Pablo Cea Ochoa - Los hijos del caos

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Los hijos del caos: краткое содержание, описание и аннотация

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El mundo se ha ido a la mierda. La sociedad, tal y como la conocíamos, ha dejado de existir y hay un nuevo orden en el mundo, un orden que consiste básicamente en la mismísima falta de orden. El caos más absoluto se ha ceñido sobre la tierra y esta se ha plagado de monstruos medio-muertos y de todo tipo de criaturas grotescas y peligrosas, comandadas únicamente por ocho gigantes llamados Titánides, que ansían acabar con todos los humanos supervivientes al apocalipsis para ser los nuevos amos del mundo. Antes, si alguien le hubiese hablado de monstruos, gigantes o del fin del mundo, Percy se hubiese reído a carcajadas, pero desde que él y su amiga Natalie descubrieron que son semidioses, hijos directos de los antiguos y olvidados dioses olímpicos, han vivido escondiéndose y huyendo de todo lo relacionado con lo divino; sin embargo, las circunstancias les obligarán a aceptar sus papeles en toda esa historia, y se meterán de lleno en una guerra brutal y sin cuartel en la que se disputará el destino del mundo y de la humanidad.

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Una vez dentro del saco me puse a pensar en todo lo que había pasado ese día. En el dragón infectado, mi experiencia más próxima a la muerte, y en la charla que acababa de tener con Hércules. Mi vida había cambiado mucho en un año y ya era hora de aceptarlo. Porque me resultaba muy cómodo vivir en el pasado, cuando las cosas eran más sencillas y no tenía que lidiar con dioses, monstruos o dragones; pero tras ese día algo en mi interior cambió, algo había hecho que mi manera de pensar cambiara de golpe. Ahora tenía ganas de cambiar el mundo, de hacerlo mejor para todos, y tal vez entonces podría encontrarme en paz conmigo mismo.

*****

—¡Arriba! ¡Despertad! ¡Ya es la hora! —gritaba Hércules dando golpes a la tela de la tienda, haciendo que nos despertáramos incómodos y molestos por su emoción.

Me levanté al lado de Natalie. Los dos nos desperezamos, nos estiramos y a ambos se nos escapó algún que otro bostezo en medio de tanto silencio. Yo me vestí primero, ya que a ella ahora le daba pudor cambiarse delante de mí. Pero justo cuando iba a empezar a vestirme la cremallera de la tienda se abrió y Hércules arrojó al interior dos armaduras y dos capas y nos pidió que nos las pusiéramos. Dijo que servirían para dar una buena impresión cuando viéramos al resto de semidioses.

Le hicimos caso. Yo me vestí primero con mis ropas normales, todas muy anchas y prácticas, y después me puse la armadura encima y las capas. Una era corta y verde y la otra era bastante más larga, negra y morada. Obviamente, me puse a la espalda la negra y salí de la tienda, no sin antes meterme el frasquito que me dio Hera en un bolsillo interior de mi armadura.

Tras vestirme adecuadamente y ajustarme la armadura me colgué mis espadas en un cinturón de la misma y salí de la tienda. Los demás ya estaban vestidos y todos esperamos a que Natalie saliera para desayunar juntos un poco del caldo de carne que nos sobraba de los días anteriores y que Cristina guardaba en unos recipientes herméticos muy prácticos.

Una vez recogimos todo, Hércules se volvió a metamorfosear en dragón. Como todos los días, atamos las tiendas y las mochilas a los cuernos de su espalda y nos subimos a su lomo para emprender el vuelo. Mientras volábamos en silencio intercambiamos miradas entre todos al ver que el paisaje nos resultaba cada vez más y más familiar.

—¿Crees que estás preparado? —me preguntó Kika, la cual estaba a mi lado. Aun sin decir a lo que se refería exactamente, entendí la pregunta de sobra.

—No, la verdad es que no estoy para nada preparado. No sé cómo acabó Sesenya aquel día. Solo recuerdo el caos, a la gente huyendo, los incendios, inferis por todas partes. No sé qué es lo que vamos a ver allí, pero tengo que estar centrado. Todos tenemos que estarlo —respondí en voz alta.

Kika asintió con la cabeza y volvió a mirar al frente, seria pero muy serena, con su corta capa amarilla ondulándose por el viento y con su nueva y reciente armadura plateada, la cual le quedaba algo ceñida por la parte del pecho, y su espada de oro enfundada en su cinturón, el cual le cruzaba en diagonal todo su torso.

Todos íbamos con nuestras armaduras plateadas, cada una con grabados en relieve, los cuales decían a simple vista quiénes éramos. La mía era la más extravagante, ya que las hombreras tenían la forma de la cabeza de unos perros y el relieve de mi pecho representaba un cancerbero, un perro de tres cabezas. También llevaba mi capa negra y morada, la cual se me enredaba un poco con esas hombreras tan extravagantes y poco prácticas, y después tenía las dos espadas de mi padre en el cinturón, al alcance de mi mano para poder desenvainarlas rápidamente si la situación lo requería.

