Invitó a Sherry y a sus compañeros de clase a un futuro diferente, a uno en el que llegasen a conocerse a sí mismos y en el que gracias a ese conocimiento aprendieran a crear y a crecer. «Confío en que todos en esta clase os decidáis a tomar el control de vuestras vidas, a llegar al fondo de vosotros mismos, a explorar quiénes sois y qué tenéis, y a aprender a utilizar esas facultades interiores». Se detuvo y miró a los que estaban sentados en la última fila. «No por el éxito, no por hacerse notar; eso no es importante. Lo que es importante es que cumpláis con vuestra necesidad personal de seguir creciendo».
Para ser creativo, repetía una y otra vez, es necesario comprenderse a uno mismo, incluidas las fortalezas y debilidades personales. Se debe aprender a integrar las capacidades propias, a adiestrarlas para que se respalden unas a otras. Para ello, se debe abrir un diálogo con el yo interior. Baker pedía a los estudiantes que tuvieran siempre a mano un cuaderno para anotar sus reacciones a los ejercicios. «Escribid la historia de vuestra vida hasta hoy, y escribid vuestras reacciones a todo lo que hacemos». Escribid a lápiz, les decía, «o con ceras de colores. Con lo que queráis». Lo más importante es que os examinéis a vosotros mismos y la manera en que trabajáis. «Habituaos a las pautas que hacen que broten cosas de vuestra mente y de vuestra imaginación. Descubrid cuándo y en qué momentos del día trabajáis mejor y qué es lo que os motiva». ¿Es el enojo o el sosiego? ¿El deseo de demostrar que otro está equivocado? «¿Qué tipo de necesidades interiores queréis satisfacer?», les preguntaba.
Baker decía a la clase que todo lo que llegasen a crear procedería del interior de cada uno de ellos, y que por eso es por lo que debían conocerse a sí mismos. Esa era la razón por la que tenían que escribir la historia de sus vidas y aprender a conversar con ellos mismos, para así encontrar lo que hay en su interior; y para descartar las partes que se han hecho viejas y han quedado obsoletas; y para mejorar y poner en uso los elementos personales que son únicos, hermosos y útiles.
A partir de ahí, todos los días empezaban las clases con ejercicios físicos, «para hacer que fluya la sangre», les decía Baker. «No puedo trabajar con vosotros si estáis cansados y con desgana», añadía. «Quiero que la sangre fluya y que vuestra mente se muestre aguda».
Años más tarde, mucho después de que Sherry hubiera ayudado a rediseñar ciudades, publicado una novela, realizado documentales de televisión y trabajado en proyectos por todo el mundo, rememoró cómo había empezado a desarrollarse esta experiencia excepcional de aprendizaje. Baker hablaba a los estudiantes del trabajo y les decía que tenían que encontrar lo que provocaba que dejasen de trabajar. Escribid un ensayo, les decía, sobre vuestra resistencia a poneros a trabajar; sondead vuestras costumbres; pensad en alguna tarea realmente creativa que hayáis hecho anteriormente, y preguntaos qué tuvisteis que hacer antes de abordarla: ¿qué circunstancias os rodeaban?, ¿cuál era vuestro estado de ánimo?, ¿os tumbasteis a la bartola?, ¿os fuisteis a dar una vuelta?, ¿mirasteis por la ventana?, ¿os hizo falta un lugar cerrado, sin distracciones?, ¿un espacio abierto?, ¿a dónde fuisteis? Visualizaos trabajando y después poneos manos a la obra. «Yo lo primero que necesito es comerme un helado», confesó Baker.
«Faulkner –contó a la clase– se subía a menudo a un árbol. También pasaba horas con los zapatos quitados, sentado en la tienda local junto al mostrador de las revistas, escuchando a la gente entrar y salir. Y se cuenta que escribió entera Mientras agonizo tumbado sobre una carretilla puesta boca abajo que se hacía servir para transportar leña y alimentar una caldera en la University of Mississippi».
