José Candela Ochotorena - Del pisito a la burbuja inmobiliaria

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La cultura de la vivienda en propiedad se consolidó en la población española durante las dos primeras décadas del franquismo. Las políticas de vivienda franquistas reflejaban los prejuicios patriarcales sobre la familia y la mujer del nacionalcatolicismo, y la creencia falangista en el poder moderador de la propiedad sobre el radicalismo social. El régimen de Franco utilizó la vivienda de protección oficial como elemento central de su propaganda social y para encuadrar a los productores en el sindicalismo vertical. La tenencia en propiedad demostró, vía garantía hipotecaria, que era la mejor opción para los negocios. Solo entonces, la iniciativa privada entró en el campo de la vivienda social y, en pocos años, los terrenos se llenaron de torres de pisos. El presente libro intenta explicar el proceso holístico de creación de una cultura de propiedad relacionada con el mercado de la vivienda, y cómo los falangistas se fueron adaptando a los intereses inmobiliarios que habían intentado moldear.

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No gobernamos para hoy, sino para siempre; bebemos en la tradición y miramos al horizonte; no nacen nuestros principios fundamentales del capricho de la voluntad, sino de las verdades eternas, [...]. Por eso San Agustín dice: «ama a tu prójimo, y más que a tus prójimo a tus padres, y más que a tus padres a tu patria, y más que a tu patria a tu Dios», nosotros, quince siglos después, seguimos repitiendo la misma escala de amores: Dios, España, familia y sindicato (Arrese, 1941 b : 21).

Arrese mantuvo siempre una distancia aristocrática y paternal, 23incluso cuando su discurso pretendía un lenguaje duro contra las injusticias del capitalismo.

El liberalismo hizo del obrero un perro y del dinero un amo. El marxismo hizo que el perro se volviera contra el amo que le pisaba. La solución del problema no está ni en morder al capitalista, como quiere el marxismo, ni en poner un bozal, como quiere el capitalismo liberal [...]. La solución está en hacer que el perro vuelva a ser hombre, y que nadie vuelva a maltratar al obrero. Es decir hacer que vuelva el espiritualismo y la justicia social (Arrese, 1941 b : 13).

Durante 18 años, ambos fueron figuras de la primera línea del régimen, incluso modularon su discurso en Linares, cuando en 1944, conforme la guerra anticipaba el triunfo de los aliados, a muchos les entró un cierto pánico:

Y en este hoy tangible de la Patria; [...] las cosas están así: hay un pensamiento social revolucionario cuya realización se intenta, y que por encima de todas las dudas, [...], se logrará. Porque en la política, como en las demás manifestaciones de la vida, hay horas decisivas, horas de criba de los hombres, en las que unos pelean y otros huyen [...] Y todos los que no huimos, estamos sencillamente resueltos a no obedecer otra orden que la de nuestro Jefe de siempre (Girón, 1952, t. II: 36).

Sobre la política social de la vivienda, sus discursos fueron complementarios. Arrese la concebía como una mezcla de política social y triunfo del paternalismo católico arcaico: «No basta con buscar una guarida donde se lleva a cabo la mera habitación de unas personas; es preciso llegar a ese núcleo animoso, íntimo y confortable que en el idioma de Cristo se califica con el nombre de hogar» (Arrese, 1959: 92).

Girón, por su parte, consideraba que la política social de la vivienda servía al objetivo de superar la lucha de clases, exacerbada por el Estado liberal «deshumanizado».

Constituía un imperativo de justicia sustituir por viviendas acogedoras e higiénicas las miserables covachas donde el bravo nervio español de tantas familias humildes se pudre en un ambiente lóbrego, confinado y hostil. Era necesario defender la salud y el vigor de la raza, pero también servir una consigna más alta: la defensa del hogar español. Redimir a esas familias sin alegría de hogar, [...] a las que el antiguo Estado deshumanizado jamás supo tender una mano amiga de justicia y comprensión (Girón, 1952, t. III: 132).

Para Falange la vivienda en propiedad era un símbolo de la paz social. Proclamaba que la penetración del socialismo republicano se debía, «en gran parte a una desviación moral del obrero español», achacable a las «innumerables horas de ocio mal empleadas fuera de su hogar», un hogar del que se sentía desarraigado por «la falta de comodidades mínimas» ( Arriba , 8-7-53). La vivienda acogedora sería un factor de reclusión familiar del obrero, que lo alejaría de las reuniones peligrosas. A la vuelta de un viaje a la República Federal Alemana, Arrese dijo a la prensa que su homólogo alemán sabía: «que la vivienda es el mejor modo de evitar el comunismo». Porque «no piensa igual el hombre que tiene un hogar caliente y familiar que el hombre que duerme en la terrible inmundicia de una chabola» (Arrese, 1966: 1353).

