Kino pudo oír una voz en su cabeza que decía «¡Mierda!», y al instante la identificó como la de Ricardo. Miró hacia el fantasma de su padre, quien observaba distante desarrollarse la escena. No era él quien había hablado, sino que Kino había oído por un brevísimo instante los pensamientos de su padre. El fantasma le devolvió la mirada a su hijo, pero no dijo nada, y volvió a mirar hacia su versión más joven como para indicarle a Kino que prestase atención. Kino hizo caso.
—Alguna que otra idea ya tengo.
—Ah, ¿sí? Pues es un alivio, señor Lázaro, porque ya se estaban empezando a preocupar. De hecho, y estas son sus propias palabras no las mías, «aunque todavía queda la mitad de la partida y puede parecer mucho tiempo, se necesita bastante para preparar algo que nos pueda ayudar». ¿Qué puedo decir? Son gente difícil de contentar, ¿no le parece?
—Me parece que hay gente que no está contenta con nada —soltó Ricardo despectivamente.
—Bueno, eso no es del todo así. Es solo que algunos necesitamos más para contentarnos.
A Kino le hizo gracia que, por su forma de hablar, Sampere se considerase a la misma altura que aquellos que lo estaban usando a él para lo mismo que él usaba a Agustín Ortega. Pero también le agradó ver que su padre le trataba con la misma educación distante llena de desprecio que él había mostrado cuando le conoció en su casa.
—Dígales que no se preocupen. Lo tengo todo planeado y cumpliré con mi parte —dijo Ricardo apesadumbrado.
—Lo siento, señor Lázaro, pero me temo que no es suficiente. Quieren algo.
—¿El qué, un avance?
—Por así decirlo.
—Pues lo siento mucho, señor Sampere, pero me temo que no es posible.
—¿Y eso por qué?
—Porque si se supone que yo tuviese que contarle algo a usted, ellos ya le habrían hecho un avance de qué es lo que yo les prometí conseguir. Buenas noches. —Y sin más, Ricardo se dio la vuelta dejando a Sampere allí plantado, dispuesto a irse. Pero no pudo, ya que sintió cómo el futuro ministro le agarraba por el brazo, impidiéndole que se alejase.
—Mira, artistilla, no me vaciles. —Ricardo alzó las cejas fingiendo sorpresa al mirar la mano que le sujetaba del codo. La fuerza con la que Sampere presionaba en su articulación y el repentino tono macarra con el que hablaba le indicó que había conseguido molestarlo al recordarle que no estaba a la misma altura que sus superiores—. Puede que yo no sepa todo, pero sé lo suficiente. Control poblacional. ¿Qué tienes preparado? Te recomiendo que me digas algo satisfactorio, ya que depende de lo que yo les cuente para tenerlos contentos, ¿está claro?
—No está nada claro. —Rio Ricardo haciéndole frente, y zafándose del agarre con un movimiento brusco del brazo—. Lo que usted les diga me trae sin cuidado, porque esta gente ya tiene toda la información que necesita para saber qué está pasando, independientemente del recado que usted les lleve. Porque pongamos las cartas sobre la mesa, lo importante no era lo que yo le diga a usted, sino hacerme llegar un mensaje a través de usted. Un recordatorio de que va siendo hora de que me ponga las pilas. No me intente convencer de otra cosa, señor Sampere, cuando ni siquiera sabe en qué consiste mi proyecto. Y ahora es mi turno de preguntarle a usted a qué coño se dedica para darse tantos humos.
Sampere lo miraba con furia, pero parecía que su respiración había vuelto a calmarse, y recuperó el trato de usted a la hora de dirigirse a Ricardo.
—Mire, amigo, puede que yo no sea tan famoso como usted ni salga tanto por la tele. Pero precisamente por eso es por lo que yo llegaré mucho más lejos. Está usted hablando con el futuro dueño de este país.
—¿Eso es lo que le prometieron? —preguntó Ricardo volviendo a reír, incapaz de reprimir la carcajada.
