¿Qué no sabes? La respuesta a esta pregunta es importante, porque enfoca tus intereses en una dirección u otra. El simple hecho de concretar lo que no sabes aclara el pensamiento. Si quien pregunta ya está respondiendo, quien pregunta claramente puede responder exactamente. Suele pasar que muchos de los errores que cometemos son consecuencia de definiciones incorrectas y preguntas mal formuladas.
Ni siquiera puedes intentar responder una pregunta si antes no te has asegurado de que hay alguna cosa que necesite respuesta. Merton también recomienda definir el fenómeno que se quiere estudiar, asegurarse de que realmente lo que ves existe. Hay muchas maneras de existir: una migración de pájaros existe, y una alucinación también. Ambos fenómenos merecen una explicación, por mucho que la migración pase a la vista de todo el mundo y la alucinación pase dentro del cerebro de una persona.
Para ilustrar lo que significa «definir el fenómeno» podemos re-currir a la leyenda apócrifa de los eclipses.
LA APÓCRIFA LEYENDA DE LOS ECLIPSES
Hace unos cuantos miles de años, en el lugar donde ahora vives, moraba un puñado de personas que subsistían como podían, a base de ordeñar cabras medio domesticadas, cazar jabalíes y recolectar cualquier cosa de los bosques y los prados mientras acababan de aprender aquel nuevo invento de la agricultura. La vida era dura y ellos también. Un día llegaron unos viajeros. Con ayuda de signos y dibujos en el suelo, los viajeros explicaron que en su país una vez el sol había desaparecido en pleno día, se había hecho la oscuridad total durante un rato, y después el sol había vuelto. También gracias a signos y dibujos en el suelo tus antepasados les dieron a entender que no creían ni una palabra de aquella historia del sol intermiten-te, y que les invitaban a participar en un sacrificio humano. Consu-mada la ofrenda, no se volvió a hablar de eclipses ni de otros inventos extranjeros: el fenómeno no había quedado establecido, al menos a gusto de tus antepasados. Los eclipses se dan de vez en cuando y, al cabo de un tiempo, tus ancestros contemplaron un eclipse total de sol. Tomaron nota de que, efectivamente, los eclipses existían. Incorporaron los eclipses a la tradición oral y no le dieron más vueltas al tema.
Al cabo de los años, la malnutrición, los partos, los jabalíes y las infecciones habían eliminado a casi todos los testigos oculares del eclipse. Sólo el viejo Ug, que era un niño cuando vio desaparecer al sol, recordaba este hecho. Sus hijos pensaban que chocheaba, pero se limitaban a sonreír cuando se lo volvía a explicar. Para ellos, el fenómeno tampoco estaba establecido: era sólo una más de las historias que se explican y no había que tomarla al pie de la letra.
Con el paso de unas cuantas generaciones llegaron más viajeros, esta vez mejor preparados para tratar con los nativos. Al poner en común sus tradiciones respectivas vieron que todos ellos hablaban del sol intermitente. Como admitieron esta comprobación independiente del fenómeno, la existencia del eclipse se dio por establecida. Los protocientíficos de la tribu declararon que no sabían cómo se borra el sol en pleno día, y se pusieron a trabajar para encontrar una explicación. Establecer un fenómeno no es lo mismo que darle explicación, sólo es admitir que existe, y que es razonable inten-tar explicarlo. Probablemente tus antepasados propusieron una explicación mítica, pero esto ahora no tiene importancia.
La leyenda de los eclipses ilustra la dificultad de establecer un fenómeno. No todo lo que pasa es evidente. Si comparamos dos casos reales de fenómenos bien establecidos o mal establecidos veremos las consecuencias de escoger correctamente o no.
La primera comparación es entre los misteriosos rayos X y los aún más misteriosos rayos N.
