Francisco Collado Rodríguez - El orden del caos (2ª Ed.)

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El orden del caos (2ª Ed.): краткое содержание, описание и аннотация

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Francisco Collado se ocupa en este libro de la difícil tarea de encontrar un orden subyacente detrás del aparente caos y la paranoia del universo literario de Pynchon. Independientemente del posmodernismo de Pynchon, el estudio se embarca abiertamente en una búsqueda de la crítica literaria, una búsqueda que en palabras del crítico se trata de «una comprensión totalizadora del universo literario de Thomas Pynchon». Una aproximación a Pynchon de una manera muy sistemática, empleando una amplia gama de perspectivas en la búsqueda del orden oculto. Se trata sin duda de un valioso estudio sobre las estrategias narrativas de Pyncho.

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El sitio en que Levine se encuentra destacado es Fort Roach, cómico nombre con el que asimismo se inaugura la obsesión pynchoniana con los residuos, la basura y los marginados del mundo. En ese destacamento militar que, como la cucaracha, depreda sobre la “basura” humana que allí ha ido a parar, Levine “had quietly and unobtrusively gone native” (28), se había convertido en un straw man , en un ente existencialmente entrópico que necesitará de una catástrofe para reaccionar y salir, aun pasajeramente, de su letargo. O, como lo define uno de sus propios compañeros, “He doesn’t want to work and therefore he is afraid to let down roots. He is a seed that casts himself on stony places, with no deepness of earth” (39): los ecos de los primeros versos de The Waste Land en este retrato del protagonista son tan claros que no precisan de más comentario. El escritor no ofrece muchas posibilidades a su protagonista, sin embargo, para escapar de su decadente condición moderna. Su grupo de especialistas en comunicaciones tiene que ir a restablecer la línea telefónica a un pueblo que ha sufrido los efectos de unas devastadoras lluvias torrenciales. El fallo de comunicación que, como ser humano, Levine tiene con su entorno encuentra así un irónico comentario en la tarea que le han ordenado ejecutar. Pero lo que espera al grupo de soldados cuando llegan a su destino es la desolación casi total, un paisaje materialmente devastado por unas aguas que, lejos de traer la ansiada fertilidad a la tierra, la han destruido y, con ella, a sus habitantes. Es aquí, ante el espectro de la muerte y en medio de un abrumador sentido de decadencia, donde únicamente se puede romper la línea jerárquica que divide a oficiales y tropa:

The smell of decay hung in the air, like vermouth, it seemed to Levine, after you’d been drinking all night. The death detail worked precisely, efficiently, like an assembly line. Every once in a while one of the offloaders would turn aside to vomit, but the work flowed on smoothly […] Despite its machine-like efficiency the operation had a certain air of informality: hardly anyone wore hats, a colonel or a major would stop to chat with the corpsmen. “Like combat,” the Sergeant said. “All the rules are out. Hell, who needs ‘em, anyway.” (44)

Y misión de Levine será observar cómo se traspasan algunos de los otros límites existentes en el pueblo. En el lugar ha estado operando una tradicional división entre sus habitantes y los estudiantes de un cercano centro universitario. Las lluvias han ratificado tal separación al descargar su poder sólo sobre el pueblo, respetando sin embargo la universidad, en donde no ha habido víctimas ni daños importantes. Ello hace que la frontera social se difumine cuando un grupo de chicas universitarias decide convertirse en benefactor de víctimas y soldados repartiendo comida y café a unos y a otros. Esta labor cargada de tintes discriminatorios y sexistas hay que entenderla también en el contexto de otra de las influencias literarias que el mismo Pynchon señala en su Introducción a Slow Learner , el Hemingway de A Farewell to Arms (6), y permite además que Levine insista en otro motivo eliotiano compartido por el norteamericano. El soldado intima con una de las chicas con la que finalmente tiene una experiencia sexual que le permite elaborar un comentario enraizado en la historia literaria sobre el amor y la muerte:

