Cuando Jaime hubo terminado de hablar, el entorno cambió una vez más, y Kino y su padre volvieron a encontrarse en el salón de casa de sus padres. Jaime y Ricardo seguían debatiendo qué rumbo debía tomar cada escena, pero Kino no hacía caso.
—¿Por qué me has vuelto a enseñar eso ahora? —dijo pasándose una mano por la frente. Se sentía mareado, como si acabara de hacer un gran esfuerzo.
—Para que veas. Uno no es verdaderamente consciente del poder manipulador de los medios hasta que ve sus efectos a lo largo del tiempo. ¿Acaso te crees que Jaime era de los que sí creían que el Gobierno era corrupto? —Ricardo hizo una pausa y negó con la cabeza con gesto severo—. Él votó siempre al mismo partido, sin importar a cuantos cargos pillasen con las manos en la masa en cualquiera de sus múltiples chanchullos.
Kino volvió a mirar la estampa del salón, asimilando poco a poco las palabras de su padre y dejando que calaran lentamente. Aquel hombre tan despierto, que en esos momentos jugaba con Kino y con su hermano, aquella persona tan aguda y avispada, que tantas inquietudes había tenido de joven… ¿había terminado por convertirse?
Kino se preguntó también si Jaime se consideraría a sí mismo como una persona bien informada. Él sí lo hacía, pero porque Kino sí que sabía a ciencia cierta que él sí que era capaz de discernir noticias falsas de verdaderas. Al fin y al cabo, él había trabajado en el mundillo y conocía sus entresijos. Su ritual informativo consistía en analizar la misma noticia siempre desde los dos periódicos situados en cada extremo del espectro ideológico, y después contrastar información con algunos titulares más neutros de medios no tan radicales. Era un proceso largo y tedioso, pero a su juicio era la única manera de estar bien informado sobre las cosas que ocurrían en el mundo.
Pero también recordó la conversación que habían mantenido su padre y el Jefazo después de la Ceremonia de los Goya sobre las cadenas de televisión, y una nueva pregunta se coló en su ya atribulada mente: si al fin y al cabo siempre es la misma gente la que escribe los titulares, independientemente de la supuesta ideología a la que se adscriba cada medio, ¿hay acaso una posibilidad real de saber lo que pasa?
_______________
1 Así era como se llamaba el sargento de policía en el que aglutinaron todas las cualidades de los auténticos oficiales que participaron en la investigación real.
Los días iban pasando rutinariamente, y por primera vez en su vida Ricardo pasaba más tiempo en casa que preparando sus producciones. Después del estreno de El Rey del Butrón , Jaime y él comenzaron a trabajar en el guion de la última película que él dirigiría: Regreso al Hogar .
Esta sería una cinta de ciencia ficción que seguía la vida de un joven normal y corriente que vivía en Valencia. Un buen día, sin darse ninguna explicación en toda la película de por qué ocurre, dejan de funcionar todos los aparatos electrónicos. Se dejan caer varias explicaciones sobre este acontecimiento como descargas solares o pulsos electromagnéticos (provocados quizá por una explosión nuclear cercana), pero ninguna explicación resulta definitiva. Y en la primera media hora de película, se reflejaba una rápida decadencia de la sociedad al derrumbarse todos los organismos e instituciones oficiales, por no hablar de los efectos que tiene la ausencia de aparatos eléctricos en una sociedad completamente dependiente de la tecnología.
En poco tiempo, la sociedad se desmorona en el medio del caos y la anarquía, y el paisaje nacional se convierte en un páramo postapocalíptico plagado de escasos grupos de supervivientes y numerosas tribus de saqueadores y maleantes. En medio de toda esta decadencia, el protagonista de la historia, Luis, inicia una odisea personal por regresar con su familia, que se encuentra en Galicia, sin saber nada de ellos, pues las comunicaciones fue lo primero que se perdió cuando desapareció la tecnología. La mayor parte de la película contaba cómo se iba convirtiendo poco a poco en un superviviente de la carretera, y cómo hace frente a los innumerables peligros desencadenados por el colapso de la sociedad a lo largo de su viaje entre los dos extremos de la península.
