Eduardo Garzón Espinosa - La otra economía que NO nos quieren contar

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La Teoría Monetaria Moderna es un enfoque económico de reciente surgimiento y todavía poco conocido, pero que está de moda en el ámbito académico y político, y que sin duda ganará mucha más importancia en el futuro por lo rompedor y polémico que resulta. De hecho, hay muchos economistas que creen que se convertirá en el nuevo paradigma económico de la siguiente generación.
Caricaturizada por unos y exagerada por otros, el presente libro pretende explicar con rigor, pero también con mucha claridad y sencillez, cuáles son sus propuestas, que permitirán abandonar muchos de los mitos que la teoría económica convencional instaló en nuestras mentes hace tiempo: «la austeridad es necesaria para que las cuentas públicas se saneen», «el Estado tiene que recaudar impuestos para poder realizar sus gastos», «el envejecimiento de la población pone en riesgo nuestras pensiones públicas»…
La izquierda siempre se enfrenta a la siguiente pregunta: ¿de dónde obtenemos el dinero para pagar las políticas que necesitamos? Y siempre acaba enfrascada en debates sobre aumentos de impuestos a las grandes fortunas o sobre la lucha contra el fraude fiscal, unos debates que suelen ser callejones sin salida en un mundo globalizado. Frente a ello, la Teoría Monetaria Moderna da una respuesta muy sólida y solvente, y permite proyectar y defender la aplicación de políticas transformadoras sin ningún tipo de complejo ni de inseguridades.
Sin duda una teoría polémica. Pero, para opinar y debatir, lo primero es estar bien informado.

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Otra función importante de los impuestos es que (4) afectan a la distribución de la riqueza y de la renta. En efecto, si los impuestos afectan más a unas personas que a otras, como ocurre especialmente con los impuestos progresivos, la desigualdad cambiará, para bien o para mal[8]. Otra función de los impuestos es (5) penalizar determinados comportamientos. Por ejemplo, el impuesto al azúcar o al tabaco desincentiva su consumo por razones sanitarias, o los impuestos verdes desincentivan la contaminación por razones ecológicas. Otra es (6) ayudar a algunas empresas. Por ejemplo, los aranceles, que son impuestos a los productos extranjeros, elevan el precio de estos, lo que le viene bien a la industria nacional que compite en precio con ellos. Y la última función de los impuestos que señalaremos aquí es que (7) ayudan a valorar determinados bienes y servicios que produce el Estado. Por ejemplo, las cotizaciones sociales son una especie de impuesto que ayuda a los ciudadanos a valorar las prestaciones sociales que ofrece la Seguridad Social, como el desempleo o las pensiones[9].

En fin, ya deberíamos haber entendido que para la TMM un Estado soberano no necesita recaudar impuestos para gastar, sino que es precisamente al revés: para poder ingresar, primero ha tenido que gastar e introducir el dinero en la economía. Los impuestos no sirven para financiar los gastos, sino para muchas otras cosas, entre las cuales destaca dar valor al dinero que crea el Estado de la nada. En el próximo capítulo veremos las limitaciones a las que se enfrenta un Estado para imponer por la fuerza la utilización de su dinero a través de impuestos y exploraremos el debate que existe entre la visión chartalista y la metalista.

[1]Véase, por ejemplo, M. Louzek, «The battle of methods in economics. The classical Methodenstreit – Menger vs. Schmoller», The American Journal of Economics and Sociology 70, 2 (2011), pp. 439-463.

[2]J. A. Schumpeter, History of Economic Analysis [1954], Nueva York, Oxford University Press, 1994 [ed. cast. Historia del análisis económico, trad. Manuel Sacristán, Barcelona, Ariel, 2015].

[3]H. P. Minsky, Stabilizing An Unstable Economy, New Haven, Yale University Press, 1986, p. 231.

[4]A. Smith , La riqueza de las naciones [1776], Madrid, Alianza, 1994, p. 312.

[5]W. Mosler y M. Forstater, «The natural rate of interest is zero», Working Paper n.º 37, 2004. Disponible en [ https://www.pragcap.com/wp-content/uploads/2011/02/WP37-MoslerForstater.pdf].

[6]Lerner, «Money», en Encyclopedia Britannica, Londres y Chicago, 1946, p. 693.

[7]B. Ruml, «Taxes for revenue are obsolete», American Affairs 8, 1 (1947), pp. 35-38. Para una traducción al castellano: [ http://www.redmmt.es/recaudar-impuestos-como-fuente-de-ingresos-esta-obsoleto/], último acceso el 14 de abril de 2021.

