1 ...6 7 8 10 11 12 ...33 Como todo lo nuevo cuando realmente es grande y prometedor, también la obra de Copérnico se topó con un rechazo general. Se habló por doquier sobre ella y muchos se mofaron de la insensatez de las nuevas tesis. A su favor alzaron la voz aquí y allá hombres de juicio que estudiaron con rigor la nueva cosmovisión. Pero a menudo ese reconocimiento no aludía a lo que hoy consideramos la clave de la teoría copernicana, sino al nuevo método de cálculo astronómico que implantó el maestro. En general no llamó demasiado la atención, y el interés solo persistió entre los estudiosos. Las críticas llegaron desde diferentes ángulos. Los teólogos, sobre todo, desestimaron categóricamente la idea del movimiento de la Tierra porque la consideraban contraria a las Escrituras. Es conocido el pronunciamiento desfavorable de Lutero con respecto a Copérnico, y Melanchthon incluso creyó necesario que el poder supremo del Estado interviniera en contra de aquella innovación. El bando católico se contuvo porque Copérnico había dedicado su obra al papa Pablo III. El conflicto con la Iglesia católica prendió mucho más tarde. Los físicos apelaron al vuelo de los pájaros, al movimiento de las nubes, a la caída vertical de las piedras y a otras cosas semejantes para rebatir la hipótesis de la rotación terrestre. La noción de que todo lo que está dentro del campo de atracción de la Tierra participa de su rotación, quedaba completamente fuera de su entendimiento. Además, eran víctimas del concepto aristotélico sobre lo pesado y lo ligero. Pero tampoco los astrónomos pudieron avenirse con la nueva teoría. No simplificaba en absoluto la resolución de lo que ellos consideraban el objeto del estudio astronómico, predecir la posición de las estrellas errantes, de manera que no se decidieron a abandonar sus concepciones y sus métodos de cálculo habituales en favor de una doctrina que contradecía las apariencias, que exigía mucho de la imaginación y que suscitaba el desacuerdo de teólogos y físicos. Además de estas objeciones, se esgrimieron numerosos argumentos adicionales contra Copérnico que revelan lo alejado que discurría entonces el camino del pensamiento de nuestra visión actual. La oposición a la nueva teoría se entiende mejor si se tiene en cuenta que Copérnico no pudo aportar pruebas fehacientes de sus ideas. Aún estaba por llegar alguien con el vigor suficiente para atravesar toda la espesura, capaz de refutar o apartar a un lado las objeciones, alguien que comprendiera el valor y las posibilidades de desarrollo de la doctrina copernicana y que comprendiera que no se trataba de un método nuevo de cálculo, ni de establecer otro objeto de estudio para la astronomía, sino de configurar una nueva visión del mundo. Más adelante descubriremos que Kepler se sintió llamado a realizar esa tarea. Uno de los principales objetivos de esta biografía consistirá en revelar cómo percibió esa llamada. Conoceremos el triunfo de sus esfuerzos para extraer de la concepción copernicana lo que portaba en su seno tan solo como semilla.
