El teatro de Matei Visniec suele hacer reír. Reír amargamente, pues lo más habitual es que esa risa se dé en ficciones dramáticas donde hay muchos ingredientes que nos conmueven en sentido contrario. Como lectores o público, podemos llegar a hacernos esta pregunta: ¿cómo es posible que me esté riendo, que hasta me esté divirtiendo, ante la crudeza del drama aquí expuesto, que más bien me produce piedad y compasión, si no miedo y hasta terror? A modo de ejemplo, Dorra y Kate, las protagonistas de Du sexe de la femme …, donde se habla de las violaciones colectivas en las guerras, nos hacen reír en una sorprendente escena en que se emborrachan ridiculizando los discursos que tienen unos pueblos sobre otros en los Balcanes. Como afirma Aurelia Roman (2005: 199): «l’auteur sait trouver d’une manière tout à fait inattendue la lumière de l’humour au cœur même du tragique le plus noir». Pero también ocurre lo contrario, que una obra más bien cómica nos deje al final con un sabor amargo. Así ocurre en Petit boulot pour un vieux clown , donde el jocoso encuentro entre tres viejos payasos que compiten por un mismo trabajo, tras matizarse progresivamente, acaba con una durísima revelación final.
El humor negro de Matei Visniec está muy ligado a su uso de lo grotesco: una voluntaria deformación del referente en que, por medios como la exageración o la unión de incompatibles, se consigue ridiculizar, ya hasta satirizar. La amargura se filtra porque ese referente suele tener una crudeza que también nos inclina a experimentar, como antes decíamos, piedad y compasión, si no temor y hasta terror. En Migraaaantes … abundan escenas de estas características. Así ocurre con las palabras de las seductoras azafatas del Salón de las nuevas tecnologías anti-inmigración, cuyas demostraciones nos hacen a la vez reír por su ridiculez y acongojarnos por las situaciones que evocan: «Captan ustedes la precisión de la grabación… Se diría, más bien, un espectáculo pirotécnico de gritos agudos, incluso sangrientos (…) Son los latidos del corazón de un niño de cuatro años en el momento en que su padre lo hace pasar por un agujero hecho en las alambradas» ( sic ). No les van a la zaga las azafatas del Salón de la alambrada, que hacen así propaganda de los nuevos dispositivos para protegerse de refugiados e inmigrantes: «Les rogamos que admiren la vertiente artística de esta obra. Este tipo de cerca no tiene nada malo, nada amenazador, nada ideológico… La podemos considerar más bien una obra de arte ambiental». Ni tampoco los mafiosos cuando discuten sobre quién han de echar a la mar, la cantante y la bailarina que justifican el velo que llevan, o el terrorista que hace uso de sus ridículos argumentos para convencer a su víctima de que se inmole, etc. La risa suscitada así tiene un extraño trayecto: en primer lugar, tendemos a reír de las víctimas, por ese arraigado principio de que el estúpido se merece lo que le ocurre; sin embargo, se nos quiebra la risa en la garganta al ver cómo el poder y la manipulación se están aprovechando de la ingenuidad, y hasta de los buenos sentimientos, de unas personas para hacerlas víctimas. Además, son tan ridículos los argumentos utilizados por los verdugos, que también reímos de ellos. Pero con una risa que se tiñe de temor, porque esos verdugos no son inofensivos, más bien todo lo contrario… En un sentido u otro, la risa y la congoja se encuentran. Y lo grotesco no solo afecta al mundo de los refugiados y los que se aprovechan de ellos, también al nuestro cuando comprobamos cómo se genera en él un discurso políticamente correcto que, a fin de cuentas, esconde bajo bellas palabras el fracaso de los políticos para encarar el problema o, más aún, su falta de voluntad para solucionarlo, llevados por el ansia de conservar el poder cueste lo que cueste. Hasta figuras concretas de la política no quedan inmunes, como le ocurre a Angela Merkel en la escena en que se da una lección de alemán básico a los refugiados, conducente a que acaben diciendo todos a la vez: «Das Herz… Angela Merkel hat ein gutes Herz… Angela Merkel hat ein groβes Herz…».
