[2]Véase, por ejemplo, el capítulo III de El capital de Karl Marx, «El dinero, o la circulación de mercancías».
[3]A. Mitchell-Innes «What is money», en L. R. Wray (ed.), Credit and State Theories of Money [1913], Cheltenham, Edward Elgar, 2004, pp. 14-49. Disponible en [http://eduardogarzon.net/wp-content/uploads/2020/11/Arti%CC%81culosInnes.pdf].
II
¿Cuándo y cómo se inventó el dinero?
Ya hemos explorado qué visión del dinero tiene la Teoría Monetaria Moderna y en qué se diferencia de la visión convencional. En este capítulo haremos algo parecido pero con la interpretación que tiene sobre el origen del dinero, aspecto sobre el que también hay diferencias radicales con respecto a las creencias convencionales, y que nos ayudará a entender adecuadamente los planteamientos de la TMM.
La teoría más extendida sobre el origen del dinero nos habla de que las sociedades primitivas utilizaban el mecanismo del trueque en sus transacciones; es decir, que intercambiaban unos productos por otros. Si, por ejemplo, alguien necesitaba leña, podía obtenerla a cambio de entregar una cantidad de trigo. Pero esta práctica resultaba muy incómoda y engorrosa porque implicaba transportar productos pesados, que eran difícilmente divisibles y mensurables, y cuyo valor además variaba a lo largo del tiempo. Para superar estas dificultades, se decidió utilizar una única mercancía que fuese más manejable para que funcionase de equivalente común para todos los demás; así se inventó el dinero. De esta forma, si se decidía que ese producto equivalente era la sal, entonces quien necesitara madera sólo podría obtenerla intercambiándola por este producto. Si tenía trigo, tendría primero que cambiarlo por sal y luego cambiar la sal por la madera. Al ser la sal fácilmente transportable, divisible y mensurable, las dificultades antes mencionadas se reducían y mejoraban, y aumentaban los intercambios. Al principio eran sales, conchas, ganado… pero luego se acabaron utilizando metales preciosos como la plata y finalmente el oro, que presentaba las mejores propiedades intrínsecas para ello. El economista William Stanley Jevons identificó siete cualidades ideales del oro: utilidad y valor, portabilidad, indestructibilidad, homogeneidad, divisibilidad, estabilidad de valor y distinguible[1].
Este proceso de ir escogiendo cada vez un mejor producto que sirviese como dinero, habría sido lento y gradual, y no habría estado dirigido por ninguna autoridad, sino que habría ido surgiendo de manera natural entre los individuos; cuando veían que alguien utilizaba un nuevo producto que resultaba más útil como dinero que el anterior, simplemente lo copiaban, hasta que se generalizaba en toda la sociedad. Este proceso evolutivo fue explicado con bastante detenimiento por el economista Carl Menger[2].
Hasta aquí la historia más conocida. Pero la TMM la rechaza por completo. ¿Por qué? Pues porque considera que no tiene ninguna base científica. Lo cierto es que esto es algo que reconocía hasta el propio Carl Menger, pues señalaba que su explicación no estaba basada en la evidencia empírica sino en el razonamiento lógico. Probablemente no era culpa suya, ya que en 1892 todavía se sabía muy poco de las comunidades primitivas. Pero, gracias a las investigaciones arqueológicas, antropológicas y numismáticas del siglo xx, se descubrió, por un lado, que en los yacimientos urbanos primitivos nunca se había encontrado ningún espacio para realizar trueques y, por otro, que las relaciones humanas por entonces se basaban más en lo colectivo y lo solidario que en el intercambio individual[3]. El famoso antropólogo David Graeber lo resume así: «Si una persona le decía a otra “Eh, bonita vaca”, el otro le contestaba: “¿Te gusta? Pues llévatela”. Ahora le debes una vaca a tu vecino»[4]. No había intercambio.