LOS MISTERIOSOS RAYOS X Y LOS AÚN MÁS MISTERIOSOS RAYOS N
Al final del siglo xix, cuando parecía que la física ya había explicado todo lo que había que explicar para entender la realidad, el alemán Wilhelm Roentgen sorprendió a todo el mundo con el descubrimiento, casi por casualidad, de unos misteriosos rayos que podían mos trar el interior de las cosas y las personas. Estos rayos recibieron provisionalmente el nombre de «X», mientras se acababa de aclarar qué eran exactamente. Como suele pasar, las soluciones provisionales re sultaron definitivas y hoy todos hemos oído hablar de los rayos X. Como también suele pasar, la innovación genera imitaciones, y muchos investigadores se pusieron a buscar más rayos misteriosos que les diesen fama y fortuna. Si a esto le añadimos la rivalidad entre franceses y alemanes, que tanto iba a amenizar la historia de Europa durante el siglo pasado, no es extraño que la siguiente aportación al espectro electromagnético viniese de Francia.
René Blondlot era un físico prestigioso que estudiaba las propiedades de los rayos X. Cuando hacía pasar rayos X por un generador de chispas, vio que la chispa se hacía más intensa. Después puso un prisma de cuarzo ante el generador y el cambio en la intensidad de la chispa desapareció. Como estaba muy bien establecido que los rayos X atraviesan el cuarzo sin desviarse, llegó a la conclusión de que otro tipo de radiación estaba afectando al generador de chispas. La llamó «rayos N» en honor a su ciudad natal, Nancy.
Inmediatamente, todo mundo se puso a intentar detectar estos rayos, sin éxito. Los rayos N sólo eran detectables en Nancy y alguna otra ciudad francesa, y ni siquiera siempre. Blondlot descubrió que el agua paraba los rayos N y, como la detección se hacía mediante placas fotográficas, un trozo de cartón húmedo podía proyectar su forma sobre la fotografía cuando pasaban los rayos N. Exactamente igual que si fuese una radiografía.
La bola se fue haciendo cada vez más grande: la gente que detectaba rayos N en Nancy y alrededores los describía con gran detalle, mientras que el resto de laboratorios del mundo no conseguía ver aquellos misteriosos rayos.
Cuando un fenómeno sólo se puede detectar en un sitio concreto, la mosca se instala firmemente detrás de las orejas más críticas. La duda fue tomando fuerza, incluso en los círculos académicos franceses que inicialmente habían celebrado el descubrimiento. Finalmente, en 1904 un dramático incidente envió a los rayos N al cenicero de la historia.
Un físico americano llamado Robert Wood visitó el laboratorio de Blondlot para ver una demostración de los rayos N. Ninguno de los experimentos que le mostraron lo convenció, porque se basaban en apreciaciones subjetivas de cambios de intensidad de la luz. Wood veía claramente que todo era un simple caso de autoengaño. Finalmente, le mostraron un experimento en que los rayos pasaban por un prisma y cambiaban de trayectoria.
Cuando cerraron las luces del laboratorio Wood sacó el prisma de la máquina sin que nadie se diese cuenta. Como si hubiese sacado el motor de un coche o hubiese desenchufado un ordenador, lo lógico es que Blondlot hubiese dicho: «¿Qué pasa con esta máquina, que no funciona?». Pero las señales aparecieron igualmente, y el escándalo fue grande cuando Wood mostró el prisma que llevaba la mano. Esto demostraba que las señales de las fotografías eran una ilusión, compartida por el doctor Blondlot y sus colaboradores. De manera más o menos consciente, exponían las películas fotográficas durante tiempos diferentes para obtener luminosidades distintas. Wood explicó los detalles de su visita a Nancy en un artículo en Nature. Los rayos N murieron de muerte natural al cabo de poco: el fenómeno no estaba establecido. Todo el mundo tenía mucho trabajo con la relatividad y otras cosas que estaban pasando y, simplemente, se olvidaron del tema. Los rayos X existían, los rayos N, no. Final de la historia.
LA CAFEÍNA Y LAS FLORES DEL DOCTOR BACH
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