David también expresa este deseo intenso de Dios: «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo» (Salmo 27:4). David anhelaba intensamente a Dios, anhelaba disfrutar de Su presencia y Su hermosura. Dado que Dios es Espíritu, Su hermosura obviamente no se refiere a una apariencia física sino a Sus atributos. David disfrutaba meditar en la majestad y la grandeza, la santidad y la bondad, de Dios. Pero David hacía algo más que contemplar la hermosura de los atributos de Dios. Él buscaba a Dios mismo, pues en otra parte dice: «De madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela» (Salmo 63:1).
El apóstol Pablo también experimentó lo que es anhelar a Dios: «Quiero conocer a Cristo» (cf. Filipenses 3:10). La Biblia Amplificada captura la intensidad del deseo de Pablo en este pasaje: «[Pues mi propósito determinado es] conocerle a Él —poder llegar progresivamente a conocerle más profunda e íntimamente, percibiendo y reconociendo y entendiendo [las maravillas de Su persona] con mayor fuerza y claridad». 8Esto es lo que impulsa al creyente piadoso. Al contemplar a Dios en la magnificencia de Su majestad, poder y santidad infinitos, y luego al meditar en las riquezas de Su misericordia y gracia derramadas en el Calvario, su corazón es cautivado por Aquel que lo amó tanto. Él solamente está satisfecho con Dios, pero nunca está satisfecho con su experiencia presente de Dios. Siempre anhela más.
Tal vez esta idea de desear a Dios suene extraña a los oídos de muchos cristianos hoy. Entendemos la idea de servir a Dios, de estar ocupados en Su obra. Tal vez incluso tengamos un «devocional» en el que leemos la Biblia y oramos. Pero la idea de anhelar a Dios mismo, de querer disfrutar profundamente la comunión con Él y el estar en Su presencia, puede parecer un poco mística, casi rayando en el fanatismo. Preferimos que nuestro cristianismo sea más práctico.
Sin embargo, ¿quién podría ser más práctico que Pablo? ¿Quién estuvo más involucrado en las luchas de la vida cotidiana que David? Aun así, con todas sus responsabilidades, tanto Pablo como David anhelaban experimentar más comunión con el Dios vivo. La Biblia indica que este es el plan de Dios para nosotros, desde sus páginas iniciales hasta el final. En el tercer capítulo de Génesis, Dios camina en el huerto, llamando a Adán para que tengan comunión juntos. En Apocalipsis 21, cuando Juan observa la visión de la nueva Jerusalén descendiendo del cielo, él oye que la voz de Dios dice: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos» (v. 3). El plan de Dios para toda la eternidad es tener comunión con Su pueblo.
Y en nuestra época actual, Jesús todavía nos dice lo que le dijo a la iglesia en Laodicea: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). En la cultura de la época de Juan, compartir una comida significaba tener comunión, así que Jesús nos está invitando a abrir nuestros corazones a Él para tener comunión con Él. Él desea que lo conozcamos mejor; por tanto, el deseo y anhelo de Dios es algo que Él planta en nuestros corazones.
En la vida de la persona piadosa, este deseo de Dios produce un aura de calidez. La piedad nunca es austera o fría. Tal idea surge de un falso sentido de moralidad legalista mal llamado piedad. La persona que pasa tiempo con Dios irradia Su gloria de una forma que siempre es cálida y acogedora, nunca fría y distante.
Este anhelo de Dios también produce un deseo de glorificar a Dios y agradarle. En la misma frase, Pablo expresa el deseo de conocer a Cristo y también de ser como Él. Este es el objetivo final de Dios para nosotros y es el objetivo de la obra del Espíritu en nosotros. En Isaías 26:9, el profeta proclama su deseo del Señor con palabras muy similares a las del salmista: «Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte». Observa que inmediatamente antes de expresar que desea al Señor, él expresa que desea Su gloria: «Tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma» (v. 8). La memoria tiene que ver con la reputación, la fama y la eminencia de alguien —o, en el caso de Dios, con Su gloria. El profeta no podía separar en su corazón el desear la gloria de Dios y el desear a Dios mismo. Estos dos anhelos van de la mano.
Esto es la devoción a Dios —el temor de Dios, que es una actitud de reverencia y admiración, honra y veneración hacia Él, acompañado de una comprensión en lo profundo de nuestras almas del amor de Dios por nosotros, demostrado primordialmente en la muerte expiatoria de Cristo. Estas dos actitudes se complementan y refuerzan entre sí, produciendo en nuestras almas un deseo intenso de Aquel que es tan maravilloso en Su gloria y majestad y a la vez tan condescendiente en Su amor y misericordia.
Capítulo tres Ejercítate Para La Piedad
Desecha las fábulas profanas y de viejas.Ejercítate para la piedad. 1 Timoteo 4:7
El apóstol Pablo no daba por sentada la piedad de su hijo espiritual Timoteo. Aunque Timoteo había sido su compañero y colaborador por varios años, Pablo sintió la necesidad de escribirle: «Ejercítate para la piedad». Y si Timoteo necesitaba ser animado en ese sentido, con seguridad también nosotros lo necesitamos hoy.
Al instar a Timoteo a ejercitarse para la piedad, Pablo tomó prestado un término del atletismo. El verbo traducido en distintas versiones de la Biblia como «entrenar», «disciplinar» o «ejercitar» se refería originalmente al entrenamiento de atletas jóvenes para participar en los juegos competitivos de la época. Después adquirió un significado más general de entrenar o disciplinar ya sea el cuerpo o la mente para una habilidad particular.
Principios para ejercitarse
Hay varios principios en la exhortación de Pablo a Timoteo en cuanto a ejercitarse para la piedad que son válidos para nosotros hoy.
El primero es la responsabilidad personal. Pablo dijo: «ejercítate». La Biblia de las Américas traduce «Disciplínate a ti mismo». Timoteo era personalmente responsable de su progreso en la piedad. Él no debía encargarle ese progreso al Señor y luego relajarse, aunque él ciertamente entendía que cualquier progreso logrado era solo por capacitación divina. Él entendería que debía ocuparse de este aspecto particular de su salvación confiando en que Dios estaba obrando en él. Pero captaría el mensaje de Pablo de que debía esforzarse en este asunto de la piedad; él debía seguir la piedad.
Los cristianos podemos ser muy disciplinados y laboriosos en nuestros negocios, nuestros estudios, nuestro hogar o incluso nuestro ministerio, pero tendemos a ser perezosos cuando se trata del ejercicio en nuestra propia vida espiritual. Preferiríamos orar: «Señor, hazme piadoso», y esperar que Él «derrame» piedad en nuestras almas de algún modo misterioso. Dios en efecto obra de una forma misteriosa para hacernos piadosos, pero Él no lo hace sin que nosotros cumplamos con nuestra propia responsabilidad personal. Nosotros debemos ejercitarnos para la piedad.
El segundo principio en la exhortación de Pablo es que el objetivo de este ejercicio era el crecimiento en la vida espiritual personal de Timoteo. En otro lugar Pablo anima a Timoteo a progresar en su ministerio, pero el objetivo aquí es la devoción personal de Timoteo a Dios y la conducta que surge de esa devoción. Aunque era un ministro cristiano altamente calificado y con experiencia, Timoteo aún necesitaba crecer en las áreas esenciales de la piedad: el temor de Dios, la comprensión del amor de Dios y el deseo de estar en la presencia de Dios y tener comunión con Él.
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