El método más común es escuchar la Palabra de Dios que nos enseñan nuestros pastores y maestros. Actualmente vivimos en una época en que este método tiende a ser menospreciado por muchos pues lo consideran poco efectivo para aprender la verdad espiritual. Esto es un grave error. El mismo Señor Jesucristo ha dado a Su iglesia personas dotadas para enseñarnos las verdades de Su Palabra, recordarnos las lecciones que somos dados a olvidar y exhortarnos a ser constantes en aplicarlas. Necesitamos prestar atención a aquellos que Él nos ha dado con este propósito.
Ninguno de nosotros llega a ser tan autosuficiente espiritualmente como para que no necesite escuchar la Palabra de Dios enseñada por otros. Y la mayoría de nosotros no tenemos la habilidad o el tiempo para inquirir por nosotros mismos «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27). Necesitamos sentarnos bajo la enseñanza frecuente de un hombre dotado por Dios y entrenado para exponer la Palabra de Dios.
Una de las razones por las que el escuchar la Palabra de Dios, no es algo suficientemente valorado, consiste en nuestra desobediencia a la enseñanza de Apocalipsis 1:3: «Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas». Muy a menudo escuchamos para ser entretenidos más que instruidos, para ser conmovidos emocionalmente más que movidos a la obediencia. Nosotros no guardamos en nuestros corazones lo que escuchamos ni lo aplicamos a nuestras vidas cotidianas.
Los cristianos de la actualidad no somos muy distintos a los judíos del tiempo de Ezequiel, de quienes Dios dijo: «Vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra» (Ezequiel 33:31). Dios luego le dice a Ezequiel que para su audiencia el profeta no es más que un cantor con una voz hermosa y que toca bien un instrumento. Los judíos venían a él en busca de entretenimiento, pues no tenían la intención de poner en práctica lo que escuchaban.
La forma de escuchar la Palabra que Dios aprueba es ilustrada con los cristianos de Berea, quienes «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11). Ellos no escuchaban y olvidaban; no escuchaban solo para ser entretenidos. Ellos reconocían que había asuntos eternos en juego, así que escuchaban, estudiaban y aplicaban. Teniendo en cuenta que ellos probablemente no tenían copias personales de las Escrituras, el hecho de que estudiaran la enseñanza de Pablo es admirable. Es una reprensión para nosotros hoy, que escasamente recordamos lo que escuchamos en el sermón del domingo después de que cruzamos la puerta de la iglesia.
Ya hemos considerado brevemente la idea expresada en Tito 1:1 —que el conocimiento de la verdad es lo que conduce a la piedad. Pero eso no es todo lo que dice el versículo. En el mismo pasaje, Pablo dice que él es apóstol de Jesucristo con el propósito de promover la fe de los elegidos de Dios y su conocimiento de la verdad que conduce a la piedad. Pablo fue llamado a ser maestro con el propósito manifiesto de fomentarla fe y la piedad entre los elegidos de Dios. Dios llamó a Pablo para esa tarea, y Él llama a los pastores y maestros en la actualidad con ese mismo propósito. Pero para nosotros beneficiarnos del ministerio de ellos a fin de crecer en el conocimiento de la verdad que conduce a la piedad, tenemos que escucharlos como los cristianos de Berea escucharon a Pablo: con gran expectativa y la intención de obedecer.
El segundo método para alimentarnos espiritualmente es leer la Biblia nosotros mismos. A través de la lectura bíblica tenemos la oportunidad de aprender directamente del Maestro Instructor, el Espíritu Santo. Si bien es de gran utilidad y provecho aprender a partir de la enseñanza de otros, hay un gozo incomparable cuando el Espíritu Santo nos habla directamente desde las páginas de Su Palabra.
Ya hemos visto que Enoc caminó con Dios, lo cual implica que él disfrutó de la comunión personal con Dios. Leer la Biblia nos permite también a nosotros disfrutar de la comunión con Dios a medida que Él nos habla desde Su Palabra, animándonos, instruyéndonos y revelándose a nosotros. Se dice de Moisés que el Señor le hablaba «cara a cara, como habla cualquiera a su compañero» (33:11). Hoy en día no tenemos ese privilegio particular, pero podemos disfrutar los mismos efectos cuando Dios nos habla durante nuestros tiempos de lectura bíblica personal. Nuestra práctica de la piedad estaría muy incompleta sin algún tipo de programa para leer la Biblia regularmente.
Un segundo beneficio de la lectura bíblica es la oportunidad de obtener una perspectiva general de la Biblia completa. Ningún pastor podría —ni debería— predicar toda la Biblia en el corto periodo de un año o dos. Pero todos nosotros podemos leer la Biblia completa en un año. Hay muchos planes de lectura bíblica disponibles para ayudarnos en esto. Al leer toda la Biblia, las distintas piezas de la verdad espiritual comienzan a encajar juntas. El libro de Hebreos no tiene sentido a menos que uno conozca algo sobre el sacerdocio y el sistema sacrificial del Antiguo Testamento. Las distintas alusiones al Antiguo Testamento que hacen los escritores del Nuevo Testamento serían un misterio si no hubiéramos leído los pasajes en su contexto original. La doctrina del pecado original a través de Adán, como la enseña Pablo en Romanos 5, no se puede entender sin conocer los eventos registrados en Génesis 3.
Sin un programa para leer la Biblia completa, no solo seríamos ignorantes espiritualmente sino también débiles espiritualmente. ¿Quién no tendría nada que aprender de la fe de Abraham, el amor de David por Dios, la justicia de Daniel y la prueba de Job? ¿Cómo podemos llegar a ser piadosos sin el impulso de los Salmos y la sabiduría práctica de Proverbios? ¿Dónde podemos aprender más de la majestad y la fidelidad de Dios sino en el profeta Isaías? Si no estamos leyendo la Biblia completa periódicamente, nos perderemos de estos pasajes extraordinarios del Antiguo Testamento, así como de otros del Nuevo Testamento.
Toda la Escritura es útil para nosotros, incluso los pasajes que parecen más difíciles de entender. Podemos escoger entre distintos planes de lectura para ayudarnos a mantener la consistencia de nuestra lectura y entender los pasajes más difíciles.
El tercer método para alimentarnos espiritualmente es estudiar las Escrituras. La lectura nos da un conocimiento amplio, pero el estudio nos da un conocimiento profundo. El valor del estudio bíblico se halla en la oportunidad de escudriñar un pasaje o un tema con mayor profundidad que en la lectura bíblica. Se requiere mayor diligencia e intensidad mental para el estudio, en el cual analizamos un pasaje, comparamos la Escritura con la Escritura, hacemos preguntas, anotamos observaciones y finalmente organizamos el producto de nuestro trabajo en algún tipo de presentación lógica. La disciplina de registrar por escrito nuestro material de estudio nos ayuda a aclarar nuestros pensamientos. Todo esto fortalece nuestro conocimiento de la verdad y nos ayuda a crecer en la piedad.
Cada cristiano debería ser un estudiante de la Biblia. Los cristianos hebreos fueron reprendidos porque, aunque debían haber estado en capacidad de enseñar a otros, ellos todavía necesitaban que les enseñaran las verdades elementales de la Palabra de Dios. ¡Necesitaban leche en lugar de alimento sólido! Desafortunadamente, muchos de nosotros somos como esos cristianos.
Hay diversos métodos de estudio bíblico disponibles para estudiantes de todos los niveles. Sin embargo, hay ciertos principios que deberíamos aplicar independientemente del método que usemos. Estos principios son presentados en Proverbios 2:1–5. Observa los verbos destacados con cursiva.
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