La última vez que había ido a Galicia a visitar a su madre, se la había cruzado por la calle antes de cruzarse con Santi. Una señora que iba vestida con sus mejores galas para ir a por el pan y con tanta laca en el pelo que parecía que llevaba un casco. Una anciana mujer que, a pesar de la edad, hubiese podido ser considerada como guapa de no ser por la expresión malhumorada que adornaba su rostro. La misma señora que le puso mala cara cuando Kino se la quedó mirando hasta que apartó la vista, incómodo.
Sin saberlo, ya se había cruzado con la amante de su padre.
—¿Tú te leíste El Viejo y el Mar ? —preguntó Ricardo. Kino le asintió con la cabeza mientras sonreía de lado—. Entonces entiendes de qué va esto.
—Más o menos.
Kino y el fantasma de su padre observaban la presentación de El Viejo y el Mar 2: La Venganza en la Casa del Libro de Gran Vía. La primera novela de Ricardo Lázaro, a juzgar por la presencia de multitud de medios de prensa que allí se presentaron, fue un libro que causó mucha expectación. Y ya aquel primer día, el furor con el que la gente se agolpaba para comprarlo fue un fiable indicador de que no tardaría mucho antes de encontrarse en las listas de «Más vendidos». Como efectivamente sucedería.
—¿Por qué escogiste El Viejo y el Mar ? —preguntó Kino.
—Yo no lo escogí. Lo escogió Cristian Lepanto —puntualizó Ricardo alzando un dedo—. El protagonista de la novela.
—Está bien… ¿Por qué escoge Cristian Lepanto El Viejo y el Mar para escribir él la secuela?
—Verás, aparte de ser una novela que siempre me gustó mucho, y del comentario superficial sobre la arrogancia de los escritores primerizos que se piensan que van a reinventar la rueda, el motivo por el que escogí esta novela son los diálogos del protagonista. En mi novela el protagonista hace un viaje personal con un montón de paralelismos con la obra original. Por ejemplo, de la misma manera que el viejo se pasa la mayor parte del libro manteniendo un diálogo imaginario con el pez que está intentando pescar, mi protagonista lo hace con su novela inconclusa. Suplicándole que se termine sola de la misma manera que el viejo le suplica al pez que deje de luchar.
—Entiendo —respondió Kino.
—Está luchando contra la naturaleza, a la manera en que luchaban los autodenominados intelectuales. Llorando y clamando que el Universo está en su contra.
—¿Autodenominados intelectuales?
—Ajá. Yo siempre he sido de la firme creencia que hay palabras que te las tienen que decir otros. Guapo, listo, intelectual… Si te lo llaman otros, pues está bien, pero si uno lo dice de sí mismo… —El fantasma de Ricardo negó con la cabeza mientras fruncía los labios.
—¿Y cómo fue que te dio por dedicarte a las novelas? Aunque fuese por una vez.
—Pues ya ves. Cuando tu madre se quedó embarazada de Raúl decidí tomarme un pequeño «descanso» de mi trabajo, en simpatía con Teresa. A ella sí que le jodió tener que dejar de trabajar, pero tenías que verla. Incluso la semana antes de dar a luz se quedaba hasta la madrugada revisando los casos que en esos momentos llevaba su compañera Elisa. Y contigo, igual.
—Normal que saliéramos como salimos —bromeó Kino.
—Bueno, algo de culpa también tenéis vosotros —contestó el fantasma de Ricardo—. A raíz de quedarme en casa pues empecé a dedicarle tiempo a esta historia, que era un borrador de una idea que había tenido hace años, y que andaba rodando entre mis notas. Y bueno, el libro se fue escribiendo solo, como quien dice.
—Vaya —replicó Kino con amargura—. Qué suerte…
Después de su novela, Ricardo solamente haría dos películas más, ya que desde que nació Raúl se empezó a dedicar más a proyectos televisivos. El motivo de esto era que, al ser proyectos más estables y continuados en el tiempo, se podía permitir una jornada más tranquila e incluso monótona, lo que le permitía tener unos horarios fijos y atender la casa y los niños. Además, la mayor parte de los días podía trabajar desde casa y, en el caso de tener que ir a los Estudios Lázaro, no tardaba más de quince minutos en coche.
