James M. Lang - Docencia pequeña

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Psicólogos cognitivos, neurocientíficos y biólogos han generado conjuntamente en las últimas décadas un revelador cuerpo de investigación sobre cómo aprendemos los seres humanos, pero trasladar esos descubrimientos a las aulas ha resultado una tarea abrumadora para los siempre tan ocupados profesores y maestros. Docencia pequeña acorta esta distancia entre la investigación y la práctica proporcionando una estrategia completamente desarrollada para ajustarse progresivamente, de forma estructurada y prudente, a la manera predeterminada en que aprenden tus estudiantes. Este libro te permitirá captar o recuperar la atención de los estudiantes, mejorar la su comprensión de la materia, aumentando su capacidad de análisis y mejorando su aprendizaje, y asimismo proporcionar a los estudiantes herramientas, técnicas y principios para poner en práctica de manera eficiente todo un conjunto de destrezas cognitivas.

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Actualmente, si uno se propone batear para sacar la bola del campo, es más fácil que nunca acabar eliminado. Por lo tanto, hay que limitarse a poner la bola en juego… y jugar tus bazas con tus piernas, robar bases para racionar esas, cada vez más, escasas carreras. La bola pequeña es barata, y efectiva. A ella es hacia donde se dirige el juego. 2

Como señala el artículo, el hecho francamente maravilloso de la astuta bola pequeña es que es a la vez efectiva y barata –por tanto, accesible a cualquiera–. Incluso los equipos que gastan su dinero en bateadores espectaculares pueden jugar a la bola pequeña –como se puso en evidencia en la final de la Serie Mundial, en la que el mayor presupuesto de los San Francisco Giants arrebató la victoria a los Royals al batirlos con su propio juego, anotando dos de cada tres carreras con bolas de sacrificio altas nada vistosas. 3

Mi familiaridad con la bola pequeña procede de una historia menos espectacular que la diseñada por los Kansas City Royals en el otoño de 2014. Tengo cinco hijos y vivo en una ciudad de Nueva Inglaterra en la que la pasión por el béisbol viene de lejos. Esa es la razón por la que cada final de primavera de los últimos quince años paso dos meses sentado en incómodos bancos de metal viendo a mis hijos jugar a softbol y béisbol en distintas categorías de las ligas de nuestra ciudad. La liga concreta que juegan mis hijos es una de las de toda la vida; muchos de los entrenadores jugaron en esa liga cuando eran chicos. A menudo estos entrenadores se toman los partidos muy en serio, quizá en un intento de recuperar la gloria de los días de juego de su infancia. Como resultado, buscan y seleccionan a los mejores jugadores que salen cada año de las ligas más jóvenes, dejando a los entrenadores más novatos o menos experimentados un conjunto bastante más reducido de talento del que elegir a los componentes de sus equipos. No obstante, a pesar de las ventajas que consiguen esos entrenadores más agresivos fichando a los mejores jugadores, no siempre ganan. Tanto en ligas menores como en mayores, los entrenadores que parecen tener más éxito son los que centran su atención –y la atención de sus jugadores– en dominar todas las minúsculas partes del juego. Los entrenadores de bola pequeña indicarán a sus corredores de base que roben cuando los de campo se descuiden un poco al lanzar la bola de un lado a otro del cuadro interior, o se asegurarán de que siempre haya alguien apoyando un lanzamiento a la primera base en caso de que la pierda quien se encuentra en esta. Dado que en un equipo de softbol de chicos de ocho años no hay nadie que pueda batear y mandar las bolas fuera del parque, la bola pequeña representa realmente la única estrategia que garantiza el éxito a largo plazo.

La idea de este libro comenzó a tomar forma al acabar una de esas largas temporadas de softbol , cuando estaba preparándome para hacer una ronda de visitas en otoño a campus de otros colegas para promocionar mi anterior libro. Había tenido mucha suerte en años previos con las invitaciones de otras instituciones para llevar a cabo talleres de enseñanza y aprendizaje en educación superior para profesores de universidad, una tarea que agradecí y disfruté. Cuando comencé con las presentaciones, tuve la suerte de poder hablar con mis colegas profesores de universidad sobre las profundas transformaciones que podrían aplicar a sus cursos. Por desgracia, normalmente llevaba a cabo esas visitas a mitad de semestre, lo que implicaba que los participantes debían esperar hasta el semestre siguiente para poder implementar cualquiera de mis sugerencias. Incluso a los profesores con la mejor disposición para revitalizar su docencia podía parecerles demasiado exigente incluir en su planteamiento para el curso que comenzarían el siguiente enero o agosto lo que habían aprendido en las aproximadamente dos horas de octubre del taller, dada la cantidad de trabajo que en el ínterin mantendría bien ocupadas sus mentes. En román paladino, la transformación profunda y súbita de la docencia propia es una tarea ardua que puede resultar muy difícil de vender a profesores con muchas responsabilidades, exigiéndoles tanto tiempo y dedicación. Yo mismo, como profesor en activo, doy cursos de literatura y de escritura todos los semestres, por lo que sé muy bien cuál es el alcance de tal desafío. Por más que sintiera a menudo la urgencia de darle un revolcón a mis prácticas docentes con innovaciones radicalmente nuevas, casi nunca lo hice. Concebir de nuevo los cursos desde la base supone un tiempo y una energía que la mayoría de nosotros no tenemos a mitad de semestre, y que durante los intervalos entre semestres consumimos normalmente en nuestras investigaciones.

