Ángeles Malonda Arsis - Aquello sucedió así

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La Guerra Civil española no acabó para todos en 1939: quienes se encontraron en el bando de los vencidos tuvieron que sufrir las represalias de los vencedores. Encarcelada durante cinco años y castigada a la pena de muerte, la autora transmite su incomprensión ante el abuso de poder ejercido por algunos de los responsables de las prisiones. Indignada por la injusta muerte de Antonio Azcón, su marido, el libro muestra la pena, el dolor y la rabia de Ángeles Malonda por el sufrimiento de sus más allegados, a la vez que la desesperación por la separación de sus hijas. Finalista del Premio Espejo de España en 1982, este volumen es una crónica de nuestra historia, vivida en primera persona y relatada para dejar constancia de los recuerdos de una época, con el deseo de que nunca nadie sea espectador de una guerra, y menos aún de una guerra civil.

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Prisión «La Campana»

Granada, 1940

LA RECLUSA
Sobre su duro petate y van pasando las horas,
la reclusa está tumbada. los días y las semanas;
Por los hierros de la reja, y van pasando ¡los años!;
la luna su luz irradia. y ya estoy sin esperanza.
Besa su serena frente, Ya no veo a mis amigos,
besa su carita pálida mis padres ni mis hermanas.
y le dice muy quedito: Ya no me besan mis hijos,
–Dime, nena, ¿qué te pasa? como antes, cada mañana.
–¡Ay!, luna, luna querida, –Calla –la luna, muy quedo,
luna bella, luna clara, dice–, niña, calla, calla,
que va siendo mucho el tiempo que muy pronto volverás
que me veo aquí encerrada; a la libertad soñada.

ÁNGELES MALONDA

Prisión Provincial, 1942

Cuanto atenta a la vida: Homicidios, genocidio, suicidios, etc., cuanto viola la integridad humana, como por ejemplo las mutilaciones, torturas morales o físicas, conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, etc. sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona; todas esas prácticas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización; a quienes deshonran es a sus autores y no a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador.

Gaudium et Spes, nº 27

El brillo de las palabras pasa y el valor de los ejemplos queda.

El poeta ruso Derzhavin dice:

Un tribunal injusto es un mal peor que los asaltos en los caminos. Tan sólo los que han sufrido en su propia carne lo tienen grabado en el corazón.

Un intelectual traiciona su misión si no es el más constante defensor de la civilización y la libertad de pensamiento.

MARÍA CURIE

VIVENCIAS RETROSPECTIVAS

Alguien entendido en estos menesteres de escribir me indica que, antes de dar a conocer cuanto se narra en el presente libro, debiera plasmar en unas cuartillas algunas vivencias retrospectivas que dieran idea al posible lector del estrato al que pertenezco en la sociedad que nos ha correspondido vivir; de dónde sale esa mujer que, al decir de uno de sus amigos que conoce la trayectoria de su vida, «ha batido el récord del placer y del dolor», y añade que eso tiene de bueno, que es vivir intensamente, que no es aquello de pasar por la vida «sin pena ni gloria», o sea de una manera anodina, lo cual suele ser tan corriente.

La verdad es que yo, la interesada, pienso que esos terribles trallazos que asesta la envidia, la ruindad de gentes malvadas que gozan con el dolor ajeno; el que pierda la vida un ser querido, el cautiverio, el constatar cuán perverso puede ser un sector de los humanos capaz de distorsionar hogares felices; pienso, digo, a este propósito, que existen gentes malvadas que gozan con sembrar el dolor por doquier. Si en el transcurso de los días que uno tiene que vivir se suceden todas esas felonías, como ha ocurrido en nuestra generación, no resulta interesante batir tan gran récord de dolor; ello es superior a las fuerzas humanas. Aunque uno trate de sobreponerse, el resultado es que quedas marcado para el resto de tus días; por siempre te acompaña una inmensa e íntima amargura.

AÑO 1920

Había cursado mis estudios de segunda enseñanza en el instituto Luis Vives de Valencia. El preparatorio de Ciencias, en su Universidad. La influencia que ejerció el recuerdo y consejo de mi padre fue decisiva en el rumbo que siguiera mi vida; desgraciadamente, él sufría una afección al corazón que por aquellas fechas se consideraba irremediable; la ciencia era incapaz de combatirla; esa lesión fue causa de que se fuera a la tumba cuando contaba cuarenta y seis años de edad, dejando huérfanas a sus cuatro hijas adolescentes y a un varón de corta edad. Mi padre, que era industrial, por razón de sus negocios había realizado una gira por Europa, de la que regresó con ideas avanzadas, según la época, en nuestro país. Hablaba a sus hijas, niñas aún, de la emancipación de la mujer, sobre la conveniencia del estudio para llegar a alcanzar cultura que le diera personalidad, independencia, «La independencia económica es la base de todas las independencias». Estos consejos paternos se adentraron por siempre en mi sentir, en el que produjeron huella indeleble.