[8]Para profundizar en el debate existente en torno a la función redistributiva de los impuestos desde una visión de la TMM, véanse: A. Baker y R. Murphy, «Modern Monetary Theory and the Changing Role of Tax in Society», Social Policy & Society 19, 3 (2020), pp. 454-469; T. Fazi y B. Mitchell , «Tax havens must be closed, but not for the reasons you think», Green European Journal, 16 de febrero de 2018, disponible en [ https://www.greeneuropeanjournal.eu/tax-havens-must-be-closed-but-not-for-the-reasons-you-think/], último acceso el 14 de abril de 2021; R. Murphy, «Tax Justice and Modern Monetary Theory: a Guide», Naked Capitalism, 30 de marzo de 2020, disponible en [ https://www.nakedcapitalism.com/2020/03/tax-justice-and-modern-monetary-theory-a-guide.html], último acceso el 14 de abril de 2021.

[9]Para profundizar en las funciones de los impuestos desde una perspectiva de la TMM, véase, por ejemplo, H. Bougrine y M. Seccareccia, «El papel de los impuestos en la economía nacional», en P. Piégay y L.-P. Rochon (eds.), Teorías monetarias poskeynesianas, Madrid, Akal, 2006.

V

El dinero del Estado no sirve en cualquier parte

En los capítulos anteriores hemos visto que, para la Teoría Monetaria Moderna, el dinero es un producto del Estado, cuyo uso generalizado se logra a través de mecanismos coercitivos como los impuestos. En este capítulo vamos a analizar los límites a los que se enfrenta un Estado a la hora de lograr dicho objetivo, así como los puntos de fricción que existen con la visión metalista del dinero.

Al ser entendido el dinero como un producto de una autoridad o Estado en particular, sólo sirve en el territorio sobre el que ese Estado ejerce su poder a la hora de exigir impuestos; no hay garantía de que sirva más allá de él. Imaginemos qué le hubiese pasado a un sumerio que fuese con su tablilla de arcilla de silas a Egipto, donde se usaban deben. Pues, evidentemente, nadie le hubiese aceptado esa tablilla como pago, porque en Egipto no servía para nada. Ni siquiera la arcilla de la que estaba hecha el objeto monetario era valiosa.

Esto mismo sigue ocurriendo en la actualidad, tú no puedes ir a una tienda de Reino Unido a comprar con euros. Primero tendrás que conseguir libras, que es la moneda que utilizan allí. Esto, que es algo sabido, viene muy claro en los billetes australianos, donde se puede leer: «Este billete australiano es de curso legal a lo largo de Australia y de sus territorios». A esa región en la que un tipo de dinero en particular es aceptado para pagos y transacciones la llamaremos espacio monetario del Estado que crea ese dinero; un término que nos será también de utilidad en capítulos posteriores.

Este espacio monetario no tiene por qué coincidir con el territorio legal de un Estado. A veces puede llegar más allá y a veces menos, y eso va a depender del poderío e influencia del Estado en cuestión. Si es muy poderoso e influyente, su dinero podrá ser utilizado en otros países; si es muy débil, su dinero puede que ni sea utilizado en su propio territorio. Este poderío del Estado no ha de entenderse sólo como la capacidad de imponer tributos, sino también como capacidad militar, económica, tecnológica y cultural.

Por eso las monedas de las potencias económicas y militares siempre han sido y son las más utilizadas a nivel mundial: los denarios romanos eran aceptados fácilmente por muchos pueblos bárbaros porque confiaban en el poder y la integridad del Imperio, cuyo emperador adornaba la moneda con su nombre e imagen; el oro comenzó a ser utilizado por los pueblos de la India en torno al año 100 d.C., simplemente porque comprobaron que los poderosos pueblos del Mediterráneo lo valoraban; el real de a ocho acuñado por el poderoso Imperio español de los siglos xvi y xvii fue la primera moneda de uso mundial, aceptada incluso en territorios no españoles; la libra esterlina fue la moneda de referencia a nivel internacional durante el dominio del hegemónico Imperio británico a lo largo del siglo xix y principios del xx y se utilizó más allá de sus territorios, y desde la Segunda Guerra Mundial el dólar estadounidense es la divisa de referencia y es utilizado de forma oficial por países distintos a Estados Unidos, como Ecuador, Panamá o Timor Oriental[1].

El dinero es una herramienta de poder que tienen los Estados. Por eso es comprensible que falsificar dinero se considere un acto de guerra contra la soberanía estatal y que sea uno de los delitos más perseguidos y penalizados. De hecho, la falsificación de dinero ha sido una estrategia utilizada recurrentemente a lo largo de la historia para mermar al enemigo: durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, las fuerzas británicas inundaron las colonias norteamericanas de billetes falsificados; durante la Primera Guerra Mundial, el Gobierno británico promocionó la falsificación de los marcos imperiales alemanes; durante el periodo de entreguerras, la Unión Soviética falsificó dólares estadounidenses; durante la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno nazi falsificó dinero británico utilizando el trabajo forzoso de los prisioneros de los campos de concentración[2]; durante la Guerra de Vietnam, el Gobierno de Estados Unidos falsificó la moneda vietnamita; en la fallida invasión de bahía de Cochinos, el Gobierno estadounidense falsificó la moneda cubana… en fin, los ejemplos son incontables.

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