Yo llevo más de veinticinco años en un ministerio cristiano de tiempo completo y he servido tanto en el exterior como en los Estados Unidos. Durante este tiempo he conocido a muchos cristianos talentosos y capaces, pero creo que he conocido menos cristianos piadosos. Lo que se enfatiza en nuestra época es servir a Dios, lograr cosas para Dios. Enoc fue un predicador de justicia en una época de enorme impiedad, pero Dios consideró apropiado que el relato breve de su vida enfatizara que él caminó con Dios. ¿Para qué nos estamos ejercitando? ¿Estamos ejercitándonos solo para la actividad cristiana, por muy bueno que eso sea, o nos estamos ejercitando ante todo para la piedad?
El tercer principio en las palabras de exhortación de Pablo a Timoteo es la importancia de las condiciones mínimas necesarias para el ejercicio. Muchos de nosotros hemos visto varias competencias olímpicas por televisión, y a medida que los comentaristas nos cuentan la historia de los distintos atletas, nos damos cuenta de ciertos mínimos irreducibles para el entrenamiento de los competidores olímpicos. Es muy probable que Pablo tuviera en mente esas características mínimas cuando comparó el ejercicio físico con el ejercicio para la piedad.
El costo del compromiso
El primero de estos mínimos irreducibles es el compromiso. Nadie llega al nivel de los Olímpicos, o ni siquiera a competencias nacionales, sin un compromiso a pagar el precio del entrenamiento diario y riguroso. Y de forma similar, nadie llega a ser piadoso sin un compromiso a pagar el precio del entrenamiento espiritual diario que Dios ha diseñado para nuestro crecimiento en la piedad.
El concepto del compromiso aparece reiteradamente a lo largo de toda la Biblia. Se encuentra en el clamor de David a Dios: «De madrugada te buscaré» (Salmo 63:1). Se encuentra en la promesa de Dios a los cautivos en Babilonia: «Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (Jeremías 29:13). Aparece cuando Pablo habla de seguir adelante a fin de alcanzar aquello para lo cual fue alcanzado por Cristo Jesús (cf. Filipenses 3:12). Es la base de exhortaciones como «seguid (…) la santidad» (Hebreos 12:14) y «poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe (…) piedad» (2 Pedro 1:5–7). Esto de buscar, seguir adelante o poner toda diligencia no va a suceder sin un compromiso de nuestra parte.
La piedad tiene un precio, y la piedad nunca está en descuento. Nunca se obtiene barata o fácilmente. El verbo ejercítate, que Pablo escogió deliberadamente, implica un esfuerzo perseverante, arduo y diligente. Él era muy consciente del compromiso total de esos atletas jóvenes para ganar una corona que no duraría. Y mientras pensaba en la corona que sí duraría —la piedad que para todo aprovecha, tanto en la vida presente como en la venidera— él alentaba a Timoteo, y nos alienta a nosotros hoy, a asumir el tipo de compromiso necesario para ejercitarnos para la piedad.
Aprendiendo de un maestro hábil
La segunda condición mínima para entrenar es un maestro o entrenador competente. Ningún atleta, independientemente de la habilidad natural que tenga, puede llegar a los Olímpicos sin un entrenador capacitado que le exija el estándar de excelencia más alto y que vea y corrija cada falla pequeña. De la misma forma, nosotros no podemos ejercitarnos para ser piadosos sin la enseñanza y el entrenamiento del Espíritu Santo. Él nos exige el estándar de excelencia espiritual más alto a medida que nos enseña, reprende, corrige y entrena. Pero Él nos enseña y nos entrena por medio de Su Palabra. Por tanto, tenemos que exponernos constantemente a la enseñanza de la Palabra de Dios si queremos crecer en la piedad.
En Tito 1:1 Pablo menciona «el conocimiento de la verdad que es según la piedad». 9No podemos crecer en la piedad sin el conocimiento de esta verdad. Esta verdad solo se encuentra en la Biblia, pero no es simplemente conocimiento académico de datos bíblicos; es el conocimiento espiritual impartido por el Espíritu Santo conforme Él aplica la verdad de Dios a nuestros corazones.