Un año antes de que se estrenase la película, en el 2008, Ricardo se encontraba revisando una y otra vez el guion ya que la preproducción comenzaría en pocas semanas. Había conseguido mantener la rutina que había adoptado antes de que naciese Raúl, cuando empezó a escribir su primera y única novela. Y lo cierto era que a Kino le hacía mucha gracia verse a sí mismo pululando alrededor de Ricardo mientras este trabajaba, imitando lo que hacía su padre.
Ricardo solía pasar las tardes escribiendo en su portátil, y a sus pies era habitual que se colocase el pequeño Kino, de tan solo tres años, y hacía como si él también estuviese escribiendo. Aunque lo que en realidad hacía eran garabatos y dibujos, colocando de vez en cuando las hojas de papel apoyadas en vertical, y golpeando con los dedos una carpeta. Como si él también estuviese escribiendo en un ordenador.
Kino reía por la nariz, observando aquella estampa. Y de repente se dio cuenta de que el fantasma de su padre lo miraba a él con una sonrisa.
—¿Qué? —preguntó Kino sin dejar de sonreír.
—Nada —contestó Ricardo devolviéndole la sonrisa.
—No sabía que me venía de tan atrás la perra de querer ser escritor.
—Ya te digo que te venía de atrás —dijo Ricardo fingiendo exasperación, mas sin dejar de sonreír—. Pero antes de tu faceta de escritor apareció la de lector. Y eso sí que fue un suplicio.
—¿Por qué?
—¿Sabes cómo aprendiste a leer tú?
—No sé. ¿En el colegio?
—Ojalá. Tú llegaste al colegio sabiendo leer ya.
—¿Y cómo aprendí a leer? —preguntó intrigado Kino.
—Pues preguntando.
La imagen cambió, y aunque seguían estando en el salón de casa, Ricardo no estaba con el portátil, sino sentado en el sofá repasando hojas de notas y apuntes con un boli que a veces estaba en su oreja y otras colgando de la comisura de sus labios. De repente, apareció el pequeño Joaquín, caminando graciosamente a una velocidad mayor de la que le deberían permitir sus cortas y rechonchas piernecitas. En las manos traía sujeto con mucho cuidado el periódico del día.
—Papá. ¿Qué pone aquí? Pa… ¿qué más?
—¿Cómo? —dijo Ricardo confuso, sin apartar la vista de sus notas.
—Aquí. ¿Qué pone?
—A ver. «País». Esa palabra es país.
—¿Y aquí?
—«El».
—«País El».
—No, Joaquín —dijo Ricardo conteniendo la risa—. Se lee de izquierda a derecha, no al revés.
—¿Qué es izquierda?
Ricardo soltó un profundo suspiro, preguntándose por qué tendría que meterse en aquellos fregados. Dejó sus notas a un lado y se acercó a su hijo, cogiéndole de su manita.
—Izquierda es todo lo que te encuentres del mismo lado que esta mano. Y derecha —dijo cogiéndole la otra—, todo lo que te encuentres que esté del mismo lado que esta. ¿Entiendes?
—Sí —contestó el pequeño Joaquín muy convencido, volviendo a posar sus ojos en la portada del periódico—. «El País». «El pá…» ¿Qué pone aquí?
—«Pánico». Ahí pone pánico —dijo Ricardo echando un vistazo por encima de sus papeles.
—¿Y aquí?
—A ver. «Hunde», ahí pone hunde —dijo Ricardo repitiendo la operación.
— ¿Qué es «hunde»?
—Algo se hunde cuando se va para abajo, cuando se sumerge. Como cuando tú metes los juguetes en la bañera y se van al fondo, porque no flotan. Ahí se hunden. ¿Entiendes?
Читать дальше