1 ...7 8 9 11 12 13 ...26 En su visión a largo plazo, la que va a llevar a Rodó a la Antigüedad, no elige las sociedades europea o estadounidense como modelos, antes, por el contrario, las ve como estadios que hay que superar. Al igual que los pensadores del Renacimiento europeo, recurre a la Antigüedad griega para repensar el presente y el futuro. Este recurso podría ser interpretado como un dejo aristocratizante mediante el cual se deja traslucir una mirada conservadora de parte de alguien que se está dirigiendo a una élite. No obstante, si la explicación de este recurso se hace teniendo en cuenta cuál es el objetivo perseguido por Rodó, el sentido cambia radicalmente. De los griegos retoma lo que él considera el “florecimiento de la plenitud de nuestra naturaleza”, resultado de la “eterna juventud” griega. De esta plenitud “nacieron el arte, la filosofía, el pensamiento libre, la curiosidad de la investigación, la conciencia de la dignidad humana, todos esos estímulos de Dios que son aún nuestra inspiración y nuestro orgullo” (Rodó, 1993, p. 6). La “conciencia de la dignidad humana”, que es el rasgo que interesa destacar aquí del rescate que hace Rodó de la Grecia antigua, está relacionada a lo largo del Ariel con el papel activo del individuo en la construcción de sí mismo y, por tanto, de la sociedad.
De la Antigüedad griega retoma Rodó que el ser humano es sujeto activo de la construcción del mundo social. No la busca en el ideal ilustrado, porque considera que no se trata del simple uso de la razón, vacía de contenido, la que va a permitir dar el salto cualitativo que juzga se requiere para salir de la encrucijada a la que llegó la modernidad europea occidental. La razón ilustrada aparece vacía de contenido, porque hizo una escisión en el ser humano entre conciencia y obligación, que, a su vez, se tradujo en la separación de verdad, belleza y bondad. Para Rodó, esta separación está consagrada en el mismo Kant. Dice en un pasaje del Ariel:
Cuando la severidad estoica de Kant inspira, simbolizando el espíritu de ética, las austeras palabras “Dormía, y soñé que la vida era belleza; desperté, y advertí que ella es deber”, desconoce que, si el deber es la realidad suprema, en ella puede hallar realidad el objeto de su sueño, porque la conciencia del deber le dará, con la visión clara de lo bueno, la complacencia de lo hermoso. (1993, p. 18)
Ir a la Antigüedad no es un simple recurso de un escritor que ha sido calificado de “idealista”, por su crítica al utilitarismo del siglo XIX, sino que tiene todo el sentido de quien observa con claridad que, en la construcción del ser humano, han existido puntos de quiebre significativos que es necesario repensar para adquirir perspectiva frente a una construcción de futuro. La socióloga mexicana Laura Ibarra ha señalado cómo en la Grecia antigua “se adquiere la conciencia de que el orden en el mundo es un orden sobre el que se puede disponer” (2011, p. 172). La remontada más allá de la Ilustración le sirve para pensar no solo América Latina, sino repensar la misma tradición europea occidental. Un “individuo activo” en vez de un “individuo ilustrado” es lo que permite a Rodó concebir un proceso social abierto que se va configurando a la par que se van haciendo quienes lo conforman, y no un proceso con una razón ilustrada como meta predeterminada y que los individuos con valor deben alcanzar para llegar a la mayoría de edad, como en el ideal kantiano. En esta medida, ni Europa ni los Estados Unidos son puntos por alcanzar, a lo sumo como cualquier logro humano, referencias por las que hay que pasar para seguir de largo.
La idea de que del orden del mundo social se puede disponer en pleno sentido, y no en el restringido de la Ilustración que Rodó ve a través de Kant, es la que sustenta su concepción del papel activo del individuo en el proceso social y su recurso a la juventud como fundamento de transformación. Sobre la dedicatoria que tiene el Ariel, “A la juventud de América”, se pueden hacer distintas interpretaciones: que está dirigido a una generación en especial (Gutiérrez Girardot, 2006; Alvarado, 2003), que es el uso de un símbolo de una “renovación apocalíptica” al estilo de las que se dieron a lo largo del siglo XIX en Europa (Burrow, 2001). Sin embargo, en clave de entender el papel activo del individuo, un camino más adecuado es atenerse a la misma simbología de Rodó: “Yo os digo con Renán: ‘La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la Vida’”.
A través de la figura de la juventud, como disposición frente a la vida, es que Rodó plantea que el individuo es sujeto activo en el proceso social. No hay en el Ariel “esencialismos”, el futuro es abierto a la construcción por parte de individuos que, si bien pueden estar atados a una tradición, no significa una determinación absoluta. En su pensamiento hay claridad sobre que en la sociedad humana no había una determinación ni intrínseca ni extrínseca, y, en este sentido, los cursos de acción no estaban predeterminados. En un pasaje del Ariel, se lee:
Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváis dentro de vosotros mismos. No creáis, sin embargo, que ella esté exenta de malograrse y desvanecerse, como un impulso sin objeto, en la realidad. De la Naturaleza es la dádiva del precioso tesoro; pero es de las ideas, que él sea fecundo, o se prodigue vanamente, o fraccionando y disperso en las conciencias personales, no se manifieste en la vida de las sociedades humanas como fuerza bienhechora. (Rodó, 1993, p. 7)
A renglón seguido, recurriendo a la Antigüedad griega, se pregunta Rodó:
¿No nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentimiento ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda? ¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual? (1993, p. 8)
El acento en el individuo no aparece en Rodó como simple ingenuidad voluntarista. La educación, espacio privilegiado para el ensayista uruguayo en la construcción del futuro, era necesario hacerla en relación con otros y en la confrontación permanente. “Ninguna firme educación de la inteligencia puede fundarse en el aislamiento candoroso o en la ignorancia voluntaria” (1993, p. 9). No se trata de individuos que mediante su acción prefiguren el mundo social futuro, sino del lento proceso de transformación que se opera a través de la educación. Por esto, el Próspero del Ariel hablando de la humanidad del futuro les dice a sus discípulos:
No seréis sus fundadores, quizá; seréis los precursores que inmediatamente la precedan. En las sanciones glorificadoras del futuro, hay también palmas para el recuerdo de los precursores. Edgar Quinet, que tan profundamente ha penetrado en las armonías de la historia y la naturaleza, observa que para preparar el advenimiento de un nuevo tipo humano, de una nueva unidad social, de una personificación nueva de la civilización, suele precederles de lejos un grupo disperso y prematuro, cuyo papel es análogo en la vida de las sociedades al de las especies proféticas de que a propósito de la evolución biológica habla Héer. El tipo nuevo empieza por significar, apenas, diferencias individuales y aisladas; los individualismos se organizan más tarde en “variedad”; y por último, la variedad encuentra para propagarse un medio que la favorece, y entonces ella asciende quizá al rango específico: entonces —digámoslo con las palabras de Quinet— el grupo se hace muchedumbre, y reina. (1993, p. 50)
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