Valdés, Hernán
Zoom. Indagación de objetos perdidos / Hernán Valdés. — Santiago de Chile: FCE, 2021
226 p.; 21 × 14 cm (Colec. Tierra Firme)
ISBN 978-956-289-181-3
ISBN digital: 978-956-289-234-6
1. Novela chilena 2. Literatura chilena – Siglo xx I. Ser. II. t.
LC PQ8098 Dewey Ch863 V125z
Distribución mundial para lengua española
© 2021, Hernán Valdés
Versión revisada y renovada de la novela Zoom, publicada por Siglo xxi Editores, México, en 1971
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Coordinación editorial: Fondo de Cultura Económica Chile S.A.
Cuidado de la edición: Carlos Decap
Diseño de portada: Macarena Rojas Líbano
Fotografía de portada: archivo de Hernán Valdés
Diagramación: Gloria Barrios A.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluidos el diseño tipográfico y el de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.
ISBN 978-956-289-181-3
ISBN digital 978-956-289-234-6
Índice
Restauración de este libro
1. Al principio, llevó la cuenta de los días
2. Los altoparlantes y el ruido de las turbohélices
3. El mayordomo del kolej
4. Solo cuando quedó atrás la cordillera
5. Ya en otro tiempo te dijiste
6. Andaban en grupos o solitarios
7. Cuando se detuvo frente al kolej
8. No hay camellos en Beirut
9. No hay como la pachanga, maestra
10. Como una cáscara de nuez
11. En esa pequeña fisura
12. A las cinco de la tarde
13. En ciertos estados de percepción
14. A lo largo de los troncos
15. Salió del baño
16. —Mierda —musitó Teófilo
17. El Turco lo condujo
18. Sentado en una piedra
19. Aparición de Octavia
20. En la pared está la fotografía del General
21. Una vez interrumpida la absorción
22. Entró en la cantina
23. A mitad de la tarde
24. Las palabras ausentes
25. Mañana de oleandras rosas
26. Tuvo la evidencia de que empezaba
27. El presentimiento
28. Viaje a Praga
29. Praga
30. La cómplice
31. Teófilo y el General
32. Ramadán
33. Pese al tiempo transcurrido
34. En el espejo retrovisor
35. Cada cual sabía
36. El poder y las palabras
37. Los lugares
Acerca de Zoom, una novela chilena
Restauración de este libro
En algún día de 1972, Enrique Lihn apareció en mi casa con un ejemplar de la revista colombiana Eco, donde había publicado un largo artículo sobre Zoom, que de inmediato me leyó. Si no hubiera sido por eso, pienso ahora, quizá este libro no habría sido reescrito y reeditado.
La novela, publicada originalmente en México en 1971, llegó en escasos ejemplares a Chile, debido a la miseria de divisas. Aparte de los que yo regalé, no supe de nadie más que lo hubiera leído. Siendo yo una persona de izquierda, que trabajaba en una institución comprometida con el nuevo gobierno, la prensa de derecha no lo mencionó; la de izquierda tampoco lo hizo, sin duda a causa de la imagen sombría y a la vez hilarante de una Checoslovaquia aún comunista, donde se desarrolla parte de la acción.
En ese tiempo la vida intelectual de la izquierda estaba dominada por la sociología. La literatura era considerada un objeto de consumo burgués, los escritores éramos valorados o bien como agentes de ese pensamiento burgués, o bien como eventuales propagandistas de la fe revolucionaria.
Frente a ese silencio o indiferencia, yo mismo terminé por pensar que había escrito un texto inoportuno para un tiempo inadecuado. Inmerso en el ambiente tenso y enardecido de esos días, escondí mi frustración para mejores oportunidades.
Ello hasta el momento en que Lihn, él mismo un marginado de los favores del nuevo pensamiento, descubrió el interés del libro e intentó incluso una interpretación que iba más allá de mis propias pretensiones. Eso fue un alivio y una especie de recompensa más que amistosa para mí en esos días. Pero, aparte del ejemplar de la revista que él había recibido, no había otros. En ese tiempo las fotocopiadoras o impresoras domésticas eran desconocidas, de modo que aquel artículo permaneció como parte de una publicación privada.
Las cosas no fueron más allá. La realidad política y sus efectos en la vida privada se imponían. Poco a poco sepulté la frustración por ese libro. Cuando me preguntaron por él, décadas después, insistí más bien en sus debilidades, sus inconsecuencias. Yo había asumido inconscientemente la indiferencia de los otros.
Hasta que redescubrí, solo hace un par de años, el texto de Lihn en la red. No provenía de la misma revista que él me había mostrado entonces, Eco, sino como un artículo en la Revista Chilena de Literatura, de 1972, de la cual en aquellos tiempos no tuve noticias, debido tal vez a que no llegó a los escasos canales de distribución.
Ello me impulsó a releer el libro. Me sorprendió descubrir que había partes bien escritas, algunas bastante mordaces, y de una calidad literaria poco común. De modo que, con el propósito de rescatarlo, me puse a eliminar todo lo superfluo, lo mal concebido, lo incoherente como continuidad dramática, y luego de algunas modificaciones reescribí las partes que debían corresponder mejor al propósito de la novela, al carácter y destino de los personajes en relación con los diversos ambientes y tiempos. Este es pues el resultado que, espero, consiga restituir una obra que raramente existió.
1. Al principio, llevó la cuenta de los días
Al principio, llevó la cuenta de los días que lo distanciaban de ese encuentro, ayer tan inminente. Durante el primero, y en parte del segundo, había agotado todas las posibilidades visibles de la aldea; entre el tercero y el cuarto, conoció los diversos senderos que conducían a los alrededores, a unos sembrados de papas y betarragas, al bosque, al riachuelo.
Tres angostos caminos asfaltados conducían, sin duda, a aldeas semejantes. Intentó descubrir, primero entre sus compañeros, y luego entre los habitantes de la aldea, a alguien que indicara poseer esos signos especiales que le permitirían reconocer lo esperado, compartir y tal vez perseguir sus aspiraciones. Casi de inmediato le pareció improbable. Salía una y otra vez, desconfiando todavía de la intrascendencia del lugar, regresaba nuevamente al kolej*, como para recuperar, en la neutralidad de su cuarto, la prometedora imagen que traía antes de llegar. La mayor parte de sus compañeros —casi una centena— comenzaban a reorganizar sus vidas o, al menos, buscaban simpáticamente las formas de adaptarse a ese nuevo medio. Casi todos ellos recurrían a esos simples lenguajes de observación y reconocimiento físico —sudamericanos y africanos, enmarcados por su ventana, jugaban fútbol con los muchachos del colectivo de enfrente— que a él no podían servirle de gran cosa. Desde el primer momento, los argentinos habían formado una célula comunista y, entendiéndose con autoridades que nadie más había podido descubrir, participaban en las brigadas de recolección de betarragas.
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