—Su promesa fue que me ayudarían a conseguir mis metas. Y ellos saben perfectamente cuáles son mis metas —dijo Sampere muy serio.
—Ya entiendo —contestó Ricardo volviendo a mirarlo de arriba abajo con una mueca depredadora en sus labios—. La sonrisa de vendedor, el traje anticuado y unos zapatos que son cuatro veces el salario mínimo. Tú lo que quieres es meterte en política, ¿no es así, Marcelino? Y por tu pelo engominado y el innecesario escudo de armas que luces, creo que adivino el partido en el que debes militar…
Sampere se acercó amenazante, estirando el cuello para intentar poner su cara a la altura de la de Ricardo, mas sin éxito. Pero no hacía falta, porque su aspecto en aquel momento era ciertamente intimidante a pesar de su corta estatura, como Joe Pesci en Uno de los nuestros . Parecía capaz de cualquier cosa con alguien que tuviese la osadía de no tomárselo en serio. Pero Ricardo no se achantaba, y le sostuvo la posición sin intimidarse ni dejar de fumar.
—Así es, Ricardito, así es. De hecho, ya estoy metido. En política y en todo aquello que me permita llegar a ser la persona más importante de España. Así que puede que el día en que yo les sea de más utilidad que tú no esté tan lejos como tú te crees.
—¿Y qué me recomiendas que haga?
—Darme algo útil.
—Ya lo he hecho. Diles que vale, que las piezas están en movimiento.
—No es suficiente.
—No, no lo es. Nunca lo es para los inútiles sin imaginación como tú —estalló Ricardo repentinamente—. Y por supuesto, vuestra falta de imaginación la compensáis con una ambición casi caricaturesca. Es increíble que con lo fácil que tenéis las cosas no seáis capaces de controlarlas mejor, joder. Tenéis el juego amañado a vuestro favor y, aun así, os cuesta ganar. A mí me daría vergüenza, pero claro... Cadenas de televisión.
—¿Qué? —preguntó confundido Sampere.
—Cadenas de televisión. Tú lo que quieres es que yo te dé alguna idea que te ayude a ti, ¿no es eso?
—¿Tu plan final consiste en montar cadenas de televisión?
—¡Qué va! Eso está muy por debajo de mi proyecto, es una idea superficial, pero que puede ser suficiente para un político sin imaginación. Porque tú lo que quieres es que yo te dé alguna de mis ideas de la que puedas sacar provecho, ¿no es así? Tú eres capaz de presentarte voluntario para rebajarte y hacer de mensajero para un artistilla como yo solo para ver si mis ideas valen tanto como a ti te han dicho. Y con suerte apuntarte algún tanto como si se te hubiera ocurrido a ti. ¿O no?
Por la expresión de sorpresa tan exagerada, casi cómica, que puso Sampere sustituyendo su previa mueca furibunda, Kino dedujo que su padre acababa de dar en el clavo.
—Bueno, a ver… ¿Pero para qué queremos más canales de televisión?
—¿Que para qué…? ¡Ves cómo no tenéis ni una gota de imaginación! Mira, vuestro partido ya controla un grupo mediático que cuenta con sus propios canales. ¿Cierto?
—Cierto… —contestó Marcelino con cierta reticencia.
—Y mal, lo que se dice mal, no os van las cosas en ese apartado. Que yo estoy metido por ahí y sé cuáles son las cuotas de audiencia. Que nosotros también controlamos producciones televisivas.
—Vale, vale, ¿a dónde quiere llegar?
—Crear otra cadena. Pero que esta sea con tendencia a la izquierda.
—¿Y eso en qué iba a beneficiarnos? —preguntó Sampere con cara de no entender nada.
El partido en el que Marcelino Sampere había comenzado a militar hacía pocos años, y que actualmente ostentaba el Gobierno del Estado, era de una tendencia conservadora muy marcada, sirviendo de refugio al amplio espectro reaccionario del país. Motivo por el que habían ganado por mayoría absoluta en las anteriores elecciones.
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