—Sí —respondió el pequeño Kino muy convencido una vez más, algo que hizo que a Ricardo le diese un poco la risa, divirtiéndole la confianza en sí mismo que demostraba su hijo pequeño. Ricardo volvió a centrar su atención en sus notas, pero no tardó mucho antes de volver a oír la voz de su pequeño—. « El pánico hunde las…». ¿Qué pone aquí?
—«Bolsas». Ahí pone bolsas.
—«El pánico hunde las bolsas» —leyó Kino en voz alta—. ¿Y por qué se hunden las bolsas? ¿El pánico pesa mucho?
Ricardo, a pesar de que intentó contenerla, terminó soltando una carcajada.
—Sí, hijo, sí. Pocas cosas hay que pesen más que el pánico.
—Cuánta paciencia, madre mía —comentó Kino observando la escena—. No sé cómo aguantabas.
—Bueno, tengo que admitir que también era divertido.
—¿Y aun a pesar de tenerme a mí por ahí molestando todo el día conseguiste terminar el guion de Regreso al hogar? —El fantasma de Ricardo asintió sonriendo con dulzura—. Enhorabuena.
—Gracias —dijo Ricardo sin darle ninguna importancia—. Pero no fue molestia ninguna. De hecho, al final demostró ser una inversión de futuro.
—¿Y eso?
—Pues que esa «molestia» como tú la llamas me terminó dando también muchas satisfacciones.
Kino no entendió lo que su padre quería decir, pero no tuvo tiempo de preguntarle ya que el entorno alrededor de ellos cambió una vez más. En aquel momento Ricardo se encontraba en la cocina, preparando la cena para todos ya que Teresa aún no había llegado a casa y sus hijos no dejaban de recordarle que tenían hambre. Aquel día había optado por preparar una cena sana, y había cocinado contramuslos de pollo cocido con perejil, patatas y aceite. Y para acompañar, mayonesa casera.
Como Ricardo se encontraba usando la batidora, no oyó a su hijo que lo llamaba desde debajo de su cintura, pero sí que notó cuando Kino le agarró del pantalón y empezó a tirar. El Kino adulto que se encontraba observando aquello al lado del fantasma de su padre dedujo que había avanzado el tiempo, ya que, aunque él seguía viéndose a sí mismo como un piojo, ahora parecía haber crecido algo más y le llegaba a su padre casi a la altura de la cintura.
—¡Un momento, Kino! —dijo Ricardo elevando la voz para que se le oyera por encima de la minipimer. Terminó de batir la mayonesa para que esta no se cortara, y cuando el aparato dejó de hacer ruido, Ricardo se limpió las manos y se acuclilló junto a su hijo—. Dime .
—Mira.
Ricardo cogió las hojas de papel que Kino traía en las manos, y con gran sorpresa pudo ver que estaban repletas de texto. Un texto escrito con una mano temblorosa, pero con una caligrafía sorprendentemente cuidada para un niño de cinco años. A Kino le dio la sensación de que su corazón se acababa de detener en seco, y abrió los ojos de par en par mientras los acontecimientos se sucedían ante él. ¿Acaso era aquello lo que él creía que era?
—¿Esto lo has escrito tú? —El pequeño asintió con la cabeza mientras lucía una sonrisa de oreja a oreja en la que faltaban algunos dientes de leche—. ¿Qué es?
—Un cuento.
—¿Para mí? ¿Quieres que lo lea?
—Sí. Bueno, y también me preguntaba si podrías corregírmelo. Los errores.
—No me lo puedo creer —dijo el Kino adulto.
—Claro, hijo. Faltaría más —contestó su padre riendo mientras cogía la primera historia escrita por su hijo con el pecho henchido de orgullo.
—¿Qué ocurre? —preguntó el fantasma de Ricardo a su hijo.
—Lo recuerdo. Recuerdo esto. Esta fue la primera historia que yo escribí. —Kino miró a su padre, que asentía lentamente con una sonrisa de puro orgullo en su rostro—. Buah, lo había olvidado. Era… era un cuento sobre un tiburón, ¿no?