Cuando llegó el día de pensar en seguir estudios superiores, se planteó el dilema de tener que salir del entorno familiar, de Valencia. Siempre fue mi deseo, mi ambición, seguir en la Facultad de Farmacia; lo había comentado con mi padre, y él se consideraba muy complacido de que ello fuera realidad algún día. En sus últimas voluntades hacía mención a este mutuo deseo, y mi madre, al tenerlo en cuenta, hubo de acceder a que me trasladara a Madrid. ¡Madrid! Mágica palabra para una provinciana de aquel entonces. Para mí constituyó un sueño que se hiciera realidad.

Durante mi segunda enseñanza había estado interna en el colegio de las Madres Escolapias de Valencia, cercano al Instituto, al que asistía a diario, puesto que era alumna oficial. Me resultaba difícil, sobre todo en los últimos años, adaptarme a la férrea y fanática disciplina monjil de aquel entonces.

RESIDENCIA DE SEÑORITAS

Hasta la Universidad había llegado la buena nueva de la existencia en Madrid de una residencia para mujeres estudiantes, fundación de la Junta para Ampliación de Estudios (Boletín Oficial de enero 1907) y regentada por la ya prestigiosa doctora en Filosofía doña María de Maeztu. Se instauró en 1915 con cabida para sesenta plazas, habiéndose conseguido el patrocinio del Estado. Acompañada de mi madre, nos dirigimos en su busca. Gratísima impresión. La directora y la señorita secretaria, Eulalia Lapresta, encantadoras. Se había ampliado el cupo de plazas hasta ciento cincuenta, o sea que dicha fundación había conseguido un gran éxito. Con gran contento de mi parte quedé admitida. Nos invitaron a visitar el grandioso recinto que ocupaba el internado, situado entre las calles Fortuny y Miguel Ángel, o sea en plena Castellana. Conjunto ajardinado, entre sus caminales, diversos pabellones que albergaban las habitaciones. Al fondo, salón-biblioteca; otros varios para comedor, visitas, despacho; uno muy espacioso, lugar de convivencia; resultaba agradable interrumpir la tarea a mitad de la tarde y acudir al mismo, en el que se servía five o’clock tea (té de las cinco), lo que daba lugar a conocimiento y amistades entre las residentes. Al inaugurarse el curso, en esos primeros días iban acudiendo muchachas de las diversas provincias. Era la época en que había finalizado la guerra europea y se había abierto el paso en la vida a la mujer; ya nuestro país comenzaba a admitir que saliera a la palestra del trabajo, que pudiera acceder a diversas actividades, sin tener que quedar relegada al hogar; que se pudiera preparar para salir del oscurantismo y la inercia a que la tenía sometida la sociedad.

El ambiente, las costumbres que imperaban en aquella época, no permitían a la juventud en su trato libertades que a través de los años se han ido tolerando, lo que repercutía en ciertas estrictas normas que estábamos obligadas a respetar: no se toleraba que se saliera sola con el novio o el amigo; había que encontrar una compañera que con su pareja o sola se nos uniera; existía cierta discreta vigilancia que controlaba este aspecto y otros de esta índole.

A más de proporcionar digno alojamiento a las estudiantes, la dirección se preocupaba de rodearnos de un buen ambiente cultural; personajes de relieve eran invitados a darnos conferencias: Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu, María M. Sierra, Eugenio D’Ors, Victoria Kent, etc. Se practicaba algún que otro deporte, sobre todo el tenis y danza rítmica. Las charlas instructivas solían celebrarse por la noche, cuando podíamos estar todas reunidas, y siempre con asistencia voluntaria; eran muy pocas las que faltaban. En muchas ocasiones nos complacía el acudir a disertaciones de la directora. Se organizaban representaciones teatrales en las que tomábamos parte las residentes. Alguien venía de vez en vez a hacernos aprender nuestro folklore, cantos populares. En días festivos salían diversos grupos a la sierra, a El Escorial, Toledo, etc., a visitar museos. Como caso excepcional, se permitía la salida por la noche cuando se trataba de acudir al Teatro Real, a la ópera, para lo que se reunía un grupo al que acompañaba alguien de la dirección, como la señorita secretaria, «la señorita Eulalia», que con su bondad y gran simpatía era siempre nuestra mejor amiga, eficaz ayuda para la buena marcha de aquel hogar al que cada una de nosotras considerábamos como nuestro mientras cursábamos estudios. Al finalizar éstos y marchar a diversos puestos de trabajo o a formar nuestros definitivos hogares, por siempre llevábamos el grato recuerdo de nuestro paso por el mismo.

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