Este es un libro sobre personas creativas y sobre cómo llegaron a serlo. Estas personas creativas fueron a la universidad y salieron de esa experiencia como hombres y mujeres dinámicos e innovadores que cambiaron el mundo en el que vivían. ¿Cómo sus experiencias universitarias, particularmente sus interacciones con los profesores, pudieron cambiar sus patrones de razonamiento? Si bien estas cuestiones pueden ser del máximo interés para actuales y futuros estudiantes universitarios, también profesores y padres encontrarán aquí soluciones para fomentar el desarrollo de la creatividad y el aprendizaje en profundidad.
¿A QUIÉN ESTUDIAMOS Y POR QUÉ?
He comenzado con la historia de Sherry Kafka porque su experiencia en ese curso de Paul Baker refleja muchos de los conceptos y enfoques básicos con los que nos encontraremos en repetidas ocasiones, y porque ese curso transformó la vida de cientos de personas que más tarde fueron científicos, músicos, médicos, carpinteros, historiadores, pintores, peluqueros, filántropos, editores, líderes políticos, profesores, filósofos, escritores, diseñadores, ingenieros, y toda una serie de personas creativas de cualquier tipo imaginable. Lo que hicieron aquellos que fueron los «mejores estudiantes» fue cursar una asignatura extraordinaria, frecuentemente muy alejada de su área de estudio principal, y utilizar las experiencias obtenidas en esas clases para cambiar sus vidas.
Persiguieron el desarrollo del poder dinámico de la mente –ni las matrículas de honor ni tampoco dedicarse simplemente a sobrevivir en la universidad– y ese objetivo se convirtió en su meta principal. En el curso de Baker aprendieron un lenguaje nuevo de creatividad que se centraba en lo que uno hacía con el espacio, el tiempo, el movimiento, el sonido y el contorno. Sherry y sus compañeros de clase llegaron a entenderse mejor a ellos mismos y, partiendo de ese conocimiento, consiguieron apreciar las cualidades y experiencias únicas que podían ofrecer a cualquier proyecto. A su vez, conforme iban sabiendo más sobre ellos mismos, más crecía su confianza y más estimaban las cualidades especiales y los logros de todos los demás. Se convirtieron en estudiantes de las historias de otras personas –en ciencias, en humanidades y en artes–. Y lo más importante, encontraron una manera de motivarse a sí mismos para trabajar.
Debería decir ahora que este libro no trata sobre personas que sacaron las notas más altas en la universidad. La mayoría de los libros y artículos escritos acerca de cómo ser el «mejor estudiante» se concentran únicamente en cómo conseguir buenas notas. Pero mi compañera entrevistadora, Marsha Bain, y yo íbamos detrás de un premio mayor. Queríamos saber cómo le iba a la gente después de terminar sus estudios en la universidad, y las personas que acabamos eligiendo lo fueron únicamente en el caso de que hubieran aprendido en profundidad y de que se hubieran convertido luego en individuos altamente productivos que continuaban creciendo y creando. Queríamos encontrar a personas interesantes conocedoras de este mundo, difíciles de engañar, curiosas, humanitarias, con pensamiento crítico, creativas y felices. Buscábamos a hombres y mujeres que disfrutaran de un reto, ya fuera aprender una lengua nueva o resolver un problema, que se sintieran cómodos con lo extraño y lo desafiante, que se divirtieran buscando soluciones nuevas y que se sintieran a gusto con ellos mismos.
Queríamos saber cómo habían llegado a ser así, cómo encontraron su pasión, cómo consiguieron lo máximo de su educación, cómo podemos aprender de ellos. En algunos casos, estos creativos en la resolución de problemas, absolutamente seguros de sí mismos, aprendieron a pesar de la universidad; en otros, prosperaron gracias a las maravillosas experiencias con las que allí se encontraron. Algunos de ellos tuvieron éxito siempre; otros pasaron la mayor parte de sus años de instituto sobreviviendo a duras penas para acabar escapándose del pelotón ya en la universidad, o incluso más tarde.
Buscábamos a personas que se hubieran distinguido por hacer grandes descubrimientos o por haber encontrado formas nuevas de pensamiento, que tomaran buenas decisiones y que tuvieran suficiente confianza en sí mismas para explorar, inventar, cuestionar... Un médico que hubiera puesto a punto una práctica pionera, un profesor capaz de transformar completamente las vidas de sus estudiantes, un actor que cambiara la manera en la que el público se ríe, un escritor que cautivara a sus lectores, un músico que redefiniera la música, un albañil innovador o un diseñador de moda, ejemplos todos de personas que se adaptan con facilidad a situaciones nuevas y que son capaces de resolver problemas que nunca antes se les habían presentado.
¿Amasaron una gran forturna? En algunos casos sí, pero eso no formaba parte de nuestros criterios. Si algunas de las personas que hemos entrevistado habían acumulado una riqueza considerable, pusimos interés en saber qué habían hecho con ella y cómo habían llegado a ser creativas, originales. En otros casos en los que la recompensa financiera se había ido acumulando con lentitud, queríamos saber a qué se habían dedicado en sus vidas y qué produjeron en ellas.
¿Consiguieron buenas notas en la universidad? La mayoría sí, pero también lo hicieron muchas otras personas que en realidad no consiguieron el mismo provecho a su educación. Las calificaciones altas, por sí mismas, no dicen demasiado. Consideremos por un momento la historia de las calificaciones. No siempre han formado parte de la escolarización formal. Hace unos doscientos años, la sociedad comenzó a pedir a los educadores que le contaran cuánto habían aprendido los estudiantes. Alguien en alguna parte –posiblemente en Oxford o en Cambridge a finales del siglo XVIII – dio con el sistema de poner a los mejores estudiantes una A, a los siguientes una B, etc. No se trataba más que de un sistema taquigráfico del que se pretendía que describiera lo bien que piensan las personas. A lo largo de casi todo el siglo XIX, las escuelas en Inglaterra y en Estados Unidos utilizaron únicamente dos calificaciones. O se superaba una determinada asignatura, o no. Pero hacia finales de ese mismo siglo, las escuelas ya habían adoptado un rango de calificaciones de la A a la F, 4 o del uno al diez, o de alguna otra escala. En el siglo XX añadieron signos más y menos, o decimales.
¿Y qué nos dicen estas letras y símbolos? A menudo no mucho. Neil deGrasse Tyson, el astrofísico que dirige el Hayden Planetarium, nos comentó: «Ya de adulto, nadie te pregunta qué notas sacaste. Las calificaciones devienen irrelevantes». Y por buenas razones. Es muy difícil meterse en la cabeza de alguien y acabar sabiendo qué piensa, por no hablar de anticipar lo que será capaz de hacer con ese pensamiento. Como resultado, las calificaciones han sido con frecuencia pésimos predictores de éxitos o fracasos futuros. Por ejemplo, a Martin Luther King Jr. le pusieron una C en oratoria pública. 5
Hace unos cuantos años, dos físicos de una universidad estadounidense llevaron a cabo un experimento que muestra el sinsentido en el que pueden llegar a convertirse las calificaciones y las puntuaciones en las pruebas. 6 Querían saber si un curso de física básica en la universidad cambiaría la manera en que los estudiantes comprenden cómo se comporta el movimiento. Para averiguarlo, idearon una prueba que denominaron Inventario del Concepto de Fuerza. Ese examen medía la manera en que los estudiantes comprendían el movimiento, pero no era el tipo de examen que se acostumbraba a hacer para calificar a los estudiantes en física y, debido a múltiples razones que no trataré ahora, en realidad no podía utilizarse regularmente para ese propósito.
Pasaron esa prueba a seiscientos estudiantes matriculados en la asignatura «Introducción a la física». La mayoría de ellos la hicieron bastante mal debido a que no comprendían el movimiento. Sin entrar en demasiados detalles, digamos que jamás habrían podido poner un satélite en órbita dado como pensaban que se comportaba el movimiento. Pero eso fue antes de que cursaran la asignatura. Después, los estudiantes tomaron sus apuntes, y algunos sacaron una A, otros una B, otros una C, unos cuantos una D y algunos suspendieron.
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