Keith explicaría su derrota, como era su costumbre, culpando a otros: en este caso, acusando que la debacle de CBI se había debido a las maquinaciones de Wall Mart que, por temor a la competencia, habría pedido a las autoridades “colapsar a ese tipo”. Lo cierto es que, después de CBI, Raniere evitaría tener posesiones a su nombre, negándose a recibir un salario y omitiendo el uso de tarjetas de crédito o cuentas de banco: todo le pertenecería, oficialmente, a sus siempre incondicionales mujeres, con el consiguiente ahorro de problemas legales y fiscales; año con año Raniere ha declarado vivir por debajo de la línea de la pobreza. Es cierto que nunca fue proclive a la ostentación; estéticamente, su comunidad era un reducto de mediocridad pequeñoburguesa, donde los pants y las sudaderas de baja calidad eran la etiqueta cotidiana. Con todo, Raniere ejercía un control férreo sobre sus acólitos y sobre su empresa disponiendo sin restricción alguna de cientos de miles de dólares en efectivo ocultos en el sótano de la casa de Nancy Salzman, con línea directa a una bolsa de plástico en su biblioteca personal.
Keith Alan Raniere vio la luz un 26 de agosto de 1960 en Brooklyn, Nueva York, el único hijo de James Raniere, publicista, y de Vera, una maestra de baile de salón. Al cumplir 5 años, la familia se mudó a los suburbios boscosos al norte del estado, a una casa roja con vistos blancos y amplio jardín, parecida a las granjas que pintan los niños en la escuela. A sus ocho años, James y Vera se divorciarían, quedándose la mujer, enferma del corazón, bebedora de ocasión y madre culpable de tiempo completo como única custodia del niño, convirtiéndolo en el centro de su universo e instilándole un sentimiento de excepcionalidad desbordada. Las virtudes atribuidas a Raniere en sus biografías oficiales —que hablaba con frases completas al año y que leía de corrido a los dos; que su energía intelectual interfería con las computadoras y los aparatos electrónicos; que a los 12 dominaba por sí solo y en unas cuantas horas todo el currículo de matemáticas de preparatoria o que a los 13, autodidacta, tocaba piano a nivel concertista— son más falsas que un billete de tres pesos, pero es un hecho que desde muy joven el chico mostró gran facilidad para la manipulación; en entrevista del 28 de mayo de 2018, publicada en el diario The Epoch Times , cinco compañeros de Raniere de la escuela primaria Waldorf describen cómo uno de ellos cuchicheó, en las intimidades infantiles del patio de recreo, sobre una u otra andanza adolescente de su hermana mayor. Raniere le diría enseguida que la confidencia le había dado una botella de veneno que él sostendría por siempre sobre su cabeza; que, de quererlo, podría revelarle a la hermana o a los padres sus indiscreciones. Sobra decir que, de corta estatura, un poco bizco, arrogante y presuntuoso a pesar de su apariencia y sus maneras ordinarias, el joven Keith no era precisamente popular.
En 1978 Raniere se gradúa de preparatoria, cumple 18 años y queda huérfano de madre pocos días antes de Navidad, cuando el cansado corazón de Vera deja de latir. De la orfandad pasó al Politécnico Rensselaer, donde conocería a Karen Unterreiter, desde entonces una de sus más fieles administradoras. Sus afirmaciones de haber sido un estudiante de excepción, el primero en haberse graduado con tres títulos —biología, física y matemáticas—, y calificaciones de excelencia se estrellaron contra una copia de la cartilla del instituto firmada por su secretario y consejero general, Craig Cook, presentada como evidencia en la corte, mostrándolo frecuentemente suspendido y con un promedio final de 2.26 que, en nuestro sistema decimal, equivale a un limítrofe 7.
