–Velo como una tremenda oportunidad, podemos encabezar un momento histórico –concluyó.
Pese a que el olfato político del ministro le indicaba que las probabilidades de éxito eran muy reducidas, le dijo con un aire parecido al de un padre cariñoso que se encargaría de hablar de inmediato con el canciller y distribuir tareas entre sus colaboradores.
–Gracias, pero ahora desconéctate, te queda una semana de vacaciones, Andrés –el comentario le robó una sonrisa al exsenador,
El avión se había posado dos minutos antes en la losa del aeropuerto de Iquique, en pleno desierto de Atacama. Además de la conmoción desatada en la terminal que combina un edificio de pasajeros y una de las bases de las Fuerza Aérea más importantes del país por su posición estratégica, el presidente se levantó molesto de su asiento y avanzó raudo hasta la cabina del Boeing 737–500 y comenzó a increpar con cierta vehemencia a los pilotos que lo observaban incómodos.
–No es posible, comandante, que este avión haya fallado nuevamente, dígame cuánto tiempo necesita para reparar el desperfecto –dijo el mandatario sin disimular su molestia. Intuía que el retraso sería más largo de lo que su paciencia podría tolerar.
–Presidente –respondió el comandante con voz entrecortada–, necesitamos un repuesto que puede demorar al menos dos horas solo en llegar desde Santiago. Por eso sugiero que continúe el viaje en el G-IV, tenemos todo coordinado con mi general y el señor ministro, que ya está en conocimiento.
Quince minutos después, el presidente subía raudamente las escalinatas del Gulfstream G-IV, una aeronave utilizada generalmente para trayectos dentro del país, pero que representaba la única alternativa para cumplir con parte de la agenda que tenía programada en la frontera entre Colombia y Venezuela.
Mientras observaba por la ventana cómo el avión se adentraba en el mar, y el aeropuerto se veía cada vez más chico, dos minutos después de elevarse, el mandatario pensó que lo ocurrido era una mala señal. El canciller, que había llamado a su par colombiano cuando tuvo claridad del itinerario final, trató de darle tranquilidad manifestando que el atraso ocasionado por la falla del avión presidencial no les alteraría mucho la agenda pactada en los días previos.
–El presidente Duque ya está en conocimiento, el doctor Aliaga me indicó que postergarán en una hora la recepción en el aeropuerto –le indicó en voz alta Ampuero desde el asiento de enfrente. Pero el jefe de Estado chileno no respondió, ni siquiera le devolvió la mirada. El canciller giró hacia la ventana y prefirió pensar que no lo había escuchado.
El aterrizaje del G-IV fue más brusco de lo esperado, producto de una turbulencia que se presentó casi al final, pero el presidente parecía estar contento. Se peinó por enésima vez y repasó unos apuntes que había realizado durante el vuelo. Unos minutos después bajaba los ocho escalones de la puerta que se transformaba en escalera, y avanzaba rápido a estrechar la mano del presidente colombiano que lo esperaba vestido con una guayabera blanca, pese a que el mandatario chileno estaba con una chaqueta azul, a pesar del intenso calor reinante.
A las 19.15 horas y luego de revisar las cajas marcadas con una bandera chilena –avaluadas en cien millones de pesos– y realizar un punto de prensa, el presidente se retiró a su hotel a descansar con parte de la pequeña comitiva que lo acompañaba, el resto se había tenido que quedar en Iquique. Su ánimo era muy bueno, atrás habían quedado los nervios que le ocasionó el episodio del desperfecto.
–¿Te parece, Roberto, que comamos en el hotel repasando el programa de mañana? –le indicó al canciller mientras su auto avanzaba a alta velocidad antecedido por cuatro motos policiales y tres jeeps que los escoltaban atrás. Lo cierto es que las autoridades colombianas habían tomado extremadas precauciones considerando la cercanía con la frontera, la presencia de varios mandatarios y los riesgos que existían al momento en que los camiones con ayuda humanitaria intentaran pasar el puente sobre el río Táchira.
En mitad de la cena, el jefe de Estado tomó su teléfono que sonaba insistentemente. Le hizo un gesto que el canciller no entendió, se levantó de la mesa y comenzó a pasearse por la habitación con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro.
–Ok, Andrés, gracias por la llamada, pero hazme un favor y deja esto en manos de la Magda, tú sigues de vacaciones y prefiero que te desconectes, te he dicho que te necesito repuesto en un par de semanas más –dijo el presidente y miró con un aire de complicidad a su ministro de Relaciones Exteriores–. Miguel Bosé se tiró con todo contra ella, jamás me lo hubiera imaginado, para que veas, Roberto, que hasta este tipo que la apoyó en su campaña... –pero no alcanzó a terminar la frase cuando lo interrumpió el canciller, quien dijo dudoso:
–Presidente, creo que eso es bueno para nosotros, aunque ella podría victimizarse y desviar la atención de la entrega de mañana.
El exsenador y mandatario desvió su mirada hacia el gran ventanal que tenía vista a gran parte de la ciudad, aunque le entusiasmaba la misión en que estaba, tenía dudas de la capacidad de conducción de su ministro. Ampuero entendió que lo había incomodado, aunque jamás pensó que su comentario habría de ser tan certero y premonitorio.
Capítulo 4 El mismo de siempre
Mayo 2019
La semana siguiente del controvertido viaje a Colombia las encuestas habían mostrado una fuerte baja en la popularidad y una evaluación bastante negativa del rol que el mandatario había tenido en la frontera. El objetivo de proyectar una imagen de liderazgo regional no funcionó como estaba diseñado. Los presidentes de Argentina y Brasil tomaron la precaución de enviar ayuda, pero se cuidaron de no estar presentes ese día en Cúcuta por el riesgo de que la operación fuera un fracaso. El presidente, en cambio, se había precipitado y el costo fue evidente. Fue un viaje para el olvido.
De ahí en adelante, el gobierno hizo un giro y tomó algo de distancia con el tema de Venezuela. Los focus groups semanales encargados por la Dirección de Comunicaciones de la Secretaría General de Gobierno eran categóricos: la gente de clase media y baja consideraba que la crisis del país que tenía dos presidentes –uno oficial y uno encargado– era lejana y distante, y consideraba que el Ejecutivo debía preocuparse más de las dificultades económicas y el desempleo que comenzaba a golpear con más fuerza a las personas. Además, aunque las personas valoraban que el presidente chileno tuviera un rol protagónico en el continente, no lo consideraban como algo muy importante en comparación con la preocupación que debía tener por los problemas internos.
Y aunque la apuesta del equipo asesor que trabajaba en el llamado segundo piso era que con este giro el presidente podría mover la aguja y concentrarse en lo interno, la calma duró poco. En un giro inesperado, volvió a comportarse de manera muy similar a su primer período en que las críticas hacia la manera personalista con que se conducía, la escasa participación que le otorgaba a los partidos de su coalición –llamada Alianza por Chile– y sus permanentes salidas fuera de libreto, se habían convertido en tema obligado de oficialistas y opositores. Y aunque el mandatario llegó a considerar que las “Piñericosas”, ese invento del diario The Clinic , eran buenas para su imagen, lo cierto es que su propio equipo político pensaba que el costo en su imagen era muy importante. El semanario no solo dedicaba una sección permanente a sus errores, chambonadas, confusión de personajes y frases históricas fuera de lugar, sino que había editado un libro, el cual se había convertido en un éxito de venta.
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