A mediados del 2003 Jaime y él se encontraban trabajando conjuntamente en el guion de una serie que habían conseguido venderle a Canal+, al no conseguir ni el menor interés por parte de las cadenas nacionales. Y no importó cuánto se esforzó por convencer a los productores de televisión de que las series eran el futuro del entretenimiento y que el paradigma iba a cambiar en pocos años, esa serie la tuvo que financiar él solo. O, mejor dicho, su productora.
Ricardo era un fan declarado de Los Soprano , y devoraba semanalmente los capítulos a medida que se iba estrenando cada temporada. Esta era la serie que él utilizaba siempre como ejemplo para argumentar a favor de la evolución de las teleseries, pero solo consiguió que le prestasen atención los ejecutivos de la cadena gala. Que casualmente también era la cadena que, en aquella época, emitía la famosa serie.
La serie por la que Ricardo tanto tuvo que pelear por sacar adelante se llamaba La habitación 727 , y aunque todos los expertos le habían desaconsejado la idea a Ricardo por considerarla demasiado arriesgada, el tiempo volvió a darle la razón. La serie se centraba en la habitación de un hotel, y cada episodio estaba ambientado en una época diferente. Pero no solo eso, sino que los géneros también cambiaban de episodio en episodio tocando géneros tan dispares como la comedia, el terror psicológico, género negro o drama romántico. El reparto también cambiaba de capítulo en capítulo, pues cada episodio narraba la historia del huésped del momento en la habitación homónima. Solo algunos personajes aparecían en más de un episodio, y solo eran algunos trabajadores del hotel sobre los que se aplicaba maquillaje para reflejar el paso del tiempo.
Esta serie contó con cuatro temporadas de seis capítulos cada una, y a partir de la segunda, Ricardo empezó a delegar más en Jaime las tareas de showrunner , ya que fue durante la emisión del tercer capítulo que Teresa volvió a romper aguas.
A Kino se le hizo muy extraño ser testigo de su propio nacimiento, y sintió náuseas y mareos fruto del vértigo cuando se vio de recién nacido en los brazos de su madre (Ricardo tuvo el detalle de pasar por alto toda la experiencia en el quirófano, algo que Kino agradecía enormemente). A expresa petición suya, Ricardo avanzó rápidamente por el recuerdo de su alumbramiento, y pasaron directamente a ver cómo era el día a día a partir de que estuvieron los cuatro en casa.
Kino se sintió dolido por la poca fiabilidad de sus propios recuerdos. Y es que él siempre había tenido el recuerdo de un padre ausente, pero lo que estaba viendo a través de los ojos de Ricardo era algo muy distinto. Desde el nacimiento de Raúl, Ricardo pasaría la mayor parte de los días trabajando desde casa, dándole a Teresa la ansiada oportunidad de reincorporarse a su trabajo. Y es que, a diferencia de Ricardo, su trabajo sí que le obligaba a hacer acto de presencia.
A pesar incluso de que Ricardo decidió abordar un nuevo proyecto cinematográfico al poco de nacer Kino, eso no hizo que se apartara de sus labores domésticas, y se encargaba de las tareas del hogar, así como de cuidar a sus dos pequeños. El año próximo, Raúl empezaría a ir al colegio, pero mientras tanto los tenía a los dos en casa. Y sorprendentemente, aquello nunca fue un impedimento para que Ricardo siguiera avanzando en el guion que se traía entre manos.
De todas maneras, aquella película no lo tenía particularmente enamorado, y a diferencia de la mayoría de sus producciones, esta la coescribió desde el principio con Jaime. Quien también aprovechó el tiempo que pasaba trabajando en casa de Ricardo para confraternizar con los hijos de su amigo. A Kino le hizo ilusión ver lo bien que se lo había pasado siendo todavía un enano jugando en los brazos de Jaime, a quien aparentemente se le daban muy bien los niños. Y lo cierto era que no sabía que conocía a Jaime desde tan pronto, pues la mayoría de los recuerdos que tenía de él habían sido en su adolescencia.
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