En esta época, en la que simplemente dejaba pasar los días por delante de mí, mi hermano me contó que había una vecina que por las noches se paseaba desnuda por su casa. Nunca logré verla, pero unos días más tarde la conocí. En el parque del barrio entablamos conversación y por motivos de trabajo me dijo que buscaba a alguien para que le cuidase a su hijo. Bueno, era una manera más de ganar algo de dinero, por lo que me ofrecí sin dudarlo y cada día iba a su casa, cuidaba de su hijo y esperaba hasta su regreso. A su llegada cada día hablábamos sin parar. Ella tenía veintiséis años y yo ya había cumplidos los quince. El día de su cumpleaños Elvira, que así se llamaba, me dijo que me haría un regalo especial. Me invitó a mi primer porro y acabamos liados en la cama. ¡Vaya cambio y vaya regalo! De un par de besos furtivos a ver a una mujer desnuda… Y no fue en una sola ocasión, sino que ocurrió más veces, tantas como yo deseaba. ¡Increíble! Mis padres se enteraron de este asunto y, bueno, evidentemente no les hizo la más mínima gracia.
De esta forma, tuve relaciones con otras mujeres; por supuesto, todas mayores que yo. En esta época yo era realmente independiente, incomprendido y muy osado, nada me daba miedo. Recuerdo un verano, probablemente el de ese mismo año, que con una paga del comercio donde trabajaba me compré una tienda de campaña, un billete de autobús y me fui de vacaciones a Peñíscola. A mi llegada llamé a mi madre y le dije: «Mamá, esta noche no ceno en casa». Toda una ironía; hacía tiempo que no hablaba con ella.
Mi dinero se acabó al poco tiempo de llegar allá. Hice amistad con las cuarentonas del camping donde me instalé y jugaba apostando a las cartas con ellas. Nunca fui bueno en juegos de azar, así que imagino que se dejaban ganar, pero sacaba suficiente como para poder pagar un día más de estancia en el camping . Me lo pasé en grande cuando conocí a Ana Belén, una mujer que tenía un coche fantástico y con quien tuve un asuntillo durante unos cuantos meses.
Siempre quise trabajar en lo que hago ahora, me apasiona la informática. En ese tiempo conseguí mi primer trabajo en regla y fue en otra tienda. Tenía unos diecisiete años, un contrato de aprendiz y ya me consideraban como el «gran experto en ordenadores». Tenía como compañero de trabajo a un chaval que se llamaba Gerardo, un poco mayor que yo. Nos hicimos muy amigos y además conocí a su novia, Rosana. Gerardo y Rosana son hoy en día, junto con Fidel, mis amigos en letras mayúsculas. Gerardo estaba hasta las narices de su madre y yo ni que decir de la mía, así que decidimos vivir juntos y nos alquilamos una casa en pleno centro.Nos íbamos a comer el mundo, queríamos hacernos millonarios. Conocimos en esta época a bastante gente que buscaba magia en las nuevas tecnologías.
No nos iba mal económicamente y Gerardo, que siempre ha tenido una buena cabeza para hacer dinero enseguida, entendió que la manera de sobrevivir era vender cintas de juegos en el mercadillo. La de pasta que pudimos fabricar en esos meses. Cada fin de semana podíamos sacar toda una fortuna para la época. Así que decidimos ir al Reino Unido, la meca de la informática, para comprar todo tipo de artilugios.
Estábamos bastante desahogados y nos alquilamos un apartamento cerca de Sotogrande. Estuvimos viviendo un par de meses por todo lo alto, celebrando mi mayoría de edad. Y, como a casi todo el mundo en esos años, me llegó la hora del servicio militar y me tocó en Burgos. No hay mucho que contar, salvo que aproveché para estudiar tanto como pude los textos que normalmente se enseñaban en la recién creada Facultad de Informática, que me encantaban. No me considero una persona con ideas suicidas, pero es cierto que, desesperado en una garita, me faltó poco para pegarme un tiro con una Zeta. Cuando salí de la mili comencé a trabajar en una pequeña empresa que había montado mi amigo Gerardo. Le iba bien y su negocio era bastante lucrativo.
