Prosigo. Empezaba septiembre y con él las compras de libros de texto y su rutina de forrarlos y luchar con las burbujas de aire que quedaban entre la cubierta y el plástico. Mis padres tenían ya un máster: utilizaban los biberones de mi hermano pequeño a modo de rodillo para que ninguna de esas endemoniadas se atreviera a permanecer allí, dejándome sin diversión para hacerlas explotar durante las horas de clase.
Aquel año iba a cursar segundo de la ESO y, con él, aunque en aquel momento no lo supiera, empezaba mi historia de terror camuflada de romanticismo.
El curso ya iba viento en popa, íbamos a terminar el segundo trimestre y faltaba muy poco para las vacaciones de Semana Santa. Estaba muy estresada porque iba a suspender matemáticas y sociales, asignaturas innecesarias a mi parecer, con las que nunca me llevé bien. ¿A quién le importa que sepa el valor del número E o hacer a mano la raíz cuadrada de 1709 con las tecnologías que hay hoy en día? Y ¿qué más da aprenderme todos los ríos y afluentes de la península si hay carteles que indican sus nombres en cada puente por el que pasamos? Pues eso, que las suspendía. Pero estaba feliz porque volvíamos a mi querido y añorado pueblo. Otra vez sentiría esa paz mental, podría leer en la orilla del mar, ir a mi rincón favorito del mundo donde tantas horas habíamos pasado mi abuelo y yo conversando y arreglando la sociedad, otra vez rodeada de familia y amigos…
Cuando de repente me conecté al Messenger (plataforma online para mandar mensajes instantáneos) y me abrió conversación un chico, EL chico:
—¡Hola! ¿Qué tal?
—Hombre, ¡hola! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué haces por aquí?
—Pues mira, que estaba haciendo limpieza de contactos y, como te has conectado, he pensado abrirte. ¿Qué me cuentas?
—Pues mira, un poco triste porque el chico que me gustaba me dejó de hablar hace un mes, ya que le gusta mi mejor amiga del pueblo, estresada porque voy a suspender mates y sociales, pero feliz porque subiremos a Port y podré desconectar de la rutina.
—Ostras, siento lo de tu novio… Si quieres puedes salir conmigo…
—¿Contigo? Si no nos conocemos ja, ja, ja. Seguro que es una broma. Hazme una perdida a ver si eres tú (689576435).
—Voy.
(Llamada perdida)
—De acuerdo, me ha llegado la llamada. ¿En serio quieres salir conmigo?
—Sí.
—Pues no, porque no nos conocemos. Primero tenemos que pasar por la fase “amigos” y luego novios. Pero de conocidos a novios ni hablar.
—Ja, ja, ¡hecho! ¿Quieres ser mi amiga?
—Muy gracioso. Tengo que irme a cenar, si quieres mándame un sms luego.
Y el mensaje llegó, pero a la mañana siguiente.
¡Hola! ¿Quieres salir conmigo? Espero que tengas un buen día.
Me sentía emocionada y extraña al mismo tiempo. Yo tenía trece años, y él 16. Sentía cosquillas en la barriga al imaginarme saliendo con un chico tan mayor. Sería la primera de la clase en tener novio. Madre mía, ¡novio! ¿Y mis padres? ¡Por Dios, si todavía no le había dicho que sí! Pero no le conocía en persona. ¿Y si era un pervertido? No creo, mi amiga le conocía y me había contado que era un chico normal. ¿Y si no estaba preparada? Además, vivía en Gerona, muy lejos de Barcelona… ¿Cómo lo haríamos para quedar? Pero era mayor… y me había pedido salir dos veces, si le decía que no igual me dejaba de hablar… ¿qué tenía que perder? Y le contesté.
Hola! Pues… la verdad es que quiero salir contigo, pero no estoy segura porque no nos conocemos en persona y vivimos lejos. ¿Tú estarías dispuesto a venir a Barcelona? Mis padres no me dejan salir ni del barrio…
La respuesta llegó al cabo de pocos minutos.
Tranquila, puedo bajar en tren. ¿Te va bien el 19 de marzo? Es el primer día de Semana Santa.
Estaba dispuesto a desplazarse, eso es un punto. Y había decidido esperar a que fueran vacaciones. Pero nos vamos a Port… Tenía que hablar con mis padres antes y negociar el día de partida.