Al terminar la carrera esas notas le alcanzaron para emplearse como técnico de computadoras en una oficina de fianzas de la policía local, profundizando en su tiempo libre en el estudio de sus tres mayores influencias intelectuales, aquellas que conformarían su filosofía espiritual y sus principales decisiones a futuro: Amway —donde trabajaría unos meses—, la Iglesia de la Cienciología y Ayn Rand. Sobre las agresivas técnicas de venta de las primeras dos funda en 1991 Consumers Buyline, donde conoce a Natalie, una de las vendedoras estrella de la organización y quizá el prototipo de todas las mujeres sobre las cuales Raniere parasitaría el resto de su vida.
Raniere mostró una temprana inclinación hacia la pedofilia: en 1993, una niña de 15 años llamada Rhiannon registró una acusación ante la policía del estado de Nueva York afirmando haber tenido relaciones con él hasta sesenta veces a partir de sus 12 años. Ella tenía problemas en la escuela, fleco rubio y frenos, y él recién había cumplido los 30. La madre de la niña, vendedora de CBI, le comentó de los problemas académicos de la pequeña y él se ofreció a tutorearla por las tardes. Lo primero que le enseñó fue a abrazarse “como hacen los adultos, juntando la pelvis”, quitándole la virginidad y abusando de ella a lo largo de varios años en su casa, en las oficinas de CBI o en el coche. Cuando Rhiannon finalmente fue a la policía, los detectives le pidieron portar un micrófono para obtener pruebas contra el abusador; ella se rehusó, pálida de miedo, y pidió cerrar el caso.
Toni Natalie es chispeante y guapa —ojos de felino color jade, cabello azabache y nariz de Cleopatra—, pero con fragilidades emocionales quizá originadas en los episodios de abuso sexual que sufrió cuando era niña, y que Raniere le diría luego que podrían aliviarse haciendo tríos. Al conocerla, Keith la habría ayudado a dejar de fumar y la convencería de que su marido la engañaba con la nana de su hijo. “Él se convierte en todo lo que quieres y necesitas, y algo más. Llena todos los vacíos”, diría Natalie, quien pronto se divorciaría para mudarse a Clifton Park, la comunidad suburbana alrededor de Albany que sería el epicentro de esa telaraña.
No vivirían juntos. Ella tendría una casa con su hijo y él conservaría su cuarto en el número 3 de Flintlock Lane, propiedad comprada por Pamela Cafritz, hija de Bill y Buffy Cafritz, distinguida pareja de la alta sociedad conservadora de Washington. Antes de conocer a Raniere, Pamela estaba por casarse con uno de los que llamamos buen partido. Luego se convirtió en la primera fondeadora y la más fiel de las lugartenientes de Raniere hasta su muerte en noviembre de 2016 por cáncer de hígado. Cafritz se encargaría de higienizar las consecuencias de los peores impulsos de Raniere; además de brindarle cierta estabilidad doméstica, hacía las aperturas y proveía las coartadas para que éste sedujera a jovencitas —invitándolas, digamos, a su casa, a pasear al perro—, y arreglaba los múltiples abortos que éste exigía de sus mujeres, ella incluída: él no aceptaba usar condones ni que sus parejas tomaran anticonceptivos, porque podrían engordar, decía. Raniere, ya con la mexicana Mariana Fernández como pareja principal, continuó usando las cuentas de banco y las tarjetas de crédito de Cafritz después de su muerte, en las compras del supermercado o para gastar miles de dólares en ropa para Fernández. Se estima que, en total, esas cuentas de banco custodiaban cerca de ocho millones de dólares. Raniere, nombrado por Pamela como ejecutor de su testamento, le cedería en México el cargo a Rosa Laura Junco poco antes de ser capturado.
Los demás habitantes del número 3 de Flintlock eran la antigua compañera del politécnico, Karen Unterreiter y, para entonces, Kristin Keeffe, oficialmente el enlace legal del grupo y extraoficialmente la encargada de neutralizar a los críticos y disidentes por todos los medios posibles, legales y no; sus lugartenientes en México, como veremos más delante, fueron Emiliano Salinas y Alex Betancourt.
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