Verónica Valdivia Ortiz de Zárate - Pisagua, 1948. Anticomunismo y militarización política en Chile

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Pisagua, 1948. Anticomunismo y militarización política en Chile: краткое содержание, описание и аннотация

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La obra analiza la historia del país de mediados de siglo XX, teniendo como eje articulador el Campo de Pisagua. El libro se interroga sobre su existencia y proyección política, amparado por la Ley de Defensa de la Democracia/Ley Maldita, en un período llamado de democratización.

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Quienes visitaron el campo en sus inicios –el diputado Díaz, el director de El Despertar y un dirigente del comité– fueron informados que los maestros organizaron doce cursos de enseñanza, «que comprenden un grupo de alfabetización y otro de cultura general y en cuyo desarrollo participó la casi totalidad de los trasladados. Estos cursos se realizan no obstante la carencia de medios necesarios, tales como textos de enseñanza, cuadernos, lápices, etc.» 165. Esta tarea educadora fue resaltada por el periodista de El Siglo que visitó el Campo de Pisagua: «Es emocionante […]aprovechar su estada para aprender nuevos conocimientos que sirvan mañana al pueblo y los trabajadores; funcionan numerosos cursos de alfabetización, estudios superiores; tienen conjuntos artísticos y se preocupan del deporte» 166. A su juicio, requerían de parlantes para poder escuchