El jefe de Estado había vuelto a ser el de siempre. Sus propios asesores argumentaban que simplemente era su naturaleza y que frente a eso no se podía hacer nada. Piñera solía escuchar a muy poca gente, sin embargo, eso no era garantía de que tomara sus consejos. De hecho, sus más cercanos muchas veces intentaban hablar con la primera dama esperando que pudiera influir en sus decisiones. Pero lo cierto es que el presidente volvió a hablar a diario de todo tipo de temas. Sin usar filtros, podía referirse a las grandes políticas de Estado, así como a un pequeño hecho ocurrido en un liceo emblemático, lo que dejaba completamente descolocados incluso a los ministros de esas áreas. Además, de a poco, le fue quitando protagonismo a sus colaboradores, lo que incluyó a su propio círculo de hierro. Empezó también a tomar decisiones sin consultar a los partidos de su coalición y le fue dando más visibilidad a su familia, partiendo por su señora.
Incluso, logró descolocar a los ministros de La Moneda cuando anunció en un programa de TV, en directo, que en los días siguientes invitaría a los presidentes de los partidos de oposición a discutir la Reforma Tributaria con el objetivo de buscar acuerdos antes de someter el proyecto a la aprobación de la idea de legislar. Los encuentros, por lo demás, no habían logrado su objetivo, pero sí lo habían dejado muy expuesto, además de quedar asociado al fracaso de las conversaciones. Para eso estaban los secretarios de Estado, precisamente para actuar de fusibles en esas situaciones.
De ahí en adelante, algunos dirigentes de la coalición gobernante empezaron a tomar cierta distancia de la marcha del gobierno. Además, esto coincidió con que la vocera del gobierno se enfermó, dejando un espacio para que el presidente se apropiara en plenitud de ese rol. Pero con el paso de las semanas las cosas se complicarían aún más. Los ministros se llamaban entre ellos, pedían, sin éxito, ser recibidos por el director de comunicaciones del gobierno o intentaban consultar a los asesores del segundo piso, pero la verdad es que nadie estaba para dar consejos.
Solo unos días antes de que el mandatario iniciara una gira a Asia, que incluía a China y Corea del Sur, el presidente del partido más grande de Chile Vamos convocó a su casa a dos ministros que militaban en la tienda de derecha. El encuentro fue organizado con mucho sigilo para evitar que se enterara la prensa. El diputado que dirigía la colectividad, en que antes militaba el presidente, sabía que esa reunión no sería bien vista por sus socios de coalición y que, por supuesto, podría generar molestia en La Moneda.
–Les agradezco mucho que vinieran, preferí que fuera en mi casa –dijo–. ¿Les parece una copa de vino?, me acaban de llegar los vinos del mes, tengo un blend muy bueno –concluyó mientras los invitaba a tomar asiento.
–Era mejor acá, Mario, yo prefiero un café, la verdad, hoy tengo que estar temprano en mi casa, tenemos un compromiso con la Pauli y si me atraso me mata –respondió algo incómodo uno de ellos, dejando claro que esperaba que la conversación fuera corta y precisa. Si bien el presidente del partido no les había adelantado el motivo de la invitación, ambos se habían comunicado por teléfono esa mañana y coincidieron en que debía estar relacionada con las conductas del presidente.
–Yo estoy bien así –dijo casi al mismo tiempo el otro ministro–, también tengo poco tiempo, hoy va a comer a mi casa mi hija mayor, viene llegando de Nueva York.
El diputado entendió claramente el mensaje. Los dos ministros de su partido habían tomado una posición defensiva e intuido el motivo de su convocatoria.
