Si te sientes identificada, huye
Anna Abril Paltré
ISBN: 978-84-19042-88-0
1ª edición, julio de 2021.
Editorial Autografía
Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona
www.autografia.es
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Sumário
CAPÍTULO 1. PRIMERA CITA
CAPÍTULO 1. BIENVENIDA AL INFIERNO
CAPÍTULO 2. PRIMERA MENTIRA
CAPÍTULO 2. PRIMEROS CELOS
CAPÍTULO 3. ADIÓS VIRGINIDAD
CAPÍTULO 3. PRIMERA VIOLACIÓN
CAPÍTULO 4. ES UN CHICO TÍMIDO
CAPÍTULO 4. PRIMER AISLAMIENTO SOCIAL
CAPÍTULO 5. PRIMER DESLIZ
CAPÍTULO 5. PRIMERAS INFIDELIDADES
CAPÍTULO 6. VALOR Y VALORES
CAPÍTULO 6. VALENTÍA Y COBARDÍA
CAPÍTULO 7. INDEPENDIZADOS
CAPÍTULO 7. DEPENDIZADA
CAPÍTULO 8. CONVIVENCIA
CAPÍTULO 8. SUPERVIVENCIA
CAPÍTULO 9. DE VUELTA A LA CIUDAD
CAPÍTULO 9. PRESA EN LA CIUDAD
CAPÍTULO 10. SOLO HA SIDO UNA VEZ
CAPÍTULO 10. AGRESIÓN FÍSICA
CAPÍTULO 11. AIRE FRESCO
CAPÍTULO 11. EL AMOR NO ESTÁ SOBREVALORADO
CAPÍTULO 12. TOQUE DE QUEDA
CAPÍTULO 12. ENCERRADA FUERA
CAPÍTULO 13. LA ACEITERA
CAPÍTULO 13. BIMBA ES DE QUIEN ESTÁ CON ELLA
CAPÍTULO 14. ¿QUIÉN ESTA AHÍ?
CAPÍTULO 14. DEFINITIVAMENTE, BIMBA NO ES TUYA
CAPÍTULO 15. EL DÍA QUE DEJÉ DE QUERERTE
CAPÍTULO 15. NUNCA ME QUISO
CAPÍTULO 16. SANGRANDO
CAPÍTULO 16. DESANGRÁNDOME
CAPÍTULO 17. COMO SALÍ
CAPÍTULO 17. DE VUELTA AL MUNDO
CAPÍTULO 18. VIDA NUEVA.
CAPÍTULO 19. NOVIEMBRE, ENCAJANDO LAS PIEZAS DEL PUZZLE
CAPÍTULO 20. ARMARIO NUEVO
CAPÍTULO 21. HIRVIENDO POR DENTRO
CAPÍTULO 22. DENTRO DEL CAPARAZÓN
CARTA A MI MISMA:
CARTA AL LECTOR
AGRADECIMIENTOS
A ti, iaia. Ojalá tus ideas se hagan siempre realidad, como ha pasado con mi libro.
A mi madre, por haberme dado la vida y haber permanecido en ella de forma tan incondicional.
Al amor de mi vida, por haber sabido captar mi esencia cuando ni siquiera yo era capaz de encontrarla.
A mí misma, por ser la mujer más fuerte que conozco.
Y a todas las mujeres del mundo: juntas somos poder.
Cualquier coincidencia con la realidad no es coincidencia.
Si estás leyendo esto, quiero contarte algo: yo no salí de una relación para meterme en otra, no. Yo salí de un INFIERNO para poder tener una relación sana e igualada. Me explico, empezaré desde el principio:
Yo veraneaba en un pueblo costero precioso, a dos horas y media en coche de Barcelona. Íbamos hasta allí con mis padres, mi hermano y mis abuelos en un vehículo de siete plazas, cantando y jugando a las adivinanzas. Mi abuelo iba sentado en la parte de atrás, junto a todas las maletas, pues así aprovechaba para dormir.
Adoraba pasar las vacaciones de verano allí: significaba estar a tiempo completo con toda mi familia (padres, hermano, abuelos, tíos, primos…), me sentía muy cómoda, me encantaba la sensación de sentirme querida. Además, mi familia siempre ha sido la típica de celebrar todo lo celebrable e invitar a muchos amigos y amigas, así que ya me veis: durmiendo en el suelo del comedor con mi hermano como si estuviéramos de camping para ceder nuestra habitación a los invitados. Y yo feliz de poder vivir estos momentos de acampada con él, pues siempre ha sido mi confidente, y estas noches significaban poder hablar hasta las tantas sin más preocupación que la de que nos pillaran nuestros padres.