Around them frogs intoned a savage chorus, gradually it seemed to them—…—working itself into a pedal bass for a virtuoso duet of small breathings, cries; he puffing occasionally at the cigar throughout the performance, the ball cap tilted carelessly, she evoking a casually protective feeling, a never totally violated Pasiphae; until at last, having subsided, assailed still by stupid frog cries they lay not touching. “In the midst of great death,” Levine said, “the little death.” (50)

Si amar es morir un poco y si amor y muerte han sido elementos tradicionalmente vinculados en las historias de la literatura y de la filosofía, Eliot y otros modernistas, imbuidos por ese sentido de decadencia y degradación que pervivía desde finales del siglo XIX, desarrollaron una abundante simbología mítica extraída de los terrenos de la antropología y del psicoanálisis—de Frazer, Weston, Freud o Jung, por citar los nombres más conocidos. El suyo fue un intento por sacar la cultura de un período supuestamente decadente y, en este sentido, cabe interpretar The Waste Land también como un espacio textual donde se aventuran las razones que motivaron la decadencia de la cultura occidental a la vez que se demanda, por medio de símbolos míticos, la deseada regeneración. Ratas, basura, ríos sucios o unos episodios sexuales que no fructificaban en nada son algunos de los elementos más abundantes que utiliza Eliot para presentar simbólicamente la estéril condición de la civilización contemporánea. Mujeres como la chica de los jacintos, la dama a la que su interlocutor no responde al comienzo de la segunda parte del poema, la mujer que es objeto de críticas en la conversación en el pub o la secretaria que tiene una rápida experiencia sexual, carente de todo sentimiento amoroso, en la tercera parte, son todos ejemplos de que, al menos para Eliot, solamente el sexo no conduce a la regeneración ni a un nuevo ciclo de la vida. Levine, momentáneamente transportado a una nueva tierra baldía, esta vez irónicamente desolada por los efectos de la lluvia, podría haber sido perfectamente el fugaz amante de la secretaria del poema de Eliot: las condiciones y los elementos cómicos utilizados son similares. No sorprende, por tanto, que tras su relación sexual en medio de tanta desolación, los amantes se despidan con pocas palabras. Levine se marcha al día siguiente para comenzar a disfrutar de un permiso y, una vez más, el exceso de simbolismo refleja tanto la inexperiencia como el apego del escritor a la visión eliotiana: “He watched the windshield wipers pushing the rain away, listened to the rain slashing on the roof. After a while he fell asleep” (51).

La decadencia, con su idea asociada de la muerte, la lluvia y el sexo seguirán reiterándose en la narrativa posterior de Pynchon, con el sueño como factor complementario de sus construcciones simbólicas, donde será fácil también seguir encontrando a los hollow men , judíos o gentiles, de carácter errático y casi vacíos de sentimientos. La segunda narración de Slow Learner es “Low-lands,” publicada ya al comienzo de la década de los sesenta y representativa de algunos de los motivos que habrían de ser más reiterados en las posteriores novelas pynchonianas. El protagonista es en esta ocasión Dennis Flange pero podría haber sido la misteriosa voz masculina que Eliot presenta en la primera de las dos escenas sobre relaciones de pareja que ocupan la segunda parte de su conocido poema sobre la decadencia cultural de comienzos del siglo XX. Dennis no se habitúa a la cómoda manera de vivir de los norteamericanos de la clase media del momento: vive con su esposa en una casa junto al mar, en Long Island, pero no es feliz, sus relaciones de pareja no son satisfactorias y se presagia una pronta ruptura conyugal. La historia, narrada de nuevo por una voz heterodiegética, tiene visos de querer desarrollar un análisis freudiano del protagonista, cuya casa simboliza sus problemas interiores y anticipa el escape hacia el mundo onírico de la segunda parte del relato:

[T]he house rose in a big mossy tumulus out of the earth, its color that of one of the shaggier prehistoric beasts. Inside were priest-holes and concealed passageways and oddly angled rooms; and in the cellar, leading from the rumpus room, innumerable tunnels, which writhed away radically like the tentacles of a spastic octopus into dead ends, storm drains, abandoned sewers and occasionally a secret wine cellar. (54)

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