Si recordamos lo que vimos en el anterior capítulo, nos daremos cuenta de que lo importante aquí no era la mercancía o material que se utilizaban para contabilizar y facilitar las transacciones, sino el sistema de medida que se establecía; algo que es una invención abstracta, no material. Las autoridades sumerias podrían haber escrito todo eso en cualquier parte; lo hicieron en tablillas de arcilla porque les resultaba cómodo, barato, eran difíciles de falsificar y perduraban mucho. Más tarde lo harían en metales preciosos, creando así las monedas, y ya en tiempos mucho más recientes lo pasaron a hacer en billetes, en cheques y en cuentas bancarias electrónicas. Si los pueblos antiguos hubiesen tenido la tecnología para hacer pagos electrónicos que no implicasen el intercambio de cosas físicas, se habrían ahorrado todo ese berenjenal. Pero no la tenían. La clave de este asunto es entender que el objeto no importa en absoluto, lo único que importa es el sistema de medida que se establezca.
Otra clave de todo esto pasa por entender que el hecho de utilizar un producto como dinero no fue una decisión espontánea y natural de los individuos libres (como reza la visión convencional), sino que fue una decisión autoritaria impuesta por los gobernantes en los templos y palacios que luego se acabó extendiendo al resto de la ciudad. Como se puede ver, esta concepción supone un cambio drástico con respecto a la perspectiva individualista del dinero como mercancía: el dinero no sería una innovación surgida de forma descentralizada y al calor de las fuerzas del mercado para superar los impedimentos del trueque, sino un constructo social y centralizado, y una práctica social compleja que incluiría relaciones de poder y clase.
Hasta aquí hemos abordado la visión que adopta la TMM sobre la naturaleza y el origen del dinero. En el próximo capítulo veremos cómo lograron estas autoridades que su dinero acabase siendo utilizado por todo el mundo.
[1]S. Jevons, Money and the mechanism of exchange, Nueva York, D. Appleton and Company, 1875.
[2]C. Menger, «The origin of money», The Economic Journal, junio de 1892. Disponible en castellano en [ http://www.instint.edu.uy/descargas/e%20books%20textos/EL%20ORIGEN%20DEL%20DINERO.pdf].
[3]G. W. Gardiner, «The Primacy of Trade Debts in the Development of Money», en Wray (ed.), Credit and State Theories of Money, cit., pp. 128-172; K. Polanyi, Primitive, Archaic, and Modern Economies: Essays of Karl Polanyi, ed. George Dalton, Nueva York, Anchor Books, 1975.
[4]Extraído de una entrevista a David Graeber sobre su libro Deuda: los primeros 5.000 años, en [https://rebelion.org/que-es-la-deuda/], último acceso el 14 de abril de 2021.
[5]C. Humphrey, «Barter and Economic Disintegration», Man, New Series 20, 1, 1985, p. 48.
[6]M. Hudson, «The Archaeology of Money: Debt versus Barter Theories of Money’s Origins», en Wray (ed.), Credit and State Theories of Money, cit., pp. 99-127.
[7]P. Grierson, The Origins of Money, Londres, The Athlone Press, 1977.
[8]J. F. Henry, «The Social Origins of Money: The Case of Egypt», en Wray (ed.), Credit and State Theories of Money, cit., pp. 79-98.
[9]E. Garzón, «The origin of money from the money-debt approach», Iberian Journal of the History of Economic Thought 6, 1 (2019), pp. 37-54.
[10]Y. N. Harari, Sapiens: de animales a dioses, Barcelona, Debate, 2019, p. 143.
III
El dinero es una criatura del Estado
En el capítulo anterior hemos explorado la interpretación que tiene la Teoría Monetaria Moderna sobre el origen del dinero. Básicamente este hito habría tenido lugar en el cuarto milenio antes de nuestra era en la antigua Sumeria y en Egipto, y se habría manifestado como un invento de las autoridades para contabilizar los recursos que recolectaban y distribuían desde los templos y palacios. En este capítulo veremos cómo esa versión primigenia del dinero, materializado en tablillas de arcilla cocida, acabó utilizándose de forma generalizada en el resto de las actividades económicas y pareciéndose así mucho más al dinero que hoy día conocemos.