Mis reflexiones sobre este dilema me llevaron a considerar si debería incorporar en mis talleres más actividades que los profesores pudieran utilizar para dar un vuelco a sus clases de mañana o de la siguiente semana sin necesidad de revisar exhaustivamente su docencia –en otras palabras, los equivalentes pedagógicos de la astuta bola pequeña–. Con esta expectativa en mente, me sumergí en las publicaciones sobre enseñanza y aprendizaje en educación superior con otra mirada, buscando recomendaciones de bola pequeña que resultasen fáciles de adoptar, a la vez que estuvieran bien respaldadas por la investigación. Esta búsqueda de varios meses me condujo al trabajo de psicólogos de la cognición que estudian los mecanismos del aprendizaje, a neurocientíficos y biólogos que me ayudaron a comprender algunos aspectos básicos de la ciencia del cerebro y a la investigación en campos relacionados con el aprendizaje, como las emociones y la motivación. Me quedé gratamente sorprendido al encontrar en estos campos un número manejable de principios de aprendizaje que me parecieron directamente extrapolables a las aulas de educación superior. Comencé de manera gradual a buscar ejemplos prácticos de cómo esos principios podrían aplicarse en el aula, y empecé a recomendar algunas de las estrategias que iba descubriendo a los participantes en mis talleres. Podía notar cómo aumentaba la energía y la excitación en la sala cuando los participantes podían vislumbrar que había poca distancia entre el taller de la tarde de ayer y un cambio concreto y positivo para sus clases de la mañana siguiente. Pero nada me interesó y motivó más que los pequeños éxitos que experimenté yo mismo al incorporar a mi propia aula algunas de las estrategias que había aprendido. A lo largo del curso de ese semestre de otoño, en el que trabajé en mi propia docencia a la vez que conversaba con otros profesores sobre estas ideas, quedé convencido de la noción aparentemente paradójica de que mediante pequeños cambios era posible una mejora pedagógica sustancial, de la misma manera que fue posible ganar la Serie Mundial a los Royals robando bases y golpeando bolas altas de sacrificio.

Esta convicción recién descubierta dio lugar, finalmente, a la noción de docencia pequeña , un enfoque que persigue desencadenar cambios positivos en la educación superior por medio de astutas modificaciones, pequeñas pero trascendentes, en el diseño de nuestro curso y en nuestras prácticas docentes. La docencia pequeña, como estrategia completamente desarrollada, busca en el depósito profundo de la investigación sobre aprendizaje y educación superior para crear, con lo encontrado, un enfoque deliberado, estructurado y progresivo que cambie nuestros cursos a mejor. Las últimas décadas nos han proporcionado un cuerpo creciente de investigaciones y conocimientos sobre cómo aprenden los seres humanos, y una generación nueva de estudiosos en estos campos ha comenzado a trasladar sus descubrimientos, desde los laboratorios de investigadores de la memoria y la cognición, a las aulas de educación superior actuales. Sus hallazgos sugieren, cada vez con más fuerza, el potencial de algunos cambios pequeños en el diseño de nuestros cursos, en nuestra manera de dirigir nuestras aulas y de comunicarnos con nuestros estudiantes. Algunos de los descubrimientos sugieren también vías de cambio para una transformación profunda de nuestros cursos (señalaré unas cuantas en el capítulo final de este libro). Pero si lo que estamos buscando es estimular el aprendizaje del contenido del curso por parte de nuestros estudiantes, mejorar sus destrezas intelectuales básicas –como la escritura, el habla y el razonamiento crítico– y prepararlos para que tengan éxito en sus carreras, entonces creo que podemos encontrar en la docencia pequeña un enfoque para nuestro trabajo compartido de educar estudiantes que resulta efectivo a nuestros alumnos y accesible al mayor número de profesores de universidad en activo.

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