¡Genial! Luego hablo con mis padres y te confirmo la hora.
Cuando llegué a mi casa me encerré en mi habitación y llamé a mi amiga Elena para contarle todo con pelos y señales, pues en el colegio no habíamos podido hablar, había demasiada gente cotilla y ya aprendí la lección cuando se lanzó el rumor de que estaba saliendo con Ramón, un chico de mi clase. ¡Que hasta se enteraron los profes! Lo dicho. Que llamé a Elena. Le conté lo del mensaje, que me había pedido salir y que tenía que conseguir el permiso de mis padres para irnos un día más tarde al pueblo.
—Tía ¡Qué fuerte! ¿Y qué piensas hacer? —me preguntó intrigada.
—Pues… esta noche hablaré con ellos, espero convencerles, la verdad, porque me ha pedido salir dos veces y encima me ha dicho que podía bajar… Si le digo que no, igual no vuelve a hablarme, ¡que me confesó que me quería borrar de sus contactos!
—¿Cómo que te quería borrar? —gritó sorprendida, y me la imaginé abriendo esos ojos suyos oscuros tan redondos y arrugando su nariz.
—Pues como lo oyes, me dijo que estaba haciendo limpieza de contactos y que un poco más y me borra. Porque me conecté y decidió hablar conmigo a ver qué tal, pero si no… ¡me habría borrado!
—Ostras, ¡pues es muy fuerte! Si no te hubieras conectado ya no habríais empezado a salir…
—¡No estamos saliendo! —le remarqué—. Solamente me lo ha pedido, pero aún tengo que decirle que sí.
—Bueno —se rió mi amiga—. ¡Pero ya se da por supuesto que saldréis!
—En fin, tengo que colgar. Ha llegado mi madre y quiero hablar con ella cuanto antes.
Colgué el teléfono apretando fuerte el botón, no funcionaba bien y a veces quedaba mal colgado. Acto seguido fui al comedor y llamé a mis padres, nerviosa. Me temblaba el cuerpo entero.
—¡Mamá! ¡Papá! ¿Podéis venir un momento? Tengo que contaros algo…
—Uy, ¿y a qué se debe tanta intriga? —me preguntó mi madre.
—Pues… es que… ¡tengo novio! —les dije con algo de miedo inexplicable en el cuerpo. Me entró la risa floja de los nervios, pero me intenté calmar, al fin y al cabo, eran mis padres, podía confiar en ellos, no entendía por qué estaba tan nerviosa.
—¿Ah sí…? —me preguntó mi madre algo extraña—. Y, ¿de dónde es este chico?
—Pues… —dudé— es de Gerona… —dije más susurrando que en voz audible.
—¿De Gerona? Un poco lejos, ¿no? —se sorprendieron los dos.
—Pues sí… Pero está dispuesto a venir en tren hasta aquí, ¡no tendría ni que moverme del barrio! —solté las palabras una tras otra, sin dejar tiempo al espaciado.
Se hizo el silencio, pues ninguno de los dos estaba muy convencido. Y, después de intercambiar miradas, dijo mi padre:
—Y… supongo que querrás quedar con él, ¿no?
—Pues sí… Eso iba a comentaros… —dije con los ojos entrecerrados, como si alguien me estuviera regañando, como cuando cae un relámpago y esperas el ruido del trueno.
—A ver, suéltalo ya —me cortó mi madre impaciente.
—Pues… resulta que he quedado con él el primer sábado de Semana Santa… Por la mañana. Ya sé que nos vamos a Port y…
—Hombre, Mía, ni hablar del peluquín. Nos vamos el viernes, no puede ser. Queda con él otro día, pero el sábado no —empezó mi madre.
—¡Por favor! ¡Si solamente quedaremos un rato, y luego ya podemos irnos! ¡Las vacaciones son muy largas y estaremos muchos días allí, no viene de uno! —supliqué.
—Bueno, ya hablaremos del tema mañana —zanjó mi madre.
—Pero ¡es injusto! —me quejé—, no me drogo, no bebo, no fumo, saco alguna buena nota, no armo follones en clase, colaboro en casa… ¿Qué más queréis? ¡Si soy una hija ejemplar!
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