–Voy a ir directo al grano para no hacerles perder mucho tiempo –dijo con ironía el dueño de casa–. Estoy, estamos la verdad, preocupados por la forma en que el presidente se ha estado conduciendo. Tengo la impresión de que hemos vuelto al Piñera del primer mandato y eso puede ser bastante complicado para Chile Vamos, pero especialmente para nuestro partido. Quiero ser súper transparente, necesitamos que alguien pueda hablar con él y le haga ver estos riesgos, mal que mal, somos la base de este gobierno –concluyó secamente y se paró mirando de reojo a los dos secretarios de Estado.
–Mario, tú sabes que él escucha a muy poca gente, para eso está el equipo político, dudo de que si cualquiera de nosotros intenta plantearle el tema vaya a tomarlo bien. En todo caso, Cecilia es quien debería cumplir ese rol –dijo el ministro de Vivienda con un tono cortante.
–Pero, Cristián, el problema es que Cecilia hace rato que entró en una dinámica que parece estar reforzándole ese estilo –respondió el presidente del partido.
La reunión terminó con palabras de buena crianza –“déjanos ver qué hacemos”–, pero Desbordes entendió que la tarea sería difícil. Además, la reacción de los ministros le confirmó lo que él sospechaba desde hacía un tiempo: que el piñerismo tenía capturados a todos sus secretarios de Estado. Pero lo que más le preocupaba era que la ministra Pérez se hubiera desdibujado tanto en los últimos meses. Lo cierto es que se había convertido en una sombra comparada con el rol brillante con que había destacado en el primer mandato. Más irritable, con un lenguaje agresivo y una marcada agenda de defensa de la figura presidencial más que del gobierno, Cecilia Pérez había dejado de ser el puente entre La Moneda y Renovación Nacional. Por eso el diputado había intentado jugar la carta con los dos Monckeberg.
A los pocos minutos que los ministros habían abandonado su departamento, tomó su teléfono y marcó rápidamente un número mientras prendía el televisor de su escritorio y ponía CNN.
–¿Cómo te fue? –sonó al otro lado de la línea.
–No me fue. Estuvieron a la defensiva y sacaron la pelota al corner –respondió distraídamente el dueño de casa mientras hacía zapping por otros canales de noticias.
–Bueno, había que intentarlo igual, juntémonos mañana temprano, tengo un par de ideas para no aparecer desleales con el gobierno, pero cubriéndonos un poco más –señaló su interlocutor.
–Ok, Andrés, pero dame una pista al menos –dijo con curiosidad el diputado.
–Tenemos que apropiarnos del relato, la otra idea te la cuento personalmente –respondió el senador Andrés Allamand. Lo que no le contó es que desde ese momento iniciaba su plan para perfilarse, una vez más, como presidenciable por Renovación Nacional, pese a que el presidente apenas cumplía un año de su segundo mandato.
Por supuesto que nadie se atrevió a hablar con el mandatario. Sus intervenciones seguían siendo diarias lo que complementaba con el Twitter que manejaba él mismo, por tanto, no había posibilidad alguna de que ni sus asesores, ni menos los ministros, se alcanzaran a preparar en caso de que mencionaran sus áreas de competencia. Sin embargo, en la Cancillería sabían que la cuidadosa gira a Asia –que llevaban preparando sigilosamente durante varios meses– se podría convertir en una oportunidad para hacer un giro y que tanto el presidente como La Moneda pudieran capitalizarla a su favor.
Pero poco más de una semana antes de iniciar el largo viaje, había ocurrido un incidente que el propio ministro consideró un mal augurio. El secretario de Estado de EE.UU., un gigantón exdirector de la CIA, que tenía muy poco de diplomático pese al cargo que ocupaba, había sorprendido a todos al lanzar una advertencia que más bien pareció una amenaza. Sin ningún tipo de filtro y a la salida de una reunión con el presidente, señaló que si la delegación chilena visitaba la planta de Huawei, el gobierno norteamericano consideraría que Chile estaba usando sistemas no confiables y que en ese caso tomarían decisiones de dónde poner su información. La críptica frase se interpretó en La Moneda como la obligación de revisar el itinerario de la gira.
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