El objetivo no es hacer lo que Faulkner hizo, sino comprenderse a uno mismo: explorar quién eres, cómo funciona tu mente y lo que te aleja del trabajo. Decía a los estudiantes que el curso trataba fundamentalmente sobre ellos mismos; que en él se explorarían las formas en que reaccionaban al trabajo y que llegarían a familiarizarse con ellos mismos de manera que acabarían sabiendo lo que podrían aportar a la mesa de trabajo. «Muchas veces os despertaréis a las tres de la mañana, y deberíais levantaros y poneros a trabajar. Si vuestra mente se encuentra despierta y con energía, levantaos y trabajad. ¿Qué son unas horas de sueño perdidas comparadas con poder hacer algo?».
«Puede que incluso tengáis que llegar a amenazaros para poneros a trabajar», reflexionaba Baker. Pensad cómo será cuando seáis viejos, cuando os acerquéis a la muerte. ¿Ya habréis muerto en vuestro interior, o vuestra mente se mantendrá viva con ideas nuevas que sin lugar a dudas serán vuestras?
En primer lugar, debéis aprender sobre vosotros mismos. A continuación, encontrad una gran tarea creativa de vuestra mente que sea capaz de entusiasmaros: ved su reflejo en otros y en vosotros mismos, investigad lo que hay detrás de esa tarea, buscad su naturaleza interna y explorad las posibilidades que sugiere. Después, descubrid vuestra pasión y dejaos llevar por ella. «Si no sois capaces de entusiasmaros, nunca produciréis nada», les advertía Baker.
Sherry apenas se volvió en su silla giratoria para poder dar un vistazo fugaz al lugar extraño en el que se encontraba. En los años siguientes, sobre esos cuatro escenarios, ella llegaría a ver un deslumbrante despliegue de luces y sonidos, un popurrí de escenas capaz de hacer estallar las mentes y de agitar a la audiencia con una colección de colores y texturas, líneas y ritmos, contornos y sonidos. Esas actuaciones mezclarían películas y actores en directo, quebrantarían todas las reglas del teatro y distorsionarían sus sentidos. Hamlet aparecería como tres personajes, todos ellos trotando por esos escenarios girados que se levantaban desde el fondo y que permitían a los espectadores retroceder en el drama girándose a su vez en sus sillas para seguir el desarrollo de la obra. No caería telón alguno para detener el movimiento. No existirían barreras para el espacio o el tiempo, sólo acción derramándose sin parar sobre la sala.
Pero, por el momento, ella seguía absorta en las palabras de un único hombre, sentado en el borde de uno de esos cuatro escenarios y hablando de una forma que la incomodaba tanto como la complacía. Baker advertía a los estudiantes de que las buenas ideas o los buenos resultados no llegan pronto, y que si lo hacen es únicamente a unas pocas personas selectas. «Si queréis aprender algo –les confesaba–, debéis poneros a trabajar firmemente en ello. Debéis explorar, probar, cuestionar, relacionar, hacer caso omiso al fracaso y perseverar, para finalmente acabar rechazando las primeras respuestas fáciles y los enfoques sencillos. Debéis seguir buscando algo mejor. No os preocupe –continuaba– que vuestros primeros intentos resulten “raquíticos”. Cosas mejores llegarán con el trabajo». «Cuando era un chaval –les contó– jugaba de receptor en el equipo de béisbol del barrio. Antes de haber acabado en el instituto debí de haber efectuado cientos de lanzamientos a la segunda base para conseguir acertar en el sitio», con precisión. «Pero tuve que seguir practicándolo una y otra vez hasta que al fin eché músculos. Pensad la de veces que tiene que costar llegar a producir una obra valiosa y “auténticamente madura”».
Ese primer día, después de la clase, Paul Baker pidió a Sherry Kafka y a algunos estudiantes más que lo acompañasen a tomar un café. Fueron muy cerca, hasta una de esas tiendas pasadas de moda con un mostrador en forma de U, donde unos pocos estudiantes sorbían brebajes de soda sentados en taburetes redondos de color rojo. 7 Baker sacó un formulario que Sherry había rellenado sobre ella misma. «Veo que quieres ser escritora», le comentó.
Читать дальше