Jorge Humberto Ruiz Patiño - Las desesperantes horas de ocio

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Al finalizar el siglo XIX, la clase alta de Bogotá se divertía con conciertos de ópera, corridas de toros en la forma moderna, carreras de caballos al estilo inglés y carreras de bicicletas. Si bien los teatros, el hipódromo y el circo de toros fueron los lugares de recreo predilectos de ese grupo social, al igual que los parques y jardines, esto no siempre fue así. Durante los primeros años de la república y parte de la segunda mitad del siglo XIX, los bogotanos gozaban con las diversiones heredadas de la Colonia: corridas de toros en la forma tradicional, riñas de gallos y juegos de azar. En Las desesperantes horas de ocio, Jorge Humberto Ruiz estudia cómo el cambio histórico en el orden de las diversiones en Bogotá estuvo relacionado, principalmente, con las representaciones de las diversiones de origen colonial dentro de la disputa partidista, la formación de un ámbito de los espectáculos públicos, la transformación de las plazas coloniales en parques y jardines, y la representación del tiempo como un bien escaso, que debía ser usado en beneficio de la perfectibilidad humana. De este modo, este libro profundiza y expande los estudios sociales sobre la fiesta, las diversiones y el ocio en Colombia al demostrar que su historia es también una historia de cómo se conciben el tiempo, el trabajo y aquello que los seres humanos son y crean cuando pueden estar juntos en su tiempo lúdico.

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La elección del liberal José Hilario López como presidente el 7 de marzo de 1849 fue posible gracias a una alianza entre el sector joven letrado del Partido Liberal y la Sociedad de Artesanos, organización gremial que inicialmente aglutinó al artesanado bogotano, fundada en 1847 como respuesta a la política librecambista del gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849). Aunque los jóvenes liberales abrazaban el librecambio, la alianza entre estos dos sectores se gestó desde su ideario político —no económico— (König 1994), pues los principios de la Revolución francesa recuperados por la élite liberal a partir de la Revolución de 1848 —especialmente aquellos de fraternidad y libertad— permitieron interpelar efectivamente al artesanado (Palacios y Safford 2002).

De este modo, la conmemoración de la Independencia como fiesta ritualizada permitió sintetizar, al menos temporalmente, la negación del pasado colonial con el ideario político liberal y las expectativas políticas del artesanado como fundamento del poder político. No en vano los actos celebratorios de dicho 20 de julio estuvieron acompañados con la manumisión de cuarenta y cuatro esclavos, la bandera nacional en alto —tanto en edificios del gobierno civil como en iglesias— y una procesión en la que la imagen de Santa Librada, protectora del artesanado colombiano, estuvo acompañada por el presidente de la República y una comitiva de la Sociedad de Artesanos (González 1998, 67).

En relación con lo anterior, un elemento que Marcos González no identifica plenamente es el ámbito de legitimidad que el liberalismo entró a disputar a la Iglesia católica. El autor resalta el vacío que llenó la fiesta del 20 de julio respecto a la representación del orden jerárquico social que se expresaba durante las fiestas civiles en honor a las autoridades coloniales, pues a partir de la fiesta patria y del control del espacio-tiempo festivo —como él lo llama—, “los homenajes y tributos rendidos durante la Colonia a los representantes del poder monárquico [girarán] ahora en torno a los gloriosos héroes de la emancipación” (González, Jaimes y Rodríguez 1994, 214).

Pero lo que este autor no observa es que el liberalismo, como parte de su anticlericalismo, al excluir de la fiesta patria al poder religioso contrapuso a las fiestas religiosas el ritual republicano. 4No se trató únicamente de ocupar un vacío de representación dejado por una constelación de poder ya obsoleta, sino de una lucha por la representación del orden social presente poscolonial. Las jerarquías sociales, entonces, además de ser recreadas por las fiestas religiosas en cabeza de la Iglesia católica, también se expresaron por medio de las fiestas patrias fomentadas desde el Estado. En este contraste aflorarán las posiciones ideológicas de cada partido respecto a su contraparte.

