—Yo pensé que Axel sería el primero de una larga lista de hijos por descubrir. Y me pareció divertido y entretenido tener un hermano. Fue muy aburrido crecer solo.
—Lo adoptaste como un juguete personal.
—No, no… Axel conectó conmigo y yo me convertí en su protector. Resultó así de sencillo. La simpatía entre ambos fue fulminante. Tal vez porque sabía que los dos éramos unos desgraciados y nos reconocimos el uno al otro en nuestra desgracia.
—¿Crees que Axel necesitaba protección?
—Buf… Tener un padre como el nuestro no es fácil. Mi padre iba a ignorar al pobre chiquillo, y yo solo me encargué de que no se sintiera tan desamparado. Le protegí.
—¿Cómo fue la relación de Axel con su padre?
—Distante. Fría. Rezumaba indiferencia. Pero nunca nos faltó de nada. Siempre tuvimos lo mejor, incluso ahora, que somos tan mayores, mi padre sigue dándonos todo lo que le pedimos.
—¿Axel pide?
—Bueno, está bien, rectifico: todo lo que yo le pido. ¿Qué le voy a hacer? Soy un yuppie caprichoso y mimado.
—Materialista, es la palabra. Fede me ignora.
—Y mi hermano y yo somos los dos únicos propietarios de Telecomunicaciones Montes y Zeppelin. El monstruo de los medios —dice con voz pragmática.
—¿Y eso te hace feliz?
—A mí, sí. Pero puede que al bueno de Axel le importen bien poco las propiedades y las acciones. De hecho, nunca ha tocado nada de lo que mi padre le dio y puso a su disposición. Tiene un rollo muy alternativo.
Que un hijo diga de su padre que su relación fue lejana y helada solo significa que les hizo falta lo más importante: calor humano. ¿Eso sería suficiente para explicar la distancia que Axel se empeñó en marcar desde el primer momento conmigo?
—Fede.
—¿Qué?
—Antes has dicho que sabías que yo podía romper la coraza de Axel y que ha sido la primera vez en mucho tiempo que lo has visto realmente preocupado por alguien.
—Ajá.
Muevo rápidamente las pestañas antes de clavarlo en su sitio con mi mirada depredadora.
—¿Acaso forzaste que Axel y yo trabajáramos juntos?
Oh, maldita sea. Por el modo que tiene de esquivar mi mirada y de sonreír nerviosamente juraría que la respuesta es afirmativa.
—Hiciste un gran trabajo conmigo, con mi terapia. Me ayudaste. Yo estoy tarado y pudiste arreglarme, así que pensé que si Axel te conocía, dado que tenías experiencia y buena mano con los Montes, también podías arreglarlo a él.
—No me lo puedo creer… —Dejo caer la cabeza y me presiono el tabique nasal. Siento que me van a estallar los ojos—. Ceporro descerebrado y manipulador…
—Becca, no te enfades. Te diste un golpe fuerte en la cabeza y aún se te puede reventar una vena…
—¿Me ofreciste El diván solo por eso, Fede? No entiendo nada. ¿Creíste que yo le quitaría el mal rollo a tu hermano?
¿Qué hay de mi profesionalidad?
—No, joder. Te lo ofrecí porque eres la mejor especialista en lo tuyo. Y precisamente por eso necesitaba que Axel trabajara contigo. Porque… Porque eres especial. Conectas con la gente como un puto enchufe, pelirroja. Y sabía que Axel y tú harías contacto. Porque él es un puto suicida que no le tiene miedo a nada. Ya lo habrás comprobado.
—Mi relación con Axel ha sido como un maldito cortocircuito, Fede —le recrimino—. No la puedo entender. Por poco me vuelvo loca. ¿Sabes lo que has hecho?
—Pero le has ayudado.
—¿Ah, sí? ¿A qué? No he solucionado sus problemas vinculantes con tu padre. Él nunca me habló de eso. Así que dime en qué le he ayudado, además de cabrearlo por desobedecerle y de hacer que se juegue el cuello por mí. Y no solo eso: por alguna razón, Axel piensa que todas las mujeres somos unas guarras, menos su madre, claro, que en paz descanse. ¿Tienen algo que ver las novias y las mujeres de tu padre en su conclusión?
