últimos tres meses. Era bastante exhaustivo. Supongo que es lógico tratándose de un negocio así. Además, yo no tengo nada que esconder.
—¿Rellenaste el formulario completo?
—Entero. De principio a fin.
—¿Y firmaste la cláusula de confidencialidad?
—La firmé, desde luego. No se puede tramitar la demanda si no se accede a las cláusulas de confidencialidad.
—¿Qué respuesta obtuviste?
—A las pocas horas recibí por correo electrónico una cita telemática para el lunes a las diez de la mañana en el edificio de Gran Vía.
—Que fue adonde acudiste y donde te vi ese lunes tres de junio.
—Era la cita acordada. Yo era la primera vez que entraba en la sede comercial de You-feeling. Me pareció espectacular. Ya resulta hipnotizante desde fuera, cuando uno ve las gigantescas pantallas que cubren la fachada, que no hacen más que emitir publicidad de la empresa... Y por dentro es igual de espectacular, aunque de otra manera. El amarillo de las paredes te emborracha la vista. Alguien me contó una vez que el amarillo es el color de los locos, y es verdad que tienes la impresión de estar viviendo un sueño lisérgico. En recepción, me dijeron que esperara en la sala con los demás. Me senté junto a una decena de personas al pie de una pantalla que cubría toda la pared y que emitía en bucle la misma publicidad.
»Es imposible no quedarse con ello: «¿Necesitas refrescar tu existencia? You-feeling es la experiencia absoluta. Olvida tu viejo yo y disfruta durante unos días las sensaciones inolvidables de tener un cuerpo virgen. ¡Tú eliges quién quieres ser!». En la publi, un matrimonio entra en You-feeling con gesto contrariado. La voz en off dice: «Antes se llevaban a matar. Ahora, gracias a You-feeling... », y los ves saliendo cogidos de la mano por las puertas rotativas de Gran Vía. Los dos, con dentadura perfecta y aspecto de bien alimentados, se besan idílicamente. Saludan mientras que la misma voz con acento de presentadora de la Televisión Estatal dice que han aprendido a empatizar y se adoran. El anuncio termina con el eslogan de la empresa: «Se acabó la guerra de sexos, la guerra de clases, adiós a la xenofobia. You-feeling te abre la mente. Empatía, ese es nuestro producto». Os puedo decir que después de verlo en bucle durante media hora se te queda grabado.
—¿Recuerdas el tipo de gente que había?
—Te habrás dado cuenta mejor tú. Yo estaba demasiado concentrado en mis problemas como para observar a nadie. Lo único que sé es que no había nadie de color. Si acaso, una pareja de orientales. El resto me dio la impresión de ser gente trabajadora, españoles normales. El lunes es el día de la experiencia Plus. Supongo que eran gente necesitada como yo. A uno que era votante de Vox se le notaba porque llevaba la banderita estatal en el polo y en la visera. Se han venido arriba desde que están en el Gobierno. Había alguna pareja, no muchas. Alguno me miró mal como se nos está mirando mal a causa de las revueltas. Pero estoy acostumbrado.
—¿Qué pensaste cuando me viste?
—No sabía que fueses policía. Pero sí me fijé, por el pelo teñido de azul cobalto y porque a diferencia de otras mujeres blancas, no rehuías mi mirada. Encima, te sentaste a mi lado en uno de los largos sofás de piel sintética, muy confortables y ergonómicos. Mientras manoseabas un pitillo electrónico me preguntaste si yo también estaba ahí para la experiencia You-feeling Plus. No recuerdo qué contesté.
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