De niño, su interés escapaba de juguetes, cómics y dibujos animados, acaparado por la observación y la palpación del cuerpo, labor en la que empleaba todo el tiempo que no permanecía durmiendo abrazado a un retrato suyo. En el colegio pasaba los recreos ausente de todo y de todos, mientras contemplaba su reflejo en el cristal de la ventana del aula. A su vez mostraba un rechazo frontal a cualquier actividad que se desarrollara en equipo; en definitiva, a cualquier acción que trascendiera el ámbito estrictamente individual. Los compañeros de clase decoraban sus carpetas con imágenes de ídolos deportivos o musicales. Todos menos él, que forró la suya con una fotografía ampliada de su rostro, junto a la cual había dibujado un corazón coloreado de rojo brillante, atravesado por una flecha bajo el que figuraba escrita en grandes letras: I LOVE YO.
Sus padres no se relacionaban con él más allá del indispensable contacto derivado del desempeño del rol de meros proveedores de alimentos, ropa y utensilios de papelería e higiene personal, ya que no toleraba ningún tipo de acercamiento y, menos aún, cualquier manifestación de cariño, ni físico ni verbal. Quedaban solamente un par de días para su cumpleaños y le preguntaron por el regalo que le gustaría recibir por su décimo aniversario, a lo que Narciso respondió que deseaba una grabadora reproductora con auriculares. Y ese fue el presente que recibió durante una celebración en la que, solo en su habitación, sopló las velas y cantó para sí el cumpleaños feliz, introduciendo una pequeña modificación en la letra; el típico «...te deseeeeamos tooodos», fue sustituido por un «...me deseeeeo yooo sooolo...», mientras procedía a la apertura del paquete con ansioso entusiasmo. Pues bien, desde esa misma noche, instantes antes de caer dormido presionaba el botón de Rec para volver a pulsarlo de nuevo nada más despertarse una vez finalizada la grabación. A continuación, se colocaba los cascos y procedía a escuchar con absoluta concentración el sonido de su respiración y los ruidos emitidos por su cuerpo, así como los derivados del roce de este contra las sábanas a lo largo de la madrugada. La misma operación se repetía cuando echaba la siesta o si percibía que iba a dar una cabezada, por corta que fuera. No hacerlo supondría perderse gran parte de su vida y no estaba dispuesto a que la satisfacción de la necesidad del descanso conllevara el no disfrute de prácticamente un tercio de su existencia. En una de sus escuchas matinales, Narciso detectó el sonido de una ventosidad que se le había escapado mientras dormía. Rebobinó y la volvió a oír en innumerables ocasiones, al parecerle el sonido más hermoso y melódico que jamás había percibido.
Una mañana, Narciso despertó recordando haber tenido un sueño maravilloso. Iba caminando por la ciudad. Buscaba una tienda de telefonía que se encontraba en la calle Narciso número uno. Tras leer su nombre en la correspondiente placa, empujaba la puerta del establecimiento y al otro lado del mostrador le atendía él mismo vestido de dependiente. Su otro ego le entregaba un teléfono y le susurraba un código secreto que coincidía con su fecha de nacimiento. Conectaba el terminal, lo introducía y se llamaba a sí mismo por teléfono. Para su sorpresa, la señal no daba comunicando, sino que, tras un par de tonos de espera, al otro lado de la línea se contestaba él mismo, con quien podría hablar largo y tendido gracias a una tarifa gratuita cuyo nombre comercial era FM-FM (From Me For Myself). La experiencia resultaba sublime, ya que ambos «yoes» no paraban de halagarse recíprocamente sin límite de tiempo.
En una ocasión, sus padres se acercaron –no demasiado– a él y le dijeron: «Te queremos, hijo», a lo que les respondió: «Solo me amo yo, y ahora, alejaos; deseo estar conmigo». Pero antes de que cerraran la puerta de su cuarto, les reclamó con un sonoro chistido y mantuvieron la siguiente conversación.
–Por cierto, ¿a dónde vais tan elegantes?
–Vamos a misa, hijo, como todos los domingos.
–¿Cómo?, ¿a misa?, ¿para adorar a Dios?
–Claro, hijo. ¿A quién si no?