Fede entrelaza los dedos pensativo y se inclina hacia delante, como si fuera a hacerme una confidencia.
—Bueno, mi hermano es un tipo que ha vivido mucho… Yo me he corrido unas cuantas juergas que han quemado más de la mitad de las neuronas de las que disponía. Y él ha vivido de otra manera. Por eso es así.
—No pienso jugar al Quién es Quién contigo, Fede —le advierto, enfadada—. No me gustan las vacilaciones. Ni me gusta que me ataquen ni que me persigan… Y resulta que me ha pasado todo esto desde que estoy con El diván . La pregunta es: si no llega a ser por Axel, ¿dónde narices estaría yo ahora?
—En la morgue.
Fede siempre tan directo. Me asquea pensar que tiene razón, pero está en lo cierto. Y eso hace que ronde otra pregunta por mi cabeza.
—¿Y de dónde ha sacado Axel todas esas habilidades de superhéroe?
Fede juega con su sello de M. A., el anillo de casado de su último matrimonio con una despampanante modelo sueca, mientras piensa en la respuesta.
—Mi hermano eligió una vida muy diferente a la que mi padre le ofrecía. Una vida opuesta a la mía.
—Pero está metido en el negocio audiovisual, ¿no?
—No es ejecutivo de producción ni director como yo. Él es solo el jefe de edición y un operador de cámara realmente bueno. Pero no hace mucho que lo es.
—¿Y qué era antes de meterse en este negocio? ¿Y por qué se metió?
Fede sonríe y se recuesta en el respaldo del sofá de mi habitación.
—Te aseguro que peleé mucho con él para que hiciera algo con su vida. A Axel le han pasado muchas cosas. Unas le han marcado más que otras. Y la suma de todas es el resultado de quien es hoy.
—¿Y qué le pasó?
—Eso no me corresponde a mí decírtelo, Becca.
—No me jodas. ¡No me has contado nada!
—Sí. —Se levanta y suspira como si se hubiera sacado un peso de encima—. Sabes más que nadie sobre él.
—No es verdad. Tú lo sabes todo.
—Pero yo no puedo hacer una mierda por él a pesar de todo lo que sé. Tú, sí.
—¿Cómo? Si ha desaparecido, si ni siquiera sé dónde está… —digo, aturdida. El cretino se ha largado y me ha dejado con las ganas.
—Conociéndolo, no tardará en aparecer. Tu agresor sigue suelto, y Axel va tras sus pasos.
—Pero ¿por qué motivo no deja de hacer de policía?
—Porque Axel no deja en manos de nadie lo que él puede solucionar por sí mismo. Venga —da una palmada—, ahora ya te dejo en paz. Tengo que irme y…
—Fede. —Intento incorporarme, pero me duelen hasta las pestañas—. No te vayas… Espera.
—Ya sabes lo que tenías que saber. Ahora, descansa.
—Pero… ¡si no me has contado nada! ¿Y mi recuperación?
¿Y El diván ?
Él niega con esa cabeza de pelo blanco que tiene. Yo creo incluso que se lo tiñe a propósito.
—Tómate el tiempo que necesites. Hemos cubierto el primer trimestre con tus tres pacientes. Tú ocúpate de ponerte bien cuanto antes para volver a hacerte cargo de El diván . —Me guiña un ojo—. Hay tiempo, no tengas prisa por recuperarte. Mientras tanto, sigues cobrando y tienes todo pagado, Becca.
—Ven aquí y sigue contándome —digo a modo de advertencia—. Sit! Sit! O voy a exigir una indemnización por lo que he pasado.
—Adorable —dice, incrédulo y sonriente—. Descansa, preciosa.
Maldito. ¿Tan poco lo intimido? Pues sí que estoy mal.
—Al menos dime cómo localizar a Axel. ¿Dónde está?
Quiero hablar con él.
—Nadie lo sabe. Ni siquiera yo.
—Pero tú tienes localizados todos los teléfonos de los trabajadores, ¿no?
—Axel ha desconectado el suyo. Le habrá quitado el localizador. —Se encoge de hombros—. Tendrás que esperar a que sea él quien contacte contigo, si realmente desea hacerlo. Hasta que no cace a tu acosador, no descansará. Lo conozco.
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