—Sobre un tiburón al que tenían encerrado en la piscina de un hotel y al que soltaban de vez en cuando para que se alimentara con los huéspedes. Una historia de misterio y asesinatos. Me acuerdo perfectamente.
—Vaya. Ya de pequeño me gustaban las historias gore.
—Sí. —Rio Ricardo—. Estilo propio desde joven.
Kino hubiese jurado que ahora veía lo que ocurría delante de él mejor que antes, como si hubiese pasado de una imagen normal a una de más definición, más nítida. Sabía que aquello no tenía sentido, ya que no estaba mirando a ninguna pantalla, sino que todo lo que percibía era una interpretación de su mente de los datos guardados en la AF01. Pero mientras observaba a su padre repasar tildes y cambiar una b por una v de vez en cuando, le era imposible no pensar en que por primera vez desde que había entrado en la AF01 era como si realmente estuviese allí. O, mejor dicho, como si volviese a estar allí, reviviendo aquel momento tan feliz del cual se había olvidado a saber cuándo.
Y no hizo falta que su padre dijera nada más para saber qué era lo que él sentía en aquel recuerdo, pues era lo mismo que parecía sentir su fantasma: orgullo.
Kino abrió los ojos mientras los circuitos de la AF01 se iban apagando alrededor del asiento de la máquina, y se encontró con que delante de él estaban Spiegel y su hermano muy sonrientes, liberándolo de sus ataduras al Trono.
—¡Qué pasa, Kino! —saludó Raúl pletórico—. Buen trabajo, tío. ¡Buen trabajo! Un momento, ¿qué te pasa?
—¿A mí? —preguntó Kino sorbiendo por la nariz, ya que la sentía húmeda—. Nada, ¿por?
—Porque estás llorando —dijo Spiegel—. ¿Te encuentras bien?
Kino pasó sus dedos por las mejillas, y comprobó que su amiga tenía razón. Se miró las yemas de los dedos, húmedas después de haberse palpado el rostro.
—¿Ha pasado algo malo ahí dentro? —preguntó Raúl.
—No, no, nada malo —dijo Kino dejando por fin de mirarse las lágrimas en la punta de sus dedos—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Ha ido algo mal?
—¡Qué va! —respondió su hermano—. De hecho, por eso no entiendo que estés llorando. Hoy ha sido una sesión muy buena. Muy larga y bastante fructífera.
—Vaya… Me alegro —dijo Kino esbozando una sonrisa.
—Kino, no sé qué habrá pasado o qué habrás visto —intervino Spiegel—, pero vuestros perfiles se acaban de enlazar hasta un treinta y siete con ocho por ciento.
—¿Y eso es mucho? —preguntó Kino.
—Muchísimo —respondió Spiegel pasándole la habitual botella de agua—, teniendo en cuenta que hasta ahora estábamos trabajando con un siete por ciento e íbamos tirando. A partir de ahora deberíamos de poder empezar a trasladar los datos a imágenes mucho más rápido. Ha sido la hostia, Kino, necesito que me digas qué ha pasado. Estaba yo tan tranquila monitorizando la sesión, como siempre, y de repente se empezaron a despejar automáticamente un montón de parámetros que hasta entonces estaban incluidos dentro del término de error.
—Ya —asintió Kino entre sorbos del botellín, fingiendo que entendía lo que le estaba diciendo Spiegel.
—Lo que quiere decir esto —continuó ella—, es que a partir de ahora los algoritmos de enlazamiento funcionarán mucho mejor.
—Así que dinos, ¿qué fue lo que viste hoy ahí dentro?
Kino se quedó un rato mirando a su hermano antes de contestarle. Volvía a sentir una extraña sensación en su interior, y cuando recordó lo que acababa de revivir en la AF01 sintió como si las lágrimas quisieran volver a brotar. Pero esta vez fue capaz de contenerlas.
—Acabo de ver una cosa de la que no me acordaba. El primer cuento que escribí en mi vida. Joder, ni yo recordaba eso —dijo pasándose el dorso de la mano libre por la frente.
Читать дальше