Una noche de esos años salí a divertirme y en una discoteca, con amigos y vacilando, conocí a una chica de mi edad, que poco después se convirtió en mi mujer durante quince años. Se llamaba Sandra. Parecía simpática, valiente, seductora e interesante por su conversación. Comenzamos a salir juntos, quedábamos a menudo y lo pasábamos bien.Una tarde de verano, haciendo el amor en la casa de mis padres… ¡un preservativo se rompió! ¡Qué detalle! A pesar de que pones todo de tu parte, se rompió sin más. Y eso me rompió a mí la vida. Pocas semanas más tarde vinieron los vómitos, los llantos y los cambios repentinos de humor, así que después de hacer el consabido test de embarazo comprobamos que íbamos a ser padres.¡Teníamos veinte años! No podíamos ni debíamos tener un hijo tan pronto, así que le propuse interrumpir el embarazo. Se negó; me dijo que criaría sola a su hijo, que yo no debía preocuparme. No podía permitirlo. Como decía mi abuela, «a lo hecho, pecho». Le eché valor y hablé con mis padres. Ellos me apoyaron en todo. Al final nos casamos y, la verdad, nunca he estado en una boda tan cutre como la mía. Conseguí una casa con dos habitaciones en el barrio de la Inmaculada, tan cutre como la boda, por la que pagaba unas trescientas pesetas.
Por esas fechas hice una entrevista de trabajo para una pequeña empresa que necesitaba un informático. En cualquiera de los casos, el trabajo se me daba bien y eso no ha cambiado a lo largo de mi vida profesional. Enseguida me doblaron el sueldo y, además, para las noches me buscaba alguna chapuza. Vivíamos realmente bien, solo económicamente hablando, porque Sandra y yo no parábamos de discutir por todo. Así fue prácticamente desde el principio de nuestro matrimonio.Comencé a crecer mucho desde el punto de vista profesional; trabajaba en proyectos muy interesantes, me destinaban a diferentes ciudades de España, pasaba mucho tiempo fuera de casa.
Compramos un piso en el centro de León (eso ya era otra cosa; bonito, espacioso) y le pusimos toda la ilusión. Lo arreglamos y nos dio una temporada de paz entre nosotros,pero trabajaba tanto y sentía tanto estrés que de vez en cuando hasta me daban ataques de amnesia. No sabía quién era la mujer que estaba a mi lado en el coche, no sabía cómo funcionaba ni sabía dónde iba… ¡Un horror! Me hicieron un montón de pruebas médicas, intentando encontrar epilepsia o algo parecido. No encontraron nada.Yo no era un bendito entonces; el trabajo me malhumoraba y era fácil que pagara mis problemas en casa, con Sandra.
De este trabajo pasé a otro aún más interesante y estresante también. Ahora dirigía un grupo de gente, entre la que había una mujer, Beatriz, cuya contratación recomendé. Ella y yo conectábamos realmente bien en el trabajo. Era mi mano derecha y tenía una capacidad increíble para trabajar. Hablábamos sin parar de trabajo y de la vida en general. Una noche, sin apenas proponerlo, nos besamos. Ya llevaba casado unos siete años y en algún que otro momento flirteé con otras mujeres. En el caso de Beatriz, me gustaba estar con ella. A las pocas semanas me separé de Sandra. Una noche me sorprendió con Beatriz.
Uno de mis grandes problemas es la melancolía y lo mucho que me traiciona. Con la ayuda de mi madre, el chantaje de mi mujer para dejarme ver a mi hija y mi debilidad me hicieron volver con Sandra. Nunca volvió a ser lo mismo. Beatriz casi se muere de tristeza. Continuamos trabajando juntos hasta el final de los días en esa empresa y nuestra relación también continuó, pero tampoco fue lo mismo.
Aparte de liderar el grupo de trabajo, comencé a viajar por toda Europa, al principio de manera eventual en cada ciudad hasta que al final me instalé en Ginebra durante casi cinco años… A partir de entonces las cosas empezaron a ir a peor. La mala gestión de la dirección obligó a cerrar la empresa. Tuve problemas con el despido. Me prometí que en lo sucesivo no me involucraría tanto en el tema laboral. Me lancé en picado a por una oferta de trabajo que me ofrecieron en Málaga. Conseguí el empleo sin ningún problema. Nos levantamos bien temprano y en coche, después de nueve horas, llegamos a destino. Sandra se quedó esperándome. Cuando llegué le dije: «¡Cariño, hemos conseguido este trabajo!». Ella me respondió que nunca vendría a vivir a Málaga. Ese fue el principio del fin. En Málaga pasé la que probablemente ha sido la mejor época de mi vida. Era tan feliz que tenía miedo de que fuera algo enfermizo. Durante dos años la euforia fue mi compañera de viaje. Me divorcié; simplemente, se acabó. Continué teniendo algo con Beatriz, pero… ¡Qué curioso! No sabíamos estar juntos si no nos estábamos escondiendo. Éramos casi dos extraños después de tantos años.
Читать дальше