1 ...6 7 8 10 11 12 ...16 La música de blues, que se popularizó en toda la nación americana en los años veinte, supuso una avenida de acceso al arte y a la fama para varias mujeres negras. Las cantantes de blues fueron incluso a veces más atrevidas que los bluesmen y hablaron abiertamente del sexo, de la bebida o de la violencia racial y de género en sus canciones. Estas cantantes rechazaron los estereotipos vigentes sobre la promiscuidad de la mujer negra, a la vez que atacaban las convenciones burguesas al expresar con sinceridad toda la pasión y la tristeza de sus vidas. Mamie Smith fue la primera cantante negra de blues que alcanzó fama nacional. Su álbum Crazy Blues (1920), que vendió un millón de copias el primer año, fue motivo de orgullo para los negros, que veían que su música, de orígenes humildes, se abría paso a las audiencias urbanas de todo el país. Al éxito de Mamie Smith se sumaron poco después Ma Rainey, de Georgia, y Bessie Smith, de Tennesee, que cantaron y grabaron canciones para un país hambriento de músicas y ritmos novedosos (Turner 152). Hazel Carby, en un artículo pionero titulado “‘It Jus Be’s Dat Way Sometime’: The Sexual Politics of Women’s Blues”, describía el blues femenino de la década de 1920 y principios de la de 1930 como:
A discourse that articulates a cultural and political struggle over sexual relations: a struggle that is directed against the objectification of female sexuality within a patriarchal order but which also tries to reclaim women’s bodies as the sexual and sensuous subjects of women’s song. (Carby, “It Jus” 474)
Mamie Smith
Ma Rainey
Bessie Smith
Tamaña reivindicación era ciertamente algo importante e inaudito en una sociedad tan patriarcal como la sureña. Quizá lo más chocante fuese la celebración irreverente de la sexualidad y la sensualidad femeninas a través de la música. Uno de los ejemplos más sonados fue la canción “Prove It on Me Blues” de Ma Rainey, en la que esta exhibe sin complejos su preferencia sexual por las mujeres.
Alice Walker, que siempre se ha interesado por los problemas de los negros para dar cauce a su creatividad en una sociedad que los silenciaba, escribe en su ensayo “In Search of Our Mothers’ Gardens”: “Consider, if you can bear to imagine it, what might have been the result if singing, too, had been forbidden by law. Listen to the voices of Bessie Smith, Billie Holiday, Nina Simone, Roberta Flack, and Aretha Franklin, among others, and imagine those voices muzzled for life” (234). No es de extrañar que uno de los personajes más celebres de Alice Walker sea la cantante de blues Shug Avery, que se convierte en la amante y guía espiritual de Celie en The Color Purple (1983). La profesión de cantante le confiere a Shug una independencia económica que la libera del control de los hombres que se relacionan con ella. En su caso, el blues es también una representación de liberación sexual, y una lección para la mujer afro-americana sobre los aspectos revolucionarios de su sexualidad. Varios críticos apuntan que el personaje de Shug está basado en Bessie Smith, la mejor cantante de blues de los años veinte y treinta, la “emperatriz del blues” que desafiaba las convenciones con canciones como “I’m wild at that thing” o “You’ve got to give me some”. Mediante canciones que a menudo expresaban la rabia por la pobreza y la injusticia de vivir en el sur segregado, con sus rígidos y opresivos códigos de género y raza, las cantantes de blues permitieron que el mundo escuchase otra versión de la realidad del sur, una versión realista y descarnada, alejada del mito y la leyenda.
El feminismo, los derechos civiles y el “womanismo”
La Segunda Guerra Mundial, igual que lo había hecho la Primera, trajo consigo cambios profundos para el país y para el sur, en donde las mujeres se encontraron con nuevos retos y opciones. Los hombres afroamericanos, llamados a defender su país contra la amenaza fascista y la opresión de otra etnia discriminada en el corazón de Europa, participaron en la guerra en un ejército todavía segregado (la integración racial en las fuerzas armadas no se hizo efectiva hasta julio de 1948, por orden del presidente Truman) y volvieron del frente para encontrarse con las prácticas humillantes de la segregación todavía en vigor. La denuncia de la hipocresía de la nación americana que combatía el racismo en el exterior pero lo practicaba en casa fue en aumento e incluso fue asumida por un número creciente de blancos. Destacaron en esta lucha varias mujeres blancas de clase acomodada como Lillian Smith, Katharine Du Pre Lumpkin y Sarah Patton Boyle. Esta última, de una familia acomodada de Virginia, culminó su crítica furibunda del statu quo con la autobiografía titulada The Desegregated Heart (1962). A estas escritoras hay que añadir los nombres de las activistas negras Septima Clark, Rosa Parks, Fannie Lou Hamer, Ella J. Baker y la activista blanca Virginia Durr, amiga de Rosa Parks (Turner 214). A medida que crecía la fuerza de estas voces progresistas, disminuía la de los grupos defensores de la Causa perdida como las United Daughters of the Confederacy .
No deja de ser significativo el hecho de que el vocablo “sexismo” se acuñó deliberadamente a finales de la década de 1960, justamente para imitar el vocablo “racismo”. Según argumenta Sara Evans en Personal Politics (1979), la resurrección del movimiento feminista en la década de 1960 tuvo sus orígenes en el sur. De nuevo las mujeres del sur —ahora en el movimiento por los derechos civiles— detectaron la conexión entre la opresión racial y la sexual, y ello proporcionó el impulso crucial para el feminismo contemporáneo, que rechazó el patriarcado y generó nuevas maneras de pensar acerca del género y la experiencia femenina. En su autobiografía Womenfolks: Growing Up Down South (1983), Shirley Abbot se ofrece como ejemplo contemporáneo de por qué las mujeres sureñas se van de casa.
La época de la lucha por los derechos civiles presenta muchos paralelismos con la del movimiento abolicionista. En ambos períodos la lucha por la libertad de los negros condujo a la lucha organizada por los derechos de la mujer, que también estaba sometida a unos códigos de género que la esclavizaban. Ya a principios del siglo XIX las mujeres del movimiento abolicionista encontraron paralelismos entre su estatus legal inferior y el de los esclavos. En una convención antiesclavista que tuvo lugar en Londres en 1840, las feministas estadounidenses Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott no fueron autorizadas a sentarse con los hombres, rechazo que las impulsó a organizar la convención sobre la discriminación de la mujer que se celebró ocho años después en Seneca Falls, en el estado de Nueva York. En la segunda mitad del siglo XX, las mujeres blancas del movimiento por los derechos civiles se consideraron marginadas y fundaron el movimiento conocido como women’s lib . Y las mujeres negras, oprimidas doblemente por su raza y su sexo, tuvieron una importancia crucial en el movimiento por los derechos civiles. Con su famosa negativa a ceder su asiento del autobús a un blanco, Rosa Parks se convirtió en un símbolo poderoso. Su gesto dio lugar al famoso boicot a los autobuses de Montgomery, Alabama, acontecimiento que confirió prominencia y fama nacional a Martin Luther King, Jr. Las mujeres negras que participaron activamente en las marchas, los boicots, las sentadas, los piquetes, etc. abrazaron con fervor unas tácticas no violentas en consonancia con sus profundas convicciones cristianas.
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