Todo esto ha llevado a muchos antropólogos a rechazar por completo la idea de que las sociedades de entonces utilizaban el trueque. De hecho, una de las antropólogas más reputadas, Caroline Humphrey, lo expresó de la siguiente forma: «nunca se ha hallado un solo ejemplo de economía basada en el trueque puro y simple, y mucho menos de sociedad donde el dinero haya emergido a partir de él; toda la etnografía disponible sugiere que jamás ha existido tal cosa»[5]. Aunque, como veremos en el capítulo 5, estos antropólogos sí que reconocen que quizá el trueque se utilizó, pero sólo puntualmente y en todo caso con pueblos de culturas diferentes, pero ni mucho menos de forma generalizada.
Entonces, ¿cuál es la explicación de los antropólogos para el origen del dinero? Pues que el dinero no fue nunca un objeto, sino una magnitud que inventaron los burócratas en los templos y palacios de Sumeria, a partir del cuarto milenio antes de nuestra era, para poder medir las transacciones y pagos que tenían lugar en su seno. Esto ocurrió también, prácticamente a la vez, en Egipto, y más tarde, pero de forma independiente, en la región de China y en los Andes por parte de una cultura antecesora del Imperio inca[6]. Aquellas comunidades estaban regidas por una elite gobernante, muy vinculada a la religión, que se encargaba de centralizar los recursos más importantes de su territorio a través de tributos para luego volver a distribuirlos entre sus habitantes en función de decisiones políticas[7].
Pero los productos recolectados eran muy variados y necesitaban alguna manera de compararlos para exigir tributos o realizar pagos de forma equitativa independientemente del tipo que fueran. Entonces las autoridades sumerias idearon el sila, una unidad de medida que equivalía a un litro de cebada aproximadamente, el alimento por excelencia de la época y región. En Egipto las autoridades hicieron lo propio e idearon el deben, otra unidad de medida que equivalía a 92 gramos de trigo. Y otorgaron precios al resto de productos en función de estas silas y de estos deben.[8] Así le podían exigir a otra tribu el mismo valor, aunque se estuviesen entregando productos diversos, porque todos se medían en la misma unidad. Estas equivalencias fueron cambiando con el paso del tiempo, pero siempre al dictado de la elite[9].
Para dejar constancia de cuánto se recolectaba y de cuánto se pagaba (y evitar que nadie pagara o recibiera algo más de una vez) se decidió anotar por escrito todas las transacciones realizadas en tablillas de arcilla cocida. Este fue el momento en el que se inventó la escritura, concretamente la cuneiforme en Sumeria y la jeroglífica en Egipto.
Una de las primeras tablillas de arcilla que se han encontrado en la región de la antigua Sumeria reza lo siguiente: «un total de 29.086 medidas de cebada se recibieron a lo largo de 37 meses. Firmado, Kushim»[10]. El tal Kushim sería un escriba de estos templos y palacios encargado de gestionar los recursos. La unidad de medida se referenciaba en la cebada, pero no solamente se pagaba cebada, sino muchos otros productos como legumbres, hortalizas, frutas, pieles, madera… La prueba de que esto ocurría así es que hay registros de que a los capataces se les pagaba hasta 5.000 silas mensuales, y ni el más hambriento del mundo podría comer 5.000 litros de cebada en un mes, por lo que las silas restantes podían cobrarse en otros artículos.
De esta forma, si un escriba de un templo entregaba a un capataz una tablilla de arcilla en la que venía recogido su derecho a cobrar 5.000 silas por su trabajo, este podía: 1) directamente obtener 5.000 litros de cebada entregando la tablilla al templo o 2) recibir a cambio productos diferentes de la cebada por valor de 5.000. Como veremos en el próximo capítulo, estas tablillas de arcilla acabaron siendo aceptadas fuera de los templos y los palacios, de forma que dichas tablillas se convirtieron en el medio de pago y de intercambio de la época. Pero no nos adelantemos.
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