Zen and the Birds of Appetite (1968) es el último libro de Merton publicado antes de su muerte, y continúa su empeño, iniciado en Mystics and Zen Masters , por hacer accesible al lector occidental la comprensión del zen. Su segunda parte la constituye un genuino diálogo de culturas religiosas como resultado de su encuentro con D. T. Suzuki. Resulta interesante señalar que, aún poniendo de manifiesto las diferencias, ambos autores encuentren un terreno espiritual común entre zen y cristianismo en la espiritualidad del místico renano Meister Eckhart.
Publicado cinco años después de su muerte, The Asian Journal of Thomas Merton nos presenta al último Merton, una persona que pudo finalmente dar expresión material a su profundo viaje interior en una peregrinación por una geografía espiritual de incomparable riqueza, de regreso al hogar de su verdadera identidad: “I am going home, to the home where I have never been in this body” (AJ: 5). El libro consta de dos partes: la primera describe, a partir de sus notas tomadas a vuelapluma, su itinerario asiático por Calcuta, Nueva Delhi, Los Himalayas, Madrás, Ceilán, y Bangkok. La segunda incluye una selección de las lecturas que le acompañaron en esa andadura. Finalmente, el libro recoge nueve apéndices, que comprenden cartas y conferencias del autor escritas en ese viaje, además de un escrito sobre meditación budista, “On Mindfulness”, debido a Bhikku Khantipalo. Uno de los editores del libro, Amiya Chakravarty, describe la auténtica personalidad integrada e integradora de Merton en esa última etapa de su incursión en pos del reino inefable, con una hermosa y comprensiva síntesis que muy pocos han podido realizar de forma tan ajustada; la calidad de su contenido justifica la extensión de la cita:
Readers of Thomas Merton know that his openness to man’s spiritual horizons came from a rootedness of faith; and inner security led him to explore, experience, and interpret the affinities and differences between religions in the light of his own religion. That light was Christianity. For him it was the supreme historical fact and the perfect revelation, but affirmations in many lands and traditions and, as St. Paul indicated, the “witnesses” were there; the witnessing continues. Merton sought fullness of man’s inheritance; this inclusive view made it impossible for him to deny any authentic scripture or any man of faith. Indeed, he discovered new aspects of truth in Hinduism, in the Madhyamika system, which stood halfway between Hinduism and Buddhism, in Zen, and in Sufi mysticism. His lifelong search for meditative silence and prayer was found not only in his monastic experience but also in his late Tibetan inspiration. His major devotional interests converged in what he called constantia where “all notes in their perfect distinctness, are yet blended in one”. Believing in ecumenicity, he went further and explored new avenues of interfaith understanding, encouraged by the open spirit of Vatican II. Not only in religion and in religious philosophy but in art, creative writing, music, and international relations —particularly in a possible world renunciation of violence— he knew the challenge of reality. Intellectual illumination and phases of doubt enhanced the religious process; therefore, in a sense, he never withdrew from the world. Sometimes a bright idea would capture his imagination, and he might tend to overvalue it in the context of conformity. Perhaps it might even be said that he had carried over an experimental attitude from his secular days and made concessions to a social culture to which, he thought on entering the monastery, he no longer belonged. But he adjusted this impulsive quality to his acceptance of the rituals and basic dogmas of his life as a monk and a priest. The search for diversities is never free from an element of risk. But his long years of arduous disciplines and his insights produced a deep religious maturity, and his encounters with other religions and religious cultures never found him unresponsive, or irresponsible in regard to his own commitment. The monk of Gethsemani did not desert his own indwelling heights when he climbed to meet the Dalai Lama in the Himalayan Mountains. In a way his discipleship of Jesus grew as he gained the perspective of divine faith; in Asia, he felt the need to return to his monastery in Kentucky with newly affirmed experiences. Thomas Merton never quite accepted a fixed medieval line between the sacred and the profane. In this he was a modern Christian thinker and believer who had to redefine, or leave undefined, the subtle balance of the religious life. 60
Otros libros de prosa de Merton se han publicado de forma póstuma, como vimos en el breve repaso cronológico, pero tan sólo mencionaremos, por último, por ser relevante para este estudio, el titulado Ishi Means Man (1976), un conjunto de cinco ensayos acerca de los indios del sur y del norte de América.