Ambos dirigentes falangistas compartían el gusto por la retórica y los largos discursos; se enamoraban de frases que reaparecían a lo largo de veinte años, a veces en el mismo periódico, y ambos eran profundamente antiliberales. En 1941, con motivo de la presentación del II Consejo Sindical, Arrese decía:

Vosotros sabéis que... Patria es hogar y el hogar no se siente en una choza, donde se meten hasta los huesos las inclemencias del tiempo, donde la santidad de la familia está pisoteada, donde no hay alegría ni luz ni calor [...] Que el hogar de muchos ha sido, hasta ahora, la taberna, la cárcel o el hospital, y que, por ello, estuvimos a punto de tener una Patria mandada por borrachos, por delincuentes y por enfermos ( ABC , 3-6-1941).

Ya titular de Vivienda, repitió esas mismas palabras ante Franco en mayo de 1957, cuando presentó su equipo ministerial. Al tiempo que lanzaba la consigna, profusamente coreada, de «ni un español sin hogar», redundaba en su diatriba antiliberal de 1941, que tachaba a los políticos republicanos de delincuentes o enfermos ( ABC , 9-5-1957).

Por último, la carencia de trabajadores industriales con experiencia, debida en muchos casos a las depuraciones antisindicales de posguerra, confería a la política de vivienda la virtud de fijar los «productores» en el lugar de trabajo. El Decreto de 16 de octubre de 1946 que regulaba la cesión de terrenos municipales a la OSH decía en su introducción:

La Obra Sindical del Hogar promueve la construcción de grupos de viviendas para ser adjudicadas directamente a los productores, y también concierta con las empresas privadas la edificación de viviendas para su personal [...] [los beneficios de este decreto] son concedidos precisamente para favorecer el enraizamiento de las clases productoras a los lugares de trabajo (Mayo y Artajo, 1946: 97).

3. LA DOCTRINA FAMILIAR DEL MOVIMIENTO

L‛Angélus: «Maîtres, enfants, domestiques, tous s‛agenouillèrent, têtes nues, en se mettant à leurs places habituelles [...] Ce fut la plus émouvante prière que j‛aie entendue [...] Cette assemblée recueillie était enveloppée par la lumière adoucie du couchant dont les teintes rouges coloraient la salle, en laissant croire ainsi aux âmes, [...] que les feux du ciel visitaient ces fidèles serviteurs de Dieu agenouillés là sans distinctions de rang. En me reportant aux jours de la vie patriarcale, mes pensées agrandissaient encore cette scène déjà si grande par sa simplicité. Les enfants dirent bonsoir à leur père, les gens nous saluèrent, la comtesse s‛en alla, donnant une main à chaque enfant, et je rentrai dans le salon avec le comte (Balzac: «Le Lys dans la Vallée», 1832).

Esta escena, al igual que la «Oración» de Millet, ambas llenas de nostalgia, refleja el sentimiento de quien asiste al final de una forma de vivir. Balzac mira al pasado para mejor resaltar lo que no le gusta del presente. Sabe que la potencia del mundo nuevo, el París capitalista y especulador, barrerá en pocos años todo lo que él amaba, aunque también limpiará la servidumbre que lo acompañaba. Su nostalgia no resulta patética porque, mientras se diluye, aún es reconocible. El nacionalcatolicismo no añora el patriarcado, quiere restaurarlo con violencia, y los falangistas deseaban conservar sus valores en una sociedad moderna, cuya base es la propiedad privada capitalista. La política familiar del franquismo resumía en sí misma lo arcaico del catolicismo español, y el secretario general del Movimiento era explícito al formularlo: «Nosotros consideramos (la familia) como el núcleo de la sociedad con todo su poder educativo y regenerador, y creemos que no se puede fundar ésta si no es sobre los principios básicos del patriarcado y de la moralidad cristiana» (Arrese, 1940: 85).

En 1945 el Fuero de los españoles declaraba indisoluble el matrimonio. Se consagraba el carácter cristiano de la familia española y se restauraba la autoridad sin paliativos del varón, poniendo en vigor el Código Civil de 1889. «El franquismo concedió a la familia un lugar privilegiado en la construcción del mito de la Nueva España. El núcleo familiar era la unidad primaria de la sociedad, una célula básica del cuerpo del estado y de la comunidad» (Nash, 2012: 178): «Para España jamás ha existido duda alguna de que la familia es la entidad natural fundamento de la sociedad» (Girón, 1952, t. IV).

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