Lena Valenti - El desafío de Becca

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La historia más adictiva y divertida de Lena. Publicada por Penguin Random House y rediseñada por nosotros y añadiendo dos títulos inéditos. Ahora es una pentalogía.El desafío de Becca es la segunda entrega de la trilogía «El diván de Becca», la trilogía más adictiva, divertida y de alto voltaje de Lena Valenti.Becca, una psicóloga mediática que sigue métodos poco ortodoxos, y Axel, su guapísimo pero inescrutable cámara, viven intensa y apasionadamente algo que es cualquier cosa menos una historia de amor convencional.A Becca le han pasado muchas cosas buenas con su nuevo programa, pero también algunas muy malas… pero no pierde nunca su sonrisa ni la esperanza de saber quién es en realidad Axel. Pero en esta nueva novela viviremos muchas más emociones con Becca: Eli y Carla le darán una sorpresa; aparecerá su ex novio; tomará de nuevo las riendas de su programa y conocerá a adorables y disparatados pacientes mientras intenta ignorar que su acosador sigue libre y pisándole los talones.Nuestra psicóloga favorita volverá a sufrir, a amar, a disfrutar, a quedarse sin aliento, y todo con Axel, el Dios del Olimpo, que empieza a mostrarnos su verdadera cara.«No molestar. Estoy en terapia con Becca.»Las lectoras opinan…«Vértigo no es mal de altura. Vértigo es leer hasta caminando la serie „El diván de Becca“.»«¿Creer que Becca es mi mejor amiga es tener una amiga invisible?»«El diván de Becca es definitivamente la prueba de que se pueden contar historias de amor dando un giro de tuerca al género. Refrescante, inteligente y repleta de amor y sensualidad.»¡Un fenómeno romántico con más de 100.000 risas vendidas!

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—Axel no es Batman. No puede tomarse la justicia por su mano.

—Tú no le conoces. No sabes lo que es capaz de hacer. Él… Él siempre ha sido así. Da la cara por los más débiles —afirma sin titubear.

Eso me hace sentir bien. La sensación de estar protegida, de que le importas lo suficiente a alguien como para que quiera vengarte, me reconforta.

Preferiría mil veces que fuera Axel quien estuviera conmigo, en vez de su hermano con complejo de Peter Pan. Así le daría las gracias como quiero dárselas y… lo abrazaría. Porque no quiero volver a ver la expresión en su rostro como la que puso cuando me vio caer con el coche; como si ya no hubiera esperanza ni para él ni para nadie. Y le diría: «Te dejo que seas mi héroe».

Fede ha cerrado la puerta tras él y me ha dejado sola en la habitación.

La soledad, en mi estado, hace que me sienta incómoda, débil y desubicada.

Dios. Cierro los ojos para serenarme, pero cuando lo hago, solo veo la máscara de Vendetta, y después, el rostro de Axel contorsionado por el dolor y el miedo de ver cómo mi coche se despeñaba…

No. Ni hablar. Los mantendré bien abiertos.

Y me imaginaré que la persona que pica de nuevo a la puerta de mi habitación es Axel, con un ramo de rosas y una mirada de estar loco por mí que me deja sin sentido.

Sin embargo, no es su cabeza la que aparece tras la puerta.

Es la cabeza de mi hermana Carla, con su pelo lacio y negro y su cara de modelo italiana, y después aparece la de mi madre, con sus rizos blancos y caobas y sus ojos verdes y grandes llenos de lágrimas, seguida de la de mi amiga Eli, que tiene su pelo rubio recogido en una coleta alta y sus ojos negros llenos de lágrimas.

No espero nada más.

Sonrío, abro los brazos como puedo y deseo que ellas entren y se abalancen sobre mí. Y me doy cuenta de que su amor y su cariño hacen que me sienta completa y afortunada.

En este preciso momento, no necesito nada más para sanar todas mis heridas.

2

@guarriorjart #eldivandeBecca #Beccarias Mi pareja tiene un desorden a nivel general. Mi casa está patas para arriba, no recoge nada. Y cuando se lo señalo me dice que es arte abstracto. ¿? #noentiendonada

Dos días después

Podría haber elegido irme a mi casa. Yo vivo en Sant Andreu, igual que mi madre. Y mi loft de dos plantas es grande, muy luminoso y es mi hogar. Allí me sentiría segura, con mis cosas, mis libros, mis distracciones, mis series… Mi pequeño búnker antiheridas.

Pero no quiero estar sola. Necesito el calor de los míos, los abrazos de mi sobrino Iván, sus regalos pokémon, los consejos de mi madre y la cháchara —la mayor parte sin sentido— de mi hermana Carla. El silencio, ahora, me pone nerviosa.

En realidad, no dejan que haga nada. Están pendientes de mí continuamente.

Tengo el brazo izquierdo en cabestrillo. No está roto, pero sufrí una pequeña luxación en la muñeca cuando el coche de mi acosador impactó contra el mío, y tengo una contusión muy fea en el antebrazo que hace que esté completamente negro. Debo estar unos días con el brazo inmóvil. Por suerte, ya no me duele la cabeza ni sufro mareos.

