Eduardo Garzón Espinosa - La otra economía que NO nos quieren contar

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La Teoría Monetaria Moderna es un enfoque económico de reciente surgimiento y todavía poco conocido, pero que está de moda en el ámbito académico y político, y que sin duda ganará mucha más importancia en el futuro por lo rompedor y polémico que resulta. De hecho, hay muchos economistas que creen que se convertirá en el nuevo paradigma económico de la siguiente generación.
Caricaturizada por unos y exagerada por otros, el presente libro pretende explicar con rigor, pero también con mucha claridad y sencillez, cuáles son sus propuestas, que permitirán abandonar muchos de los mitos que la teoría económica convencional instaló en nuestras mentes hace tiempo: «la austeridad es necesaria para que las cuentas públicas se saneen», «el Estado tiene que recaudar impuestos para poder realizar sus gastos», «el envejecimiento de la población pone en riesgo nuestras pensiones públicas»…
La izquierda siempre se enfrenta a la siguiente pregunta: ¿de dónde obtenemos el dinero para pagar las políticas que necesitamos? Y siempre acaba enfrascada en debates sobre aumentos de impuestos a las grandes fortunas o sobre la lucha contra el fraude fiscal, unos debates que suelen ser callejones sin salida en un mundo globalizado. Frente a ello, la Teoría Monetaria Moderna da una respuesta muy sólida y solvente, y permite proyectar y defender la aplicación de políticas transformadoras sin ningún tipo de complejo ni de inseguridades.
Sin duda una teoría polémica. Pero, para opinar y debatir, lo primero es estar bien informado.

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La clave de esta visión radica en que el dinero no se aceptaría de forma generalizada por el valor que tenía el material del que estaba hecho (como se desprende de la visión dinero-mercancía), sino por la utilidad que tenía este al pagar los impuestos que exigían las autoridades –el Estado–. Pagar impuestos tenía valor en sí mismo, porque no hacerlo te enfrentaba a penas de multa, de prisión o incluso de esclavitud. Si la gente quería vivir en paz, no le quedaba más remedio que pagar esos impuestos, que al principio eran en especie pero que luego fueron nominados en unidades de cuenta abstractas como las silas o los deben. Así que, para disponer de esas unidades de cuenta, la gente tenía que trabajar para las autoridades o producir algo que luego pudiese venderse por dicho dinero. En otras palabras: la gente aceptaba usar el dinero creado por las autoridades porque lo necesitaba para pagar los impuestos nominados en dicho dinero y porque también les resultaba útil para adquirir otros bienes y servicios (¡a personas que también tenían que pagar esos impuestos!).

Esta visión tributaria del dinero se la debemos a la escuela historicista alemana, pero especialmente al economista alemán Georg Friedich Knapp, quien en 1905 explicó cómo prácticamente todas las formas de dinero de la historia habían sido creadas por un Estado o una autoridad gracias a su monopolio de la violencia y a su capacidad de imponer tributos, contraviniendo así la visión evolutiva del dinero de Carl Menger (que recordemos que considera que el dinero fue un resultado natural de las fuerzas de mercado) y dando origen al término chartalismo. Para Knapp, el dinero no es una criatura del mercado, sino una criatura del Estado[3].

Esta concepción chartalista del dinero ha sido perfilada y perfeccionada por economistas como Abba Lerner[4], Charles Good­hart[5] y Randall Wray[6], dando lugar a lo que algunos han denominado neochartalismo, que sería la visión que tiene la TMM sobre el dinero del Estado. Acorde a esta visión, para que este dinero aparezca y sea aceptado, el Estado tiene que llevar a cabo tres pasos:

1) Primero, tiene que crear o elegir una unidad de cuenta abstracta (como las silas, los deben, las libras, los euros o los segundos de tiempo como en la película In Time…) para medir pagos y transacciones.

2) Segundo, tiene que elegir los objetos monetarios que representan cantidades de esas unidades de cuenta (tablillas de arcilla, monedas, billetes, saldos en cuentas bancarias…).

3) Tercero, tiene que imponer obligaciones tributarias a la población en esa unidad de cuenta, que podrán ser satisfechas entregando dichos objetos monetarios.

A partir de ahí, la gente tendría que ponerse manos a la obra para obtener dichos objetos monetarios, pagar con ellos los impuestos y evitar así sanciones legales. Esto conllevaría asimismo que la gente se intercambiase productos y realizase pagos entre sí con esos objetos monetarios, ya que siempre tendrían utilidad porque continuamente tendrían que pagar impuestos con ellos. Por otro lado, el resultado de esta operativa sería que la gente produciría más bienes y servicios, llegando muchos de ellos a las manos de las autoridades correspondientes.

