Jorge Humberto Ruiz Patiño - Las desesperantes horas de ocio

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Al finalizar el siglo XIX, la clase alta de Bogotá se divertía con conciertos de ópera, corridas de toros en la forma moderna, carreras de caballos al estilo inglés y carreras de bicicletas. Si bien los teatros, el hipódromo y el circo de toros fueron los lugares de recreo predilectos de ese grupo social, al igual que los parques y jardines, esto no siempre fue así. Durante los primeros años de la república y parte de la segunda mitad del siglo XIX, los bogotanos gozaban con las diversiones heredadas de la Colonia: corridas de toros en la forma tradicional, riñas de gallos y juegos de azar. En Las desesperantes horas de ocio, Jorge Humberto Ruiz estudia cómo el cambio histórico en el orden de las diversiones en Bogotá estuvo relacionado, principalmente, con las representaciones de las diversiones de origen colonial dentro de la disputa partidista, la formación de un ámbito de los espectáculos públicos, la transformación de las plazas coloniales en parques y jardines, y la representación del tiempo como un bien escaso, que debía ser usado en beneficio de la perfectibilidad humana. De este modo, este libro profundiza y expande los estudios sociales sobre la fiesta, las diversiones y el ocio en Colombia al demostrar que su historia es también una historia de cómo se conciben el tiempo, el trabajo y aquello que los seres humanos son y crean cuando pueden estar juntos en su tiempo lúdico.

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Las corridas de toros, los juegos de azar y el consumo de alcohol constituyen una continuidad respecto a los rituales cívicos y religiosos coloniales, de tal modo que si la celebración del 20 de julio rompió con la fiesta cívica colonial y compitió con la fiesta religiosa en cuestiones de legitimidad política y social, compartió con ellas —y heredó— sus elementos lúdicos. Durante la Colonia se realizaban corridas de toros con motivo de la llegada al trono de un monarca, del recibimiento a algún nuevo virrey que llegara a la ciudad o de cualquier otro evento que se considerara de importancia para recrear el poder colonial. Por ejemplo, las juras de Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, así como la llegada del virrey Solís a la ciudad y el nombramiento del hermano de este último como cardenal en 1757, se celebraron con fiestas reales y corridas de toros (Ibáñez 1913 y 1915).

Las corridas de toros también fueron un elemento importante en la celebración de fiestas religiosas como el Corpus Christi y el San Juan. En la primera de estas fiestas, dicha diversión tenía lugar durante los ocho días posteriores a los festejos oficiales, llamados octavas, y en los que se expresaba el carácter popular de la celebración en las distintas parroquias de la ciudad (Ibáñez 1913; Friedmann 1982; Vargas 1990). El San Juan era una celebración con similar fastuosidad a la del Corpus, pero de carácter más popular y en la que además de corridas de toros también se efectuaban corridas de gallos y carreras de caballos (Ibáñez 1913; Tovar 2009). Esta fiesta fue objeto de control y sus diversiones estuvieron prohibidas en distintos momentos durante la Colonia, pues la bebida, los juegos de azar y las demás actividades de goce popular se catalogaron como caóticas y violentas, al mismo tiempo que interferían en el cumplimiento de los oficios religiosos y laborales de la población (Ibáñez 1913; Lara 2015; Pita 2007; Vargas 1990; Tovar 2009). 11

A inicios del periodo republicano los extranjeros que llegaron a Bogotá comentaban que los juegos de azar eran una diversión constante entre los bogotanos, y que en las fondas y chicherías a menudo era posible encontrar personas de diferentes clases sociales jugando a los naipes o cualquier otro juego de esta clase (Boussingault 1892/1985; Hettner 1882/1976; Rothlisberger 1897/1993). Las riñas de gallos también fueron una diversión muy difundida que, aun cuando tenían lugar regularmente los domingos, se intensificaban —igual que el juego y el consumo de chicha— durante las festividades patrias y religiosas (Gosselman 1825/1981; Hettner 1882/1976; Steuart 1838/1989).