Todas las mañanas íbamos a la playa. No encontraréis un agua tan fría como la de Port de la Selva (sí, así se llama mi querido pueblo), pero tampoco tan cristalina. Me pasaba horas y horas tostándome al sol para después tirarme directa al antártico. No, esto último es broma, de directa nada, soy la típica que primero mojo un pie, salgo corriendo, vuelvo a entrar para mojarme los dos, sumerjo las muñecas y me paso un poco de agua por la nuca para que no me dé un corte de digestión (del desayuno que he tomado hace tres horas y media), me mojo la barriga y, finalmente, entro chillando para que toda la playa y el pueblo de al lado se entere de que, por fin, me he tirado al agua. Todo esto ante la expectación de mi familia y amigos que, entre risas y para nada extrañados, están animándome pero a punto de volver a salir, arrugados, del tiempo que hace que me esperan.
Por las tardes, dormíamos la siesta y luego salíamos a pasear por el pueblo mientras comíamos un helado. Luego, subíamos a la azotea y hacíamos una barbacoa de carne o sardinas. Solíamos ser más de veinte personas, así que mientras unos ponían la mesa, mi abuela preparaba el pollo o las sardinas aliñándolos y mi abuelo y mi tío encendían el fuego. Aún tengo la imagen de los dos sin camisa, secador de pelo en mano, dando viento a la barbacoa para que el fuego prendiera más deprisa.
Yo, presumida de serie, me arreglaba para la ocasión: sombra de ojos, pintalabios y hasta purpurina en el pelo. Estaba todo el día pensando en el modelo de ropa que me pondría para la cena y subía toda digna a escuchar los elogios de los mayores.
Después de cenar, salía con el grupito de amigas que había formado allí: Dúnia, Alba, Sonia y Maria. Solíamos ir a tomar algo al chiringuito del paseo marítimo para luego estar a las 00 h en casa, aunque mis padres nunca me pusieron hora para regresar, siempre me han permitido autorregularme sola y yo nunca me pasé de la raya. No hubo día en el que llegué más tarde de lo que dicta el sentido común, y no porque no me lo estuviera pasando bien, sino porque no quería hacer sufrir a mis padres, sobre todo a mi madre, que es sufridora de nacimiento y si estaba mucho tiempo sin saber de mí se asustaba. La entiendo, a mí también me pasaría.
Y así pasábamos el verano: entre familia, amigos, barbacoas, playas y helados. Pero llegaba el más temido, pero a la vez amado mes del año: septiembre. Y es que la rutina volvía a empezar, y eso era necesario, pero significaba que terminaba verano y, en consecuencia, estar rodeada de tanta gente querida. Aun así, a mí me gustaba volver, reencontrar mi piso de Barcelona y todos mis juguetes, el olor de mi hogar, mis rincones de nuestra casa favoritos y esa oportunidad de volver a empezar, intentar sacar mejores notas que el curso anterior, estar más atenta en clase, hacer los deberes el primer día… Y enfadarme menos, porque siempre he dicho que tengo un chihuahua interior que de vez en cuando, sobre todo cuando tengo hambre, sale a morder al primero que se atreva a poner a prueba mi paciencia.
Este bendito carácter se lo debo a mi abuelo, una de mis personas favoritas en el mundo. Con él puedo hablarlo absolutamente de todo, incluso de temas de sexo. A día de hoy, tiene 96 años y es más abierto de mente que muchos jóvenes. Llevamos hablando cada día por teléfono desde que tengo uso de razón. No hay día que no hable con él, a veces sobre temas más banales y otras sobre temas más profundos, pero la cuestión es escucharle la voz y decirle “te quiero”. Siempre que he tenido una preocupación ha sido la primera persona que se me ha pasado por la cabeza para contársela y escuchar atenta su opinión al respecto. Además, es una persona equilibrada: tiene mucha paciencia y sabe escuchar, pero no le toques demasiado la moral porque tiene tanto genio como bondad. Así somos y así seremos, porque si él en 96 años no ha conseguido más que apaciguarse un poquito, ¿qué tengo que esperar? Todo el mundo dice que somos calcados, y orgullosa que estoy.
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