La verdad es que cuando empezó esta aventura jamás se le pasó por la cabeza que podía llegar a ese momento, pese a que con el pasar de las semanas comenzó a sentir una cada vez más certera corazonada que le indicaba que estaba rompiendo con muchos paradigmas políticos y que las cosas tomaban un giro insospechado. Pero ahora esto sería en serio. Un breve, pero fuerte temblor interno lo sacudió de pies a cabeza. Tenía plena conciencia también del problema en que se estaba metiendo al hacerse cargo de un país sumido en demandas sociales a partir del estallido del 18/O de 2019, efectos económicos de la pandemia y la crisis política que vivía La Moneda.
A las 20.55 horas, solo cinco minutos antes que el subsecretario del Interior, Francisco Galli, iniciara la lectura del segundo cómputo, el presidente electo recibió una llamada que le confirmó que el resultado ya era definitivo. Era de su principal contrincante, quien reconocía la derrota y le deseaba suerte para el importante desafió que tendría por delante. Por supuesto, la cortesía de Lavín, le hizo decir a este que se ponía a su disposición para lo que el país demandara; sin embargo, y fuera de protocolo, lanzó al final una irónica frase que desconcertó al futuro mandatario:
–Ya sabes, dejarás de ser el millonario que la gente ama y pasarás a ser el presidente, y la diferencia es grande, te deseo suerte, la vas a necesitar, ya sabes el país que te hereda Piñera. –La inoportuna y provocativa sentencia del exalcalde era además innecesaria, el nuevo presidente estaba seguro de que así sería, no necesitaba que se lo recordaran.
Andrés leía lenta y pausadamente el texto de dos carillas que le había preparado. Repasaba cada frase, hacía cambios de tono, impostaba la voz, era como si él fuera a estar delante de las cámaras. En cambio, y aunque estaban frente a frente, la atención del futuro gobernante parecía estar en las dos corbatas que tenía colgando de su mano izquierda y que le mostraba infructuosamente a su asesor con la esperanza de que le ayudara a tomar una decisión. El asesor continuó inalteradamente su lectura hasta llegar a la última palabra.
–Recuerda al final –dijo muy serio– hacer una breve pausa y rematar con “Soy un humano como todos ustedes, pero poderoso…” –lo que desató la risa del presidente electo.
La salida de Andrés logró romper la tensión y retrató el sentido de humor negro con que en los momentos difíciles lograba sacarlo de sus estados de enojo. La polémica frase, expresada algunos años antes por el empresario en el lanzamiento de su canal de YouTube, había servido de base para elaborar el eslogan de campaña con que se convirtió en un inesperado fenómeno político. En una lluvia de ideas de un pequeño grupo de trabajo un sábado de verano, Andrés había dado con el tono que tendría la campaña: “¿Y por qué no reírse de esa imagen del poderoso, del rico que muchos tienen de ti?, baja del pedestal burlándote de ti mismo, qué tal: Soy un chileno como todos ustedes”. Aunque uno de sus hijos reaccionó de inmediato rechazando la propuesta, el empresario andinista se levantó de su asiento y dijo sonriendo: “¡Genial!, te la compro”. Fue suficiente, de ahí en adelante comenzaron a bosquejar la campaña que luego tomaría la agencia publicitaria boutique que convirtió a WOM en una marca novedosa, rupturista, irreverente, atractiva para los jóvenes, y que logró destronar a las dos empresas de telefonía móvil que dominaban el mercado, sin ni siquiera contar con la tecnología necesaria para ser líder.
Por supuesto que Andrónico era un hombre poderoso. Los Luksic eran dueños de una de las principales fortunas familiares en el mundo, estimada en 13.700 millones de USD en 2017, posicionados en Antofagasta como los croatas que transformaron la ciudad. Actores principales de todas las áreas relevantes de Chile, no solo de la economía, sino de los íconos de la sociedad: minas de cobre (“el sueldo de Chile”), Canal 13 –la tradicional exestación de la Universidad Católica–, el Banco Chile (“El Banco de Chile”, asociado a la simbólica Teletón), y viñas, entre muchas inversiones. Era raro que existiera una industria o negocio en el país en que no estuvieran presentes.
Y así como en Chile lograron construir un imperio, en Croacia eran reconocidos y admirados por el aporte hecho al país. El grupo invirtió pese a la guerra y las divisiones territoriales, son dueños de varias cadenas de hoteles lujosos e islas. De hecho, la presidenta de ese país estudió en la prestigiosa Universidad de Harvard gracias a la beca que la familia entrega en Chile y Croacia.
Era obvio entonces que Andrónico y su familia eran poderosos, pero no solo por su fortuna, sino por su influencia y rol en la sociedad chilena. Fueron de a poco rompiendo con el estereotipo del rico chileno. Más liberales, más modernos, incluso más generosos. Alejados de esa aristocracia de comienzos del siglo pasado, que basaba su poder en sus apellidos, en las tradiciones del campo, en el trato de patrón y capataz. Esas familias alejadas de la realidad del país, resistentes a los cambios de la sociedad, católicos de misa diaria y parte de la derecha tradicional. Esa era la imagen de los ricos hasta la irrupción de esta familia de migrantes, con un padre que exploraba el desierto buscando vetas de mineral y que comenzó su fortuna con un golpe de suerte. Andrónico padre negociaba la venta de una mina poco rentable y casi abandonada en medio del desierto de Atacama con un grupo chino, buscaba al menos recuperar algo de la inversión hecha. A la hora de ponerle precio, el patriarca les dijo 500 mil pesos, los orientales entendieron 500.000… dólares. Un empujoncito bien recibido, como los pollitos del Fra Fra.
Pero Andrónico no sería el primer presidente rico en Chile. Su antecesor, Sebastián Piñera, había logrado dar un golpe en el inconsciente colectivo de los chilenos: representar el anhelo, las aspiraciones que veían en su figura el ejemplo perfecto del éxito, del sueño de mejorar su posición social, conseguir un mejor empleo, pero, finalmente, convertirse en una persona rica. El relato de su campaña era simple, pero contundente. La historia de un hombre de clase media que logra llegar a tener una fortuna gracias a su esfuerzo individual. Piñera se convirtió en una aspiración, especialmente para los sectores medios, los que fueron privilegiados en la comunicación de la campaña presidencial.
Sin embargo, ya al comienzo de su mandato las cosas cambiaron. La gente que se había ilusionado con él se desencantó rápido. En menos de un año, el eslogan Tiempos mejores , se convirtió en una carga, llegando incluso a compararse con La alegría ya viene , esa arenga con que el equipo creativo del NO había enfrentado a Pinochet en el plebiscito de 1988. Y, por supuesto, lo que vino después, primero el estallido del 18/O y luego la pandemia, terminó por derrumbar no solo el sueño de pasar a la historia como “el mejor presidente de Chile”, sino, por el contrario, la crisis social se convirtió en un tragedia personal y familiar que ni en la peor de sus pesadillas imaginó Piñera. Para su desgracia, el mandatario se transformó en una suerte de ícono de todos los males de la sociedad, pero particularmente de la desigualdad, los abusos y privilegios de unos pocos en desmedro de la mayoría.
Andrónico se había dado cuenta de algo que nunca entendió el mandatario saliente. Que los chilenos valoraban a los ricos cuando eran generosos, aunque fuera en las formas. Y a pesar de que al empresario le causaba algo de pudor, comenzó a observar con mucha atención los pasos que daba Farkas. Aunque a él jamás se le pasaría por la cabeza lanzar billetes al aire, sí encontraba interesante sus apariciones personales para entregar una donación.
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