Otras diversiones incluidas en las fiestas patrias, pero que generalmente tenían lugar en tiempo no festivo, eran los bailes y el teatro. Las crónicas de viajeros extranjeros relatan que los bailes de los sectores populares se hacían en las chicherías al son de bambucos cantados bajo el entusiasmo proporcionado por la chicha (Hettner 1882/1976), mientras que los sectores altos de Bogotá se reunían en sus viviendas a bailar, regularmente cada semana o cuando se celebraba algún cumpleaños, bautizo o matrimonio, en torno al “valse colombiano o la contradanza española [que] constituían el repertorio de los danzantes” (Cordovez Moure 1893, 9). Este repertorio se modificó a partir de la tres últimas décadas del siglo XIX con la introducción de la polka, el vals de Strauss y la cuadrilla, ritmos extranjeros que llegaron a la ciudad gracias a la regularización de la navegación a vapor por el río Magdalena y al aumento de los viajes de colombianos de la clase alta al exterior (Cordovez Moure 1893, 14). 12

En cuanto al teatro, en Bogotá solo hubo un establecimiento para representaciones escénicas hasta la década de 1890, cuando se inauguró el Teatro Municipal y se remodeló en 1892 el teatro que hasta ese momento llevaba el nombre de Maldonado, y que a partir de entonces se llamó Teatro Colón. Hasta la segunda mitad del siglo XIX, las obras teatrales en la ciudad consistían en piezas clásicas, como dramas, comedias y tragedias (Cordovez Moure 1893; Ibáñez 1923, 443), pero a partir de 1850 comenzaron a llegar compañías de zarzuela y ópera, cuya calidad fue mejorando a partir de la construcción de dichos teatros ( figura 3): 13

Malos dramas, en lo general, y malas traducciones extranjeras, en manos de malísimos actores, pervirtieron el gusto; y no fue sino años después cuando comenzó a regenerarse nuestra escena dramática por compañías españolas, y la lírica mucho más tarde, por italianas. (Ibáñez 1923, 443) 14

De forma similar a lo descrito respecto a los aires musicales europeos —la zarzuela y la ópera—, durante las tres últimas décadas del siglo XIX comenzaron a observarse en Bogotá algunas formas novedosas de diversión, como carreras de caballos a la inglesa, corridas de toros de estilo español y carreras de velocípedos, diversiones incorporadas rápidamente a la celebración de la fiesta de Independencia en contraposición a las corridas de toros de herencia colonial, a los juegos de azar y al consumo de alcohol. La llegada de estos divertimentos fue correlativa a la mayor frecuencia de los viajes al exterior por parte de colombianos de la clase alta a partir de 1880 (Martínez 2001), a la regularización de la navegación a vapor por el río Magdalena y al aumento del comercio internacional con la dinamización de las exportaciones de tabaco entre 1850 y 1870, y de café entre 1870 y 1900.

FIGURA 3Cartel de función de ópera Teatro Maldonado 1864 Fuente Carteles de - фото 6

FIGURA 3.Cartel de función de ópera, Teatro Maldonado, 1864

Fuente: Carteles de presentaciones de conciertos de óperas (1848-1916) . Sección de Libros Raros y Manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango.

Con los flujos de exportación también se incrementaron las importaciones, conformadas principalmente por textiles y en menor medida por manufacturas y bienes de capital (Palacios y Safford 2002, 374). 15Pero aumentó igualmente el consumo de bienes suntuosos europeos —de los cuales una quinta parte procedía de Francia—, tales como prendas de seda, cueros y licores (Palacios y Safford 2002, 375), así como otros artículos relacionados con las nuevas diversiones, como galápagos franceses para usar en las carreras de caballos, velocípedos importados desde Boston o cachuchas para ciclistas confeccionadas en Londres (“Para las carreras” 1894; “Velocípedos” 1895a; “Velocípedos” 1895b; “Ciclistas” 1899).

A finales del siglo XIX, cuando en Bogotá apenas comenzaban a desarrollarse dichas diversiones, en Europa ya mostraban un estado avanzado de expansión social, geográfica y económica, y en algunas ciudades de América Latina pasaban por notables procesos de desarrollo (Borsay 2006; Cross 1990; Rearick 1985; Uría 2003). Con relación a la ópera, por ejemplo, no hay que comentar demasiado sobre la fuerte influencia que ejercía el arte lírico italiano en el mundo y su asentamiento en París con la construcción de grandes teatros, como el de La Ópera, inaugurado en 1875. En la Ciudad de México, por otro lado, las temporadas de ópera se habían regularizado desde 1870 con una creciente cantidad de presentaciones en el Teatro Nacional, construido en 1844, lugar que también acogió al teatro de variedades (Beezley 2004), propuesta de bajo costo orientada a los sectores medios y bajos de la sociedad y que se encontraba muy difundida en Londres, París y Madrid. 16En Buenos Aires las artes escénicas tenían un amplio desarrollo con un total de veintinueve teatros en 1890 (Cecchi 2016, 44), de los cuales los más representativos eran el Politeama, el Colón y el Ópera, este último inaugurado en 1889 con luz eléctrica y capacidad para dos mil personas (Cecchi 2016, 13). Por otro lado, para el año de 1900 dicha ciudad registró alrededor de “un millón y medio de concurrentes entre teatros y otros lugares de diversión” (Cecchi 2016, 13).

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