LA PUGNA CONFESIONAL DEL SIGLO XVI
Pero ahora debemos centrarnos aún en las circunstancias que motivaron la tragedia de su vida personal. Guardan relación con la situación confesional y política de la Iglesia que se había fraguado desde y a partir de la Reforma. El movimiento encabezado por Lutero había sacudido al pueblo con más intensidad y profundidad que los cambios mencionados hasta ahora. Aquellos concernían a una evolución que se produjo en la cúpula de la intelectualidad, y sus consecuencias se filtraron hacia abajo lenta y progresivamente. Como cuando un hombre de edad cambia de pensamiento sin darse cuenta y se siente empujado hacia otro territorio intelectual. No se puede decir ahí, ese día concreto, irrumpió lo nuevo. Sin embargo, la Reforma fue una tempestad repentina, una revolución de olas descomunales que arrambló con todos los estratos sociales, los de arriba y los de abajo, con los intelectuales y con los pobres de espíritu. Aquello no concernía al Sol, la Luna o las estrellas, ni a la supremacía de Aristóteles o de Platón. El clamor que estalló dio directo en el corazón, en lo más hondo del ser humano que temía por su salvación, su último y más profundo deseo, que ansiaba la redención convencido de su tendencia al pecado y que luchaba por justificarse ante Dios. Lo que favoreció que las nuevas proclamas ejercieran una repercusión tan intensa en los sectores más amplios no fue tan solo la indignación ante los abusos de la Iglesia. Si el pueblo no hubiera tenido un profundo sentimiento religioso, el movimiento de fe no se habría propagado tanto. Lutero hizo que la absolución dependiera únicamente de la fe, no de las obras. Desestimó el sacerdocio sacramental y negó al sacerdote como mediador para alcanzar la gracia divina, al tiempo que enfrentó al ser humano directamente a Dios, ante el cual debía responder de su comportamiento moral de acuerdo con su propia conciencia. Rechazó la docencia clerical y promulgó la libre interpretación de las Escrituras. Rompió en pedazos el orden jerárquico y reunió a todos los creyentes en una comunidad indistinta. Todas estas tesis lo situaron en una oposición severa ante la vieja Iglesia que hasta ahora había conservado la unidad de la cristiandad a pesar de las muchas desavenencias y pugnas. La tormenta que desencadenó lo llevó a él mismo más lejos de lo que había deseado en un principio, y tuvo que ver que intereses totalmente mundanos se confundieron muy pronto con el anhelo de una renovación religiosa. La idea de la libertad del hombre cristiano sonaba tentadora en los oídos de tantos descontentos y favoreció conclusiones que su fundador no había imaginado. Un mal aún peor lo constituyeron las ansias de poder y la codicia de los príncipes electores, los cuales reconocieron enseguida las ventajas que les dispensaba el nuevo estado de cosas. La desunión iba a ser duradera para desgracia de Alemania y para dolor de todos los que reconocen y veneran en Cristo al redentor del mundo.
Esta introducción no puede aspirar a presentar la evolución tensa y dramática de los acontecimientos, las disputas y las negociaciones de consenso, las divergencias doctrinales, las argucias políticas, el trasfondo último de los sucesos durante aquellos decenios, y mucho menos a emitir un juicio sobre el movimiento reformador. Los hechos son conocidos y el lector puede extraer su propio dictamen. No obstante, es necesario exponer ciertas cuestiones dogmáticas y político-eclesiásticas relacionadas con Kepler para entender y valorar tanto su suerte, marcada y condicionada por la confusa situación de la época, como, sobre todo, su postura personal ante la religión, la cual determinó, junto con las circunstancias históricas, su difícil camino.
Entre los textos simbólicos en que los reformadores expusieron su doctrina en oposición a la de la Iglesia católica, destaca en primer lugar la Confesión de Augsburgo. Después de que el cisma alcanzara su máxima expresión en la Dieta ( Reichstag ) de Espira, la Dieta de Augsburgo, que comenzó en 1530, tuvo que aspirar a volver a unir a los escindidos. Para disponer de una base durante las negociaciones, los electores protestantes presentaron precisamente aquel libro simbólico en el que se habían fijado los puntos esenciales del dogma luterano. Melanchthon, que lo había compuesto o al menos redactado, eligió una forma de exposición que, de acuerdo con su actitud amable y más conciliadora, dejó las discrepancias en un segundo plano y dio prioridad a expresiones más fáciles de casar con la doctrina católica. Pero los severos antagonismos que ya existían no pudieron erradicarse con aquel proceder. De hecho, volvieron a aflorar con claridad en debates sucesivos. No se pudo alcanzar la unidad pretendida. Ya veremos cómo Kepler, de una condición similar a la de Melanchthon, se declaró siempre fiel a la Confesión de Augsburgo.
Читать дальше