Aurelia Roman (2005: 186) ha recogido unas palabras de Matei Visniec que explican la persistencia del humor negro y la risa amarga de sus obras: «Nous étions maîtres de l’humour macabre. On pratiquait l’autodérision sans craintes et sans limites. Chez nous le rire était un moyen de survivre». Guardando las proporciones, parece que, una vez instalado en Europa Occidental y confrontado a otros problemas, la risa sigue siendo un modo de sobrevivir . Y eso nos recuerda una expresión rumana: facem haz de necaz …
Como decíamos, el teatro de Matei Visniec habla a menudo de los horrores del mundo, y así ocurre con Migraaaantes … Sin embargo, no es propiamente un teatro tremendista que busque conmover poniendo directamente ante nuestros ojos lo más crudo y horrible. Consigue que nos lo pintemos en la mente sin necesidad de verlo, porque es algo que nos cuentan y sucede fuera de la escena, aunque sea muy cerca. O por el contrario, sí lo vemos, pero atenuado, ironizado, mezclado con humor negro o incluso exagerado hasta el punto en que se autoridiculiza y destruye, lo cual nos permite mantener la vista. Abundan los ejemplos. Así, la tortura es tratada en un breve cuadro dramático donde la violencia física es atenuada, sustituida por unas grotescas imprecaciones para que la víctima pronuncie la palabra ficelle , lo que hace de hecho desde el principio sin que sus verdugos le hagan ningún caso ( Théâtre décomposé ou L’homme-poubelle ). Por poner otro ejemplo, en El retour au pays (en Attention aux vieilles dames rongées par la solitude ), el horror de la guerra se mezcla con el humor macabro originado por una disputa entre todos los caídos en combate, lo cual ya nos sitúa en un universo fantástico. En efecto, estos, que por primera vez van a participar en un desfile de la derrota , discuten ferozmente sobre el lugar que deben ocupar en ese desfile, en función de la forma en que fueron abatidos. El general, exasperado, será salvado por la grotesca, fantástica y macabra solución que le dará su cocinero. Migraaaantes … tiene un funcionamiento parecido, si bien con escasísimos elementos fantásticos. En realidad, lo que vemos en escena son casi siempre los preparativos, las consecuencias o el relato de los momentos más crudos: ahogamientos, extirpación de órganos, ejecución de inocentes por las mafias, etc. Así, el enterrador de Lampedusa nos cuenta: «Hubo, una vez, trece niños muertos en un solo día. Llevaban todos sus chalecos salvavidas, pero eran falsos chalecos, una chapuza hecha por pasadores indecentes». O bien, el horror está fuera de la escena, aunque muy cerca: es lo que ocurre con los gritos que llegan de la habitación contigua para que la madre chantajeada, que está hablando con su hijo secuestrado por teléfono, compruebe que eso no le ocurre a él … Un simple objeto puede tener un poder evocador más fuerte que el horror mismo en escena; así ocurre cuando el enterrador le abre las puertas de un cobertizo, donde ha reunido los objetos perdidos de los ahogados, a la madre siria que busca los cuerpos de sus hijos y nietos: «La vieja mujer regresa apretando un peluche contra su pecho». Todo indica que Matei Visniec nos quiere golpear el corazón pero de modo que no cerremos los ojos , para que la intensidad visual del horror no nos anule hasta el punto que no impida pensar, consciente de que la visualización repetida del horror en las pantallas, acaba banalizando el horror, si se limita a eso.
Finalmente, hay otro rasgo de Migraaaantes … característico de otras creaciones del autor: su estructura modular , como él mismo la llama. Matei Visniec es autor de obras compuestas de cuadros dramáticos que se suceden con vínculos temáticos y de acción relativamente laxos. Así ocurría en Théâtre décomposé ou L’homme-poubelle , obra que retrata la vida de una ciudad a través de cuadros dramáticos centrados en diversos personajes, construidos de modo muy diferente (monólogos, diálogos, relatos, prescripciones, etc.), con un toque de absurdo y fantasía para poner de relieve, entre otras cosas, el lavado de cerebros a que son sometidos los habitantes. Más recientemente, el interés de Matei Visniec por las palabras –lo cual avala su vocación poética y su interés por el lenguaje– ha desembocado en Le cabaret des mots , otra obra modular donde cada palabra es el protagonista de un cuadro, en el que habla de sí misma. Habitualmente, en estas obras, el autor da explícitamente libertad al director teatral para ordenar o seleccionar los módulos: todo un reto, en realidad, para el director teatral. Así ocurre en Migraaaantes …: se compone de cuadros dramáticos que pasan de una trama a otra sin que haya propiamente desenlace de ninguna: la travesía de los refugiados en manos de los mafiosos, los salones de la tecnología y las alambradas anti-inmigración, la elaboración del discurso políticamente correcto por parte del Presidente y sus asesores, la utilización de los niños por las mafias, el lavado de cerebro para la aceptación de la inmolación, etc. Además, Matei Visniec ha incluido varias escenas de reserva, dando libertad de usarlas al director teatral. La estructura modular tiene un poderoso efecto en esta obra: incita al lector o espectador a buscar las relaciones entre las tramas, por lo que se torna más activo, al tiempo que muestra tal ramificación del problema expuesto que este acaba apuntando no a un ámbito de nuestra sociedad, sino a ella misma y en profundidad.
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