El calendario festivo heredado de la Colonia, sofisticado instrumento que regulaba la actividad social con la definición de los días de descanso y trabajo, y que marcaba el ritmo de la ciudad —en cuanto a la emotividad social— con la distribución del año en periodos disruptivos y no disruptivos de la cotidianidad, se amplió con la incorporación de la celebración de la Independencia. Esta inserción adicional implicó que se formara una tensión en la definición de las fronteras relacionadas con las categorías de pasado, presente y futuro, pues todo acontecimiento consignado en un calendario, además de estar inscrito en una posición de antelación o sucesión respecto a otros acontecimientos, puede expresar también los hitos con los que una sociedad cualquiera determina la extensión de su presente en relación con la experiencia pasada de la cual se alimenta.

De esta forma, a la concepción de un pasado mítico-religioso que se repite cíclicamente e informa de esta manera al presente, se agregó otra que definió los límites entre el pasado y el presente desde acontecimientos de tipo político, con lo cual todos los hechos anteriores a la guerra de Independencia conformarían el tiempo pasado, mientras que los hechos posteriores a ella harían parte del tiempo presente y abrirían las puertas a la formación de expectativas futuras. La oficialización de la celebración de la Independencia, entonces, además de constituir una disputa por la representación del orden social, indicaba también una lucha por el ordenamiento temporal de la sociedad, aspectos que de ninguna manera estaban desligados.

En 1880 termina la “era liberal” 5con la elección de Rafael Núñez como presidente de la República (1880-1882) y con el inicio de la Regeneración, régimen político que va desde dicho acontecimiento hasta el comienzo de la guerra de los Mil Días (17 de octubre de 1899). Durante este régimen, caracterizado por legitimarse a partir de una crítica al liberalismo radical y por el desarrollo de políticas opuestas a las reformas liberales de los años anteriores, 6continuó celebrándose la fiesta de la Independencia y se incorporaron otros nuevos festejos al calendario como parte de la disputa por la representación del orden social y político. Las dos festividades más importantes de las dos últimas décadas del siglo XIX fueron el centenario del natalicio de Simón Bolívar, en 1883, y la conmemoración del cuarto centenario de la llegada de Cristóbal Colón al continente americano, en 1892.

Según Amada Pérez (2010), la conmemoración del natalicio de Simón Bolívar y la asociación entre la imagen de Cristo y la de aquel como mártires abandonados por su pueblo en el momento de su muerte permitió a la Regeneración conciliar la Independencia con los valores hispanos, considerados por este régimen como el mejor instrumento para integrar la nación y mantener el orden social. Dicha conciliación se buscó estrechar también a partir de la asignación de una doble paternidad a la patria, la de Colón, como primer padre, y la de Bolívar, como gestor de la nación (Pérez 2010, 78). La recuperación de la figura de Colón se consolidó con la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América, fiesta que, según Marcos González (2012), sacralizó los legados del hispanismo, representados principalmente en la religión católica y la lengua castellana. Aunque estas dos celebraciones entraron a disputar el espacio de representación, su realización no dejó de ser coyuntural, por lo que las fiestas patrias durante el siglo XIX continuaron estando en el centro del ritual republicano y de las tensiones por la representación del orden social y político, tal como se verá en el siguiente capítulo. 7

La fiesta patria fue concebida como un evento de reivindicación del trabajo que permitiría a campesinos, artesanos y a cualquier individuo que realizara toda suerte de arte u oficio “presentar a la vista de sus compatriotas las producciones de su injenio i de su industria, los adelantos que cada uno haya hecho en su respectiva profesión [y] las mejoras útiles que haya introducido”. 8Esta propuesta se buscó complementar con la organización de regocijos públicos “honestos i útiles al mismo tiempo, como por ejemplo, los juegos jimnásticos, las carreras a pié, a caballo i en carros, la lucha, el tiro al blanco i otros semejantes”, 9disposición que no se llevó a cabo, pues las diversiones honestas que se mencionan tenían escaso desarrollo en Bogotá para dicha época, si es que acaso se conocían en la ciudad, por lo que los regocijos terminaron efectuándose con diversiones de otra clase, como corridas de toros, juegos de azar, representaciones teatrales, fuegos artificiales, bailes y consumo de alcohol 10(Carrasquilla 1866; Cordovez Moure 1893/1942a; Guarín 1884/1946; Santander 1866).

El incumplimiento de aquellas disposiciones y la frustración de sus nobles objetivos respecto a los regocijos y diversiones debieron estar en la base de las constantes críticas que recibieron las fiestas patrias durante el siglo XIX, cuestionamientos que fueron disminuyendo en intensidad hacia finales de siglo con la incorporación de otras diversiones, como carreras de caballos a la inglesa y carreras de velocípedos.

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