Recordemos que las tablillas de arcilla que pagaban los templos y palacios de Sumeria a sus empleados otorgaban el derecho a cobrar una determinada cantidad de silas. Ya comentamos que podían cobrarse las silas en cebada o en otros productos entregando la tablilla, pero es que, además, podían ir al mercado de la ciudad y obtener, por ejemplo, uvas a cambio de las silas que les sobraban. Pero para eso el vendedor de uvas tenía que querer las silas representadas en la tablilla.
¿Y por qué iba a quererlas? Pues por dos motivos. Uno, porque, ya con la tablilla en su poder, podría ir al templo y cobrar él las silas, en cebada o en otro recurso que tuvieran allí, ya que entregar esa tablilla otorgaba ese derecho. Dos, porque el vendedor de uvas era un habitante más de la civilización sumeria y, por lo tanto, también tenía que contribuir al mantenimiento de los esfuerzos bélicos, el orden y la justicia que gestionaban las autoridades de los templos y palacios, y eso lo hacía pagando tributos con cualquier cosa de valor que tuviera. Una de esas cosas de valor era precisamente la tablilla de arcilla, porque, como hemos mencionado, otorgaba el derecho a cobrar cebada u otro recurso del templo. El vendedor de uvas, en vez de entregar a las autoridades uvas u otra cosa, pagaba su tributo extinguiendo su derecho a cobrar sus silas. De esta forma las autoridades salían ganando, porque se ahorraban pagar la cantidad de cebada y otros productos a la que se habían comprometido. Al fin y al cabo, tiene el mismo efecto ganar diez silas que no perder diez silas.
Ahora los gobernantes no sólo aceptaban como pago de tributo los recursos reales (sales, ganado, madera, pieles, etc.) que siempre habían entregado los habitantes, sino que también aceptaban las silas que esos mismos gobernantes creaban y materializaban en tablillas de arcilla. Así que estas tablillas pasaron a tener valor para todo el mundo, porque todos las podían utilizar para pagar los impuestos que exigían las autoridades y asimismo para comprar otros productos, puesto que sus vendedores también tenían que pagar impuestos en los templos y palacios.
Así fue como se pasó de un dinero que sólo servía para contabilizar las operaciones que tenían lugar en los templos y palacios a un dinero de uso generalizado que se utilizaba en el resto de ámbitos de la civilización, desde intercambios mercantiles hasta pagos puntuales de todo tipo. La tablilla de arcilla se convirtió en un objeto monetario, función que dos milenios más tarde pasarían a desempeñar las monedas de metales preciosos.
Ahora se debería entender mejor por qué el dinero es visto como crédito o como deuda. El dinero es una deuda del Estado y un crédito para los ciudadanos. Quien trabaje para el Estado es recompensado con crédito que luego podrá gastar tanto en el Estado como en el resto de la sociedad, porque este impone por la fuerza la utilización de su dinero. Así, toda la sociedad se vuelve deudora de la persona que disponga dinero. El economista escocés Henry Dunning Macleod expresó esta idea en el siglo xix con estas palabras: «el dinero es simplemente el derecho a exigir un bien o un servicio a otra persona»[1]. Por su parte, el sociólogo Georg Simmel resumió esta idea aún más a principios del siglo xx: «el dinero es sólo un reclamo sobre la sociedad»[2].
Quizá ayude imaginar ese dinero-crédito como si fuesen los créditos que se utilizan en las máquinas de azar o en las máquinas de videojuegos: una cantidad que necesitas tener antes de poder jugar, sólo que en el caso del dinero sirve para todo lo demás. Esto quizá puede verse de una forma muy ilustrativa en la película de Andrew Niccol In Time, donde el dinero se mide en tiempo de vida. Quien aporte valor a la sociedad es remunerado con minutos y horas, lo que no sólo le sirve para vivir más, sino también para comprar bienes y servicios, porque es el dinero que se ha impuesto por la fuerza en toda la sociedad.
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