De hecho, ha habido experiencias en la historia donde esto se ha visto de una forma muy cristalina. Por ejemplo, el famoso antropólogo Karl Polanyi explicó cómo los Estados europeos que colonizaron África en el siglo xix exigían a las tribus sometidas pagar impuestos en su moneda para obligar a su población a trabajar[7]. Evidentemente, lo que buscaban estos Estados no era recibir unas monedas que ellos mismos creaban, sino, como hemos dicho, poner a trabajar a esa población; si no lo hacía, esta no podría pagar esos impuestos y además se enfrentaría a duros castigos. Otros autores como James White[8] o Peer Vries[9] señalan que algo parecido ocurrió en los primeros años de la Unión Soviética y de la China de Mao, donde los impuestos habrían sido utilizados para obligar a los campesinos a abandonar el campo y trabajar en la industria pesada de las ciudades[10].

En cualquier caso, lo que interesa destacar es que, según esta visión chartalista, los impuestos no se crearon para recaudar dinero, sino para recolectar bienes y servicios. Al fin y al cabo… ¿qué sentido tendría que las autoridades exigieran el pago de unas tablillas de arcilla que ellas mismas creaban? Su objetivo no era acumular tablillas de arcilla, sino obligar a la gente a producir bienes y servicios en su favor. Por lo tanto, los impuestos no eran un mecanismo de financiación, sino un mecanismo de transferencia de recursos reales desde los ciudadanos hacia las autoridades.

Pero no se trata sólo de un hecho histórico: ocurre lo mismo en los Estados modernos, como veremos con más detalle en próximos capítulos. Baste de momento tener en cuenta que los sistemas tributarios actuales permiten que el sector público absorba recursos reales del sector privado (mano de obra, materiales, suministro energético, etc.), para luego redistribuirlos de vuelta al mismo sector, pero de una manera más equitativa en forma de infraestructuras, educación, sanidad, investigación, desarrollo y cualquier otra prestación que se haya habilitado. El papel de los impuestos en las modernas economías de mercado sigue siendo el mismo que en tiempos ancestrales: transferir recursos reales hacia el Estado, para que este los vuelva a redistribuir. Antiguamente era en aras de la concentración de poder, de la colonización y del esclavismo, pero en tiempos recientes suele ser en aras de la equidad y de la justicia.

En definitiva, la TMM se apoya en los postulados chartalistas para señalar que el dinero fue una creación del Estado para facilitar y multiplicar la transferencia de recursos reales de los ciudadanos a las autoridades. Es la utilización del monopolio de la violencia a través de impuestos lo que da valor al dinero del Estado y también lo que impulsa la producción de bienes y servicios en el sector no estatal. En el próximo capítulo profundizaremos en estas y otras funciones que tienen los impuestos de acuerdo con la TMM.

[1]H. D. Macleod, The Theory of Credit, Londres y Nueva York, Longmans, Green, and Co., 1889-1891, p. 57.

[2]G. Simmel, The Philosophy of Money, [1900], Londres, Routledge, 1907, pp. 177-178 [ed. cast. Filosofía del dinero, trad. Ramón Cotarelo, Madrid, Capitán Swing, 2013].

[3]G. F. Knapp, The State Theory of Money [1905], Londres, MacMillan & Company Limited, 1924.

[4]A. Lerner, «Money as a Creature of the State», The American Economic Review 37, 2 (1947), pp. 312-317.

[5]C. A. E. Goodhart, «The two concepts of money: implications for the analysis of optimal currency areas», European Journal of Political Economy 14 (1998), pp. 407-432.

[6]L. R. Wray, Modern Money Theory: A Primer on Macroeconomics for Sovereign Monetary Systems, Londres, Palgrave Macmillan, 2012.

[7]K. Polanyi, The Livelihood of Man, Nueva York, Academic Press, 1977. [ed. cast.: El sustento del hombre, trad. Ester Gómez Parro, Madrid, Capitán Swing, 2009].

[8]J. D. White, Karl Marx and the intellectual origins of dialectical materialism, Londres, Macmillan, 1996.

[9]P. H. H. Vries, «Governing growth: A comparative analysis of the role of the state in the rise of the West», Journal of World History 13, 1 (2002), pp. 67-138.

[10]Para una revisión detallada de este tipo de experiencias véase M. Forstater, «Taxation and primitive accumulation: the case of colonial Africa», Research in Political Economy 22 (2005), pp. 51-65.

IV

Los impuestos no financian los gastos públicos

Ya hemos visto cómo los Estados pueden lograr que el dinero que crean de la nada sea aceptado por la población de su territorio gracias a la exigencia de impuestos. En este capítulo vamos a profundizar sobre ello y a explorar cuál es exactamente el papel de los impuestos en cualquier economía.

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