Pero sí tengo pesadillas, pesadillas en las que Axel me riñe y en las que el hombre Vendetta me persigue.

Sé que me voy a recuperar del todo; lo que no sé es si me va a quedar alguna secuela psicológica de esto. Por ahora no soy muy consciente… La idea de que alguien quiera hacerme daño o acabar conmigo no es fácil de asumir, menos aún cuando no soy una persona que se granjee enemigos.

Pero no importa cuál pueda ser la secuela, ni tampoco el miedo que me atenace, porque trabajaré en ello.

Ahora estamos las tres sentadas en el balancín; mi hermana y mi madre me flanquean como si fueran mis querubines protectores.

Hemos salido al jardín de la terraza para que nos dé el aire, para que yo tenga una falsa sensación de libertad, y vea la calle y esas cosas… Escuchamos cacarear a Edurne, rodeadas del aroma de las flores que copan las paredes y las barandillas, y del olor a césped. Mi madre tiene césped natural en el suelo de la terraza, moteado por piedras lisas de color gris. Le encantan los espacios feng shui .

Nos cobijamos bajo una manta polar de cuadros rojos y negros y tomamos una tacita de chocolate con bizcochos, intentando disfrutar de esa tranquilidad y del recogimiento de estar con mi familia. En mi barrio. En mi ciudad.

Carla balancea el balancín con la punta de sus pies, cubiertos por unas manoletinas negras, y da sorbos a su chocolate, pensativa, con la mirada al frente.

Me gusta verla. Contemplo su perfil y admiro lo guapa que es; tanto, que da rabia. Pero cómo la quiero a la condenada.

Las tres meditamos sobre nuestras cosas, y creo que todas esas cosas tienen que ver conmigo. Lo sé por el silencio que domina el ambiente. Porque cuando algo nos preocupa, nos callamos. Y en estos momentos no somos capaces de decir una palabra.

—¿Sabes algo de Axel? —me pregunta Carla, de golpe. Vale. Carla sí puede.

Niego con la cabeza. Me entristece saber que Axel me ha abandonado, que no ha venido a verme ni una vez al hospital, ni tampoco me ha llamado. Me siento de nuevo como una muñeca vieja, usada, tirada… Y ni siquiera sé si tengo derecho a sentirme así. Es decepcionante sentir lo que sea que siento por él, y que sea incapaz de dar una miserable muestra de interés.

—Me gustaría conocer a ese Axel —dice mi madre—. Él te salvó.

—Sí. Me salvó, mamá —afirmo sin rodeos.

—¿No es increíble? Yo pensaba que los héroes no existían. Sí, yo también pensaba lo mismo. Pero Axel me dejó sin argumentos.

—Es un héroe un poco esquivo —señalo ácidamente—. Ni siquiera sé dónde está… Fede cree que ha ido a buscar a mi acosador. —Centro mi atención en el poso de chocolate—. Está loco. ¿Qué piensa hacer con él si lo encuentra?

—Yo sí sé lo que haría —afirma Carla sin rodeos—. Haría que se tragara sus propios huevos.

—Otra como Axel… —protesto—. No se puede ir por la vida así, Carla. —No debo regañarla, pero este tema me pone de los nervios—. Existe la ley, la policía y otros organismos para estos casos. Ese es su trabajo.

—También existen sicarios. —Carla me mira de reojo y un brillo de desafío ilumina sus pupilas mientras da un nuevo sorbo al chocolate—. Mi hermana no se toca —dice llanamente.

Yo sonrío, y el ceño de mi frente se relaja. Le paso un brazo por encima y le doy un beso en la cabeza.

—No sé quiénes os habéis creído que sois. Pero gracias.

—De nada.

—Yo también te quiero —le digo en un suspiro, algo derrengada por el panorama. Carla nos mece con más fuerza, y yo dejo caer la cabeza hacia atrás, disfrutando del vaivén—. Maldito Axel… ¿Dónde estará?

Carla vuelve la cabeza hacia mí y me estudia con muchísima atención. Sus largas pestañas se mueven arriba y abajo, y entonces abre la boca con asombro y me señala.

—¡¿Te lo has follado?!

Así. De golpe. Sin anestesia.

Mi madre ha estado a punto de escupir el chocolate, y yo ni me inmuto, ni siquiera me sonrojo. Ni tampoco lo desmiento.

Aunque debo aclarar que yo no me lo he follado. Él me ha follado a mí, como un animal, durante horas…, en dos días distintos. Muchas veces. Y me ha dejado una marca perenne en el cuerpo, y también en un rincón de mi alma.

Madre del amor hermoso… Pensar en todo lo que hizo con mi cuerpo, aún convaleciente, hace que se me despierte la patatona .

—Ha habido algo entre nosotros —admito mientras jugueteo con mi pokémon del amor entre los dedos. Es y será para siempre mi amuleto—. Pero aún no sé el qué. Aunque, visto el desinterés que parece tener por mí, creo que no ha sido nada del otro mundo para él. No ha dado señales de vida.

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