Hay un tipo de conocimiento religioso que de hecho es perjudicial para el ejercicio de la piedad. Es el conocimiento que envanece al llenarnos de orgullo espiritual. Los cristianos corintios tenían este tipo de conocimiento. Ellos sabían que un ídolo no era nada y que comer lo sacrificado a los ídolos era indiferente en términos espirituales. Pero ellos no entendían su responsabilidad de amar al hermano más débil. Solo el Espíritu Santo imparte ese tipo de conocimiento —el que conduce a la piedad.
Es posible ser muy ortodoxo en la doctrina y muy recto en el comportamiento y aun así no ser piadoso. Muchas personas son ortodoxas y rectas, pero no son devotas a Dios; son devotas a su ortodoxia y a sus estándares de conducta moral.
Solo el Espíritu Santo puede sacarnos de esas posiciones de falsa seguridad, por eso debemos acudir sinceramente a Él para que nos entrene, a fin de que crecer en la piedad. Debemos pasar mucho tiempo expuestos a Su Palabra, dado que es el medio que Él usa para enseñarnos. Pero esta exposición debe ir acompañada por un sentido de profunda humildad en cuanto a nuestra habilidad para aprender la verdad espiritual y un sentido de total dependencia de Su ministerio en nuestros corazones.
Práctica y más práctica
La tercera condición mínima en el proceso de entrenamiento es la práctica. La práctica es lo que pone el compromiso en movimiento y aplica la enseñanza del entrenador. La práctica, que desarrolla la habilidad, es lo que hace al atleta competitivo en su deporte. Y la práctica de la piedad es lo que nos permite llegar a ser cristianos piadosos. No hay un atajo para adquirir habilidad al nivel de los Olímpicos; no hay un atajo para la piedad. Es la fidelidad en usar día tras días los medios señalados por Dios y empleados por el Espíritu Santo lo que nos permitirá crecer en la piedad. Nosotros tenemos que practicar la piedad, así como el atleta practica su disciplina particular.
Tenemos que practicar el temor de Dios, por ejemplo, si queremos crecer en ese aspecto de la devoción a Dios. Si estamos de acuerdo con el pastor Martin en que los elementos esenciales del temor de Dios son conceptos correctos sobre Su carácter, un reconocimiento constante de Su presencia y una consciencia permanente de nuestra responsabilidad hacia Él, entonces tenemos que encargarnos de llenar nuestras mentes con las expresiones bíblicas de estas verdades y aplicarlas en nuestras vidas hasta que seamos transformados en personas temerosas de Dios.
Si llegamos a estar convencidos de que la humildad es un rasgo del carácter piadoso, entonces meditaremos frecuentemente en pasajes de la Escritura tales como Isaías 57:15 y 66:1–2, donde Dios mismo exalta la humildad. Oraremos sobre esos pasajes, pidiendo al Espíritu Santo que los aplique a nuestras vidas para hacernos verdaderamente humildes. Esta es la práctica de la piedad. No es ningún ejercicio etéreo. Es práctico, realista e incluso un poco incómodo a veces mientras el Espíritu Santo obra en nosotros. Pero siempre es gratificante a medida que vemos que el Espíritu Santo nos transforma más y más en personas piadosas.
Usando la Palabra de Dios
Es evidente que la Palabra de Dios desempeña un papel crucial para nuestro crecimiento en la piedad. De manera que, una parte importante de nuestra práctica de la piedad será el tiempo que pasamos en la Palabra de Dios. La forma en que invertimos ese tiempo varía según el método empleado. "Los Navegantes usan los cinco dedos de la mano como recordatorios de los cinco métodos para alimentarse de la Palabra de Dios: escuchar, leer, estudiar, memorizar y meditar. Estos métodos son importantes para la piedad y deben ser considerados uno por uno.
Читать дальше