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Arthropoda
Liliana Velandia Calderón
Bucaramanga, 2021
Página legal
VELANDIA CALDERÓN, LILIANAArthropoda / Liliana Velandia Calderón2ed.Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 202145p.: il.E-PUB: 978-958-5188-12-91. POESÍA COLOMBIANA - SIGLO XXI 2. LITERATURA COLOMBIANA - SIGLO XXI 3. ESPACIO Y TIEMPO – POESÍAS 4. POÉTICA 5. LIBROS Y LECTURA – ASPECTOS SOCIALES – POESÍAS 6. ARTRÓPODOS – POESÍAS 7. INSECTOS – POESÍASCDD: 861.5 Ed. 23CEP - Universidad Industrial de Santander. Biblioteca Central |
Arthropoda
Liliana Velandia Calderón
© Universidad Industrial de Santander
Reservados todos los derechos
© Ilustraciones: Ale Lagos
ISBN ePub: 978-958-5188-12-9
Segunda edición, noviembre de 2021
Diseño, diagramación e impresión:
División de Publicaciones UIS
Carrera 27 calle 9, ciudad universitaria
Bucaramanga, Colombia
Tel.: (7) 6344000, ext. 1602
ediciones@uis.edu.co
Prohibida la reproducción parcial o total de esta
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Impreso en Colombia
Tres aproximaciones sobre una voz
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Cuando el telón se abre aparece un tacho de metal a la intemperie; un cilindro oxidado hasta la mitad lleno de agua, el reflejo de los árboles y los pájaros azules. Del lado de adentro, tensada desde los bordes, la estructura que la araña tejió tras el freno de las lluvias. Una tela de metal invisible y férrea: las larvas de los mosquitos se enceguecen con el cielo y empiezan el ascenso, pero sus alas no logran atravesarla. Entonces la arthropoda crece como un relámpago, se clava sobre la víctima, la ovilla y vuelve a su agujero en la herida del metal; hay un ciclo de vida bajo el control de sus patas brillantes. De vez en cuando aparece en escena, succiona uno de los nudos y repara la tela para que resista hasta las próximas lluvias. Días después, un grupo de niños y niñas se encuentra con el cementerio flotante y, fascinado, se vuelve una pandilla cazadora que ofrendará nuevas presas: alguaciles, hormigas, cascarudos que hacen ceder la superficie. La araña es implacable, y cuando los hilos tiemblan aparece para formar un nuevo capullo. La araña y su galaxia alrededor. El sol rodeado de planetas muertos. Los humanos trabajando para ella. Una versión posible de Dios. Un grillo, mientras tanto, canta invisible su poema bajo la noche.
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“Y después de tanto, ¿qué importa un nombre?”. Abro al azar el Poema sucio de Ferreira Gullar; entro a sus páginas por los bordes, como se entra al agua turbia de las obras imprescindibles. Y allí la memoria y su canto borroneado, la búsqueda silábica de identidad, escribir es exiliarse del yo, caer hasta desmembrarnos la lengua: el Altazor brasileño. Dicen que aconteció en una noche porteña reventada de los años setenta: Ferreira, poeta errante, canta, y en el medio del auditorio íntimo una casetera graba. Vidas después, aunque la versión escrita se pierde, Poema sucio vuelve, gracias a ese registro, vuelve como un monumento de habla viva, con las marcas de una voz que debe ser transitada de un solo golpe de vista, hasta la asfixia y el ensueño, hasta el hundimiento del cuerpo.
Leer los poemas de Liliana es recordarla. Ella, vestida de blanco, derramada en una terraza de la ex ESMA, su voz colgada del verano, desenreda sus poemas como si allí dentro hurgara en busca de su falta, todo eso que alimenta. Invoca bajo la potencia de esos árboles, testigos del dolor de los que ya no están, los pies arrastrados a la fuerza, la cadena que se levanta para que el Falcon entre al infierno, la tragedia latinoamericana como mito de origen aun para quienes no nacieron. Desde el más allá un coro que repite “suéñame Verlaine”. El poema como duración, territorio de los sueños de los otros, “la boca padremadre que germinamos”. Los espectadores al borde del incendio en su lenguaje original. Liliana se deshace hasta la partícula más ínfima, y desde allí vuelve a reconstruirse. Se anuda en una tradición de largo aliento y suelta su ejército de insectos para que regresen con sus versiones del mundo, sus tropas. Es en cada una de esas respiraciones, las hunde en el cauce de un río que se mueve como la garganta roja de un niño que tartamudea frente a su reflejo en el metal. El agua que oculta el fondo.
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¿Quién habla en Arthropoda? Llegar al “yo” como paradoja, como estado actual de las cosas, punto de llegada efímero de una obra que recién comienza; que el acto de decir edifique una morada terrible, un peligro de derrumbe. La escritura, entonces, como un campo de guerra donde todas nuestras voces se vuelven árboles imaginarios, ovillos muertos en la tela. El poema, emisión total de la voz, única y poderosa que inunda, hasta que el cuerpo se pierda, hasta que no haya imagen y el ritmo se choque contra el delirio. Fundar la patria con nuestros recortes de historia. Hacer de la memoria un hábitat y una pérdida que pongan al mundo en movimiento, avasallante, entre el hambre, la política, la violencia de la palabra hogar. De nuevo, quién habla en Arthropoda sino ese dios mínimo, de pie en el escenario del universo. Un dios mujer insecto expatriada que clama por su lugar, por su nada exclusiva, poética. Cegado de vencerse a sí misma tras salir del fondo de su cueva. Golpes en el metal para que la función comience.
Damián Lamanna Guiñazú
Buenos Aires, mayo de 2018
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