–¡Al único, escuchadme, al único al que debéis reverenciar e idolatrar es a mí! ¡Yo soy lo primero y lo último! ¡No quiero ver ni un crucifijo, ni una imagen religiosa en esta casa! ¿Lo habéis entendido? ¡Que no me entere de que ni una sola oración va dirigida a otro que no sea yo!
Como último intento, decidieron comprarle un animal de compañía. Habían visto en un documental de la televisión que se usaban perros con fines terapéuticos para ayudar a personas con dificultades de expresión emocional y de comunicación con su entorno. Incluso en las cárceles, los presos más violentos y asociales consentían en compartir su espacio con ellos, llegando a entablar una relación cargada de afecto recíproco. Pero cuando Chispita –así le llamaron– se aproximó jadeante y moviendo la cola de alegría a olisquear a Narciso, este le propinó tal patada que le hizo volar por los aires aullando de dolor, sin que nunca más se atreviera a salir de debajo de la mesa del comedor.
Ya en la pubertad, despertó a la sexualidad masturbándose de manera compulsiva mientras imaginaba su cuerpo en sugerentes poses, y agredió a la única chica que intentó flirtear con él al grito de «¡¡¡Yo soy solo mío!!!», presa de un ataque de celos.
Desde hace unos días, Narciso se encuentra postrado en la cama de su habitación, cuyas paredes y techo han sido revestidas, a petición suya, de espejos de aumento. Los médicos le han diagnosticado un largo periodo de convalecencia debido a una grave lesión de columna vertebral: intentó hacerse el amor.
Cambio de planes
Yahvé nos ordenó fructificar y multiplicarnos, llenar la Tierra y gobernarla: casi nada. En primer lugar, tener descendencia es una decisión personal que nos corresponde tomar exclusivamente a Adán y a mí desde la responsabilidad que supone producir vida desde la vida en un lugar al que acabamos de llegar y que, por tanto, desconocemos. Tener hijos es algo muy serio; es más que un simple acto reproductor. Por otra parte, Adán es un hombre sencillo, sin aspiraciones a rey de la Creación ni a amo dominante del resto de criaturas; no le interesan lo más mínimo semejantes títulos rimbombantes, ni el enorme grado de compromiso y dedicación que acarrearía el desempeño de dichos cargos, con la consiguiente escasez de tiempo para uno mismo y para la pareja.
En segundo lugar, yo creía que el Señor, como dueño de todas las almas, nos predestinaba, es decir, que por medio de su gracia gozaríamos de la salvación eterna o bien seríamos condenados a permanecer sin fecha límite en un lugar oscuro y apestoso, pero Adán me ha explicado que también nos ha concedido el libre albedrío. Ambas cosas, sinceramente, no son compatibles. Vale que la capacidad de la mente humana es muy limitada en su esfuerzo por tratar de entender a una deidad, pero creo que en esta ocasión, y que no se ofendan los creyentes, lo que ha ocurrido es que el Todopoderoso se ha hecho, nunca mejor dicho, un lío de muy señor padre. Una de dos: o nos organiza Él o nos organizamos nosotros, pero ambas cosas a la vez resultan inviables.
Desde el principio de los tiempos, únicamente hemos conocido el bien, viviendo la eternidad en un entorno idílico que nos proporcionaba todo cuanto necesitamos sin esfuerzo: todo resultaba tan fácil y hermoso que nos dimos cuenta enseguida de que no tardaríamos en aburrirnos de un lugar en el que todo está resuelto y terminaríamos por menospreciar semejante trabajo realizado en tan solo seis días. No sería justo. Me explico: vivir con la seguridad de que vas a obtener lo que te apetece, sin nada que mejorar ni que conseguir y, sobre todo, sin la perspectiva de un final puede resultar alucinante durante un tiempo, pero cuando uno piensa que esta situación nunca acabará… Una existencia aparentemente deleitosa se tornaría a buen seguro en desesperante. La abundancia deshace el deseo, en el sentido más puro del término, y una vida sin deseo no termina de nacer, sin perjuicio de que pueda ser el germen de una ambición enfermiza que desemboque en desgracia. Además, hay algo que llevamos en nuestro interior como animales que somos, un instinto a cuya llamada acudimos de manera inevitable: la curiosidad. En este caso, por lo que haya fuera de aquí y que queremos conocer. Lo sé, es difícil de comprender, cuántas personas darían cualquier cosa por tener la vida resuelta, pero son nuestras ideas y sentimientos.
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