Aunque no de poca importancia, en este ensayo introductorio apenas va a tener una consideración la poesía en la obra de Merton, y por eso la presentación de la misma va a quedar reducida a unas notas mínimas. Sin embargo, los lectores interesados pueden acudir al extenso y sugerente estudio doctoral sobre la poesía de Thomas Merton, y ensayos posteriores, de Sonia Petisco (Cfr. Bibliografía), que arrojan mucha luz y complementan de manera imprescindible este mismo volumen. Hay que decir que buena parte de la producción poética obedeció, como su prosa, al aliento de sus superiores en el monasterio. La editorial New Directions publicó seis volúmenes de la poesía de Merton: Thirty Poems (1944), A Man in the Divided Sea (1946), Figures for an Apocalypse (1948), The Tears of the Blind Lions (1949), The Strange Islands (1957) y Emblems of a Season of Fury (1963). A esos les siguió Selected Poems , en 1967, y por último, en 1968, Cables to the Ace , y de forma póstuma Geography of Lograire , en 1969. La opinión de la crítica en torno a la producción poética de Merton es divergente, y se resume en un considerable aprecio en algunos círculos católicos (en revistas como America, Catholic World, The Common Weal, Continuum y Renascence ) y cierta indiferencia en círculos literarios no católicos (por ejemplo, The Saturday Review ). Si en la prosa sus primeras influencias decisivas, aunque no las únicas, fueron las de Dante, Gilson, Maritain, Huxley y Joyce, en la poesía destacan, sobre otras muchas —desde Donne hasta Auden— las de William Blake, Gerard Manley Hopkins y T. S. Eliot.
Nos detenemos aquí tan sólo en la distinción que establece Schmidt 61 de tres etapas en su producción poética. Al menos la primera de ellas (de 1944 a 1957) se corresponde casi exactamente con el primer estadio de su producción en prosa, sugiriendo en Merton la existencia de un mundo de opuestos y polaridades. Así, si en su periodo premonástico el joven poeta abundaba en símbolos de cinismo e incluso desesperación precoz hacia la naturaleza humana y sus sombras, en poemas cargados de imágenes de la guerra, la prisión, la ciudad, el invierno y el desierto, el ingreso en el monasterio iba a provocar una transformación; en principio, el cambio iba a acentuar su sentimiento de oposición al mundo, traducido en una visión dualista, con algunas imágenes de carácter litúrgico y otras evocadoras de una promesa constante, como la mañana, la luz o la primavera. El comentario de Schmidt a ese respecto resulta clarificador: “The philosophical dualism figures out through the autobiography and, tied to the tradition of American nineteenth-century romanticism, is worked out primarily in the contrasting symbols of nature and urbanization”. 62 Hacia el final de los años cincuenta, sin embargo, y aunque la visión dualista persistía, Merton empezó a experimentar con un uso del lenguaje de carácter más informal por medio de un vocabulario de extracción secular; y al igual que en otras áreas, el horizonte de sus intereses en el mundo de la poesía se extendió de una forma asombrosa en los años siguientes, de suerte que el escritor contemplativo comenzó a adentrarse con fascinación creciente en la creación poética contemporánea y especialmente en la experimentación de la antipoesía: “The decade of the 1960s found the monk more than he might be expected a child of his time”. 63 También en ese cambio profundo desempeñó un papel decisivo su incursión en el zen, ayudándole a acabar con esa visión marcadamente dualista del mundo. Su largo poema Cables to the Ace , un complejo experimento poético con tres voces narrativas, tres unidades describiendo momentos de paz y caos, tres “plegarias” versificadas de forma paralela y un regreso al mundo del ruido, con alusiones a Ortega, a Finnegans Wake de Joyce, al zen, a Eckhart y a Nostradamus, y con inserciones de fragmentos en idioma francés, no abandona tampoco la exploración de la identidad, que aquí se presenta, a veces con mordacidad, como un espejo roto o como una antena abierta a las voces discordantes del mundo. En un lugar de ese poema sus palabras iban a resultar proféticas:
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