Kika, por su parte, tenía un rayo grabado en su armadura, la cual no tenía hombreras, solo una cota de malla interior muy fina, tanto que se le transparentaba bastante la zona del escote. De igual manera, resultaba muy imponente así vestida.

Cristina tenía el grabado de un tridente rodeado de olas y ondulaciones muy agresivas en su armadura. Daba la impresión de que tenía cubierto el cuerpo entero de escamas, las cuales eran en verdad una cota de malla bastante ceñida. Llevaba su tridente colgado a la espalda, acompañado de su capa azul oscura.

Natalie tenía un árbol grabado en mitad de su armadura y como hombreras tenía grabadas al detalle dos cabezas de ciervos, con las cornamentas bastante pequeñas, pues si fuesen más grandes se las clavaría en el cuello. También llevaba su capa verde, muy corta, la cual apenas le llegaría a la cintura, y su cuchillo de caza metido en su funda, la cual colgaba de su cinturón. Asimismo, su arco y su carcaj de flechas rudimentarias iban colgados a la espalda.

Las armaduras y las capas eran regalos que nos habían dado los dioses. Las armaduras estaban forjadas por el mismísimo Hefesto. O eso es lo que nos dijo Hércules al entregárnoslas. Cualquiera que nos mirara entonces diría que éramos personas importantes a pesar de ser tan jóvenes. Lo único que nos faltaba era un ejército que aportar a nuestros posibles aliados.

—¡Percy! ¡Mira! —me gritó Cris desde el otro lado del dragón. Cuando miré hacia el horizonte, instantáneamente dejé de pensar en nuestro aspecto al ver cómo una columna enorme de humo subía en el cielo. También se podían ver pequeños incendios a lo lejos—. ¿Percy? —me seguía diciendo Cristina, pero yo no respondía. Tan solo observaba en silencio mi antiguo hogar mientras nos acercábamos lentamente viajando a lomos de Hércules, el cual parecía estar volando mucho más lentamente de lo normal.

Si me hubieran contado esto hacía unos meses estaba seguro de que no me lo habría creído. No obstante, allí estaba, con mi antiguo mundo en llamas y repleto de caos. Y saber que nosotros éramos la clave para arreglarlo me ponía nervioso.

Kika y Cristina se me quedaron mirando mientras yo trataba de asimilar lo más rápido que podía lo que estaba viendo a lo lejos. Incluso Hércules se ladeó un poco para poder mirarnos de reojo. Pero a quien nadie miraba era a Natalie, que parecía estar en la misma situación mental que yo.

—No os preocupéis. Estoy bien —les mentí cuando empezamos a sobrevolar las ruinas de lo que fue una vez mi hogar.

Pasamos por encima de edificios derruidos, muchos de ellos hundidos, otros en llamas, y al agudizar un poco la vista vi que cientos de inferis deambulaban por las calles. Después de unos minutos volando en círculos sin saber bien lo que hacer, escuchamos el sonido de disparos a lo lejos y, sin necesidad de decírselo, Hércules voló hacia el lugar de donde provenían los tiros.

Las chicas y yo nos quejamos por los giros tan bruscos del dragón, pero Hércules hizo caso omiso a nuestras quejas y tras unos segundos conseguimos divisar a lo lejos la causa de los disparos. Antes de que pudiéramos decir nada, Hércules decidió aterrizar en la azotea de un edificio que parecía seguir estando en condiciones.

Una vez nos bajamos del dragón y observamos el escenario en el que nos encontrábamos, al fin pudimos distinguir con claridad la causa de los disparos y de todo el ruido que había en el ambiente. Y es que desde esa azotea podíamos ver cómo a unos quinientos metros del edificio, atravesando una parte de campo y de secarrales, estaba el río, en el cual había un puente de madera muy grande que lo atravesaba. Al otro lado del puente había un parque enorme, de un par de kilómetros de largo, el cual rodeaba al barrio más famoso de Sesenya. Y si era tan famoso era porque era un barrio rodeado por una muralla de piedra enorme. Yo vivía en ese barrio antes del estallido.

Era de la muralla de donde provenían los disparos. En sus almenas había cientos de hombres disparando, tanto con armas de fuego como con arcos y flechas, a una horda de inferis que estaba atravesando el ancho del parque. Los inferis no presentaban una amenaza para la gente de la muralla, pero igualmente disparaban contra ellos, tal vez para despejar el parque y tener visibilidad del pueblo, aunque no lo sabíamos. Los inferis iban cayendo, ya que los soldados los mantenían a raya desde lo alto de la muralla. La mayor parte de los tiros y las flechas acertaban de lleno en las cabezas de los infectados y al ver eso supimos que era allí a donde debíamos ir. Con soldados entrenados, supuse que ese era el lugar que habían escogido los semidioses para atrincherarse y reunirse. Era algo obvio; visto desde un punto de vista estratégico, ese era el mejor lugar del pueblo para asentarse.

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