Antonio Malpica - Frankie

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La novela clásica de Mary Shelley, como nunca te la habían contado… (en serio)Víctor Frankenstein, anatomista, químico y… profanador de tumbas, ha decidido violar la ley última de la vida: la muerte. En su improvisado laboratorio (ejem, dormitorio universitario) ha conseguido reanimar un gigantesco ser antropomorfo:
¡UN MOOONSTRUUUO! ¡Qué drama! Ahora Víctor será perseguido por una sombra que le reclamará lo que le toca: vivir, amar, saberse amado, representar a Hamlet… (es decir, lo usual).Y Otto, el fruto del experimento maldito, está empeñado en conquistar a la niña de sus ojos, un plato de panqueques a la vez (¡con mucha miel, por favor!).

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Tal vez no esté de más contar que el ciego entonaba una canción festiva. La única descripción que a mi parecer les hace justicia es ésta: eran una especie de horrendo y estrambótico carnaval ambulante que siguió su camino por encima del hielo hasta perderse de nuestra vista.

Después de algo así, todos aquellos aún con sangre en las venas convinieron en que lo que hacía falta era echarse una buena dosis de vodka en el gañote. Y yo estuve completamente de acuerdo.

Olvidamos nuestras rencillas y compartimos varias botellas en la bodega del barco hasta que mi contramaestre se apersonó a media tertulia para avisarme que había mar de fondo, que el hielo se había desquebrajado y que podíamos continuar nuestra expedición. De cualquier modo, nadie ahí se sentía con ganas de volver a cubierta a desplegar las velas o levar el ancla, así que obligué al hombre de las patillas perfectas a unirse a la fiesta.

Es justo decir que el nuevo día me sorprendió tumbado entre dos costales de papas a los que, en mi sueño, había conferido cualidades de bailarinas de vodevil.

“Capitán, tiene que venir a ver esto”, fue el grito de uno de los marinos que me hizo, al fin, levantar a trompicones y salir de la bodega para confrontar el hielo y el sol y el hielo.

Cuando llegué a cubierta, con un dolor de cabeza colosal, me encontré con los siete hombres encarando a otro que, de pie sobre la helada superficie pegada a estribor, los increpaba. Se trataba de un tipo como de mi edad y, a todas luces, europeo, aunque claramente desesperado, tiritando de frío y con los ojos inyectados en sangre. A su lado se encontraba un trineo tirado por un solo perro desfallecido, echado de costado y con la lengua de fuera.

“Déjenme subir, malvivientes. ¡Reclamo este barco para ir en pos de un monstruo que merece morir! ¡Sólo así salvaremos a la raza humana de la extinción!”

Ése fue el pequeño discurso que alcancé a oír al momento de llegar al lado de mi fiel tripulación.

Cualquiera diría que un sujeto como ése, en mitad de la nada, tendría que haber pedido asilo en nuestra nave con mejores maneras… pero no fue así. De hecho fui informado que ya había intentado subir tres veces a la fuerza, mismas que había sido arrojado fuera, al agua o al hielo, dependiendo de la puntería de los marinos.

“Yo soy el capitán. Dígame qué se le ofrece”, lo conminé, intentando un posible diálogo.

“Capitán, es de vida o muerte. ¿Qué dirección llevan?”

“El Polo Norte. No descansaremos hasta llegar ahí.”

A esta aseveración se levantó un claro rumor de descontento. En la fiesta les había prometido a mis hombres que volveríamos a Arcángel cuanto antes a buscar un buen garito con juego de naipes y vodevil. Pero con un ademán los acallé, haciéndoles ver que cualquiera promete el mundo cuando tiene cinco vodkas en la sangre.

“¡Bien!”, rugió el hombre. “Necesito confiscar el barco para ir en pos de un demonio horrendo y su espantosa banda de secuaces. Seguro saben de lo que hablo. ¡Deben haber pasado por aquí!”

“Se equivoca. No hemos visto pasar ni un pingüino”, gruñó un marino.

“No seas imbécil. No hay pingüinos en el Polo Norte”, lo corrigió otro.

“Tal vez por eso no hemos visto pingüinos”, rio un tercero.

“O tigres de Bengala”, soltó un cuarto.

“¡A callar!”, tronó el egregio capitán del Piggyback . “Lo siento, señor, pero aunque los hayamos visto pasar, no tenemos nada que ver con ese asunto, así que le suplicamos siga su camino y nosotros el nuestro. Que tenga buen día.”

El demencial hombre, quien ya se veía intentando subir por la fuerza al barco y siendo nuevamente arrojado al blanco y más blanco hielo de la llanura polar, dejó escapar una clara exhalación de rendimiento. Fue justo al momento en el que movió con la punta del pie al perro tendido a su lado para constatar que estaba muerto y más que muerto de cansancio. Creo que dijo, entre dientes, algo así como: “Al demonio la gloria y la fama universal; primero está la venganza”.

Admito que me simpatizó en ese momento.

“¿Dijo algo respecto a la gloria y fama universal?”, pensé. “¿Qué no es eso lo que nosotros también estamos persiguiendo?”

¿Qué no es eso lo que todo hombre persigue en la vida?

“¡Les prometo riqueza como jamás pensaron tener si me ayudan a atrapar a esa punta de traidores que probablemente vieron pasar!”, gritó a voz en cuello.

Recuerdo entonces que pensé: “Bueno, también está la fortuna. Eso es cierto”.

Al instante todos mis hombres, incluyendo al contramaestre, gritaron al unísono: “¡Se fueron por allá!”.

Y le arrojaron una cuerda.

13 de agosto de 17**

El nuevo hombre a bordo se llama Víctor Frankenstein. Y aunque al principio se comportó como un maldito demente, después de una semana de estar con nosotros creo que ya puedo afirmar con toda certeza que se trata de un maldito demente.

Hay días en que ríe a solas. Y hay días que llora a solas. Y luego combina ambas cosas. Es un poco espeluznante, la verdad, y la tripulación ha empezado a murmurar. Muchos creen que no hay fortuna que valga la pena si por ella hay que compartir suerte con un tipo al que se le va tanto la olla. Sin embargo, considerando que yo agoté mis ahorros en esta locura y que no puedo prometerles siquiera un bono por buen desempeño al terminar la misión, todos se lo piensan dos veces.

Y aquí estamos. Con la proa apuntando hacia el Polo.

Con todo, Víctor es lo más parecido a un amigo que tengo en este momento. El segundo día lo invité a mi camarote y sugerí jugar póker de prendas para romper el hielo (de hecho, así lo expresé, esperando ser gracioso, cosa que no funcionó), él se negó rotundamente y trató de hacerme entender que no valía la pena entusiasmarse de ninguna manera con él porque era un hombre muerto con antelación.

Naturalmente, Margaret, intenté hacerle ver que había sido una broma, que yo en realidad esperaba que fuéramos buenos amigos (y recalqué la palabra “amigos” varias veces), pero él seguía en sus trece perorando que su destino estaba marcado por el implacable sello de la fatalidad.

Luego lloró y rio y, en fin, no fue un buen comienzo.

Pero a lo largo de los días, he podido confirmar que no piensa incendiar la nave o ahorcarme durante el sueño. Sólo una cosa tiene en mente: dar con el demonio al que perseguimos.

Y, para serte sincero, cuanto más avanzamos y cuanto más otea el horizonte con la esperanza de dar con aquel trineo que vimos pasar hace más de una semana, yo también me pregunto si no será que todos estábamos destinados a esto únicamente, a ir en pos de un monstruo (a mí no me veas, es Frankenstein quien se expresa de esta manera del sujeto) porque incluso la labor original ya me parece absolutamente insulsa.

Seamos honestos, Margaret, ¿por qué alguien en sus cabales querría fletar un barco en dirección al Polo Norte?

¿En qué DEMONIOS estaba pensando cuando se me ocurrió?

O acaso todo sea un capricho de nuestro creador. Y nosotros seamos sólo sus títeres.

¿Captas el punto?

(¡Esos malditos asteriscos de allá arriba no dejan de quitarme el sueño!)

En fin…

Vale la pena decir que Víctor y yo ahora compartimos el pan y la cebolla. Y el vodka, de vez en cuando. De hecho, he detectado que un poquito de alcohol en las venas le permite serenarse y dejar a un lado el discurso de que es un hombre a quien la muerte le ha echado el ojo y por eso no vale la pena hacerse muchas ilusiones respecto a una amistad con él. O lo que sea. (Y cuando dice “lo que sea” suele recorrerse un poco en el asiento, distanciándose lo más posible de mí, lo cual no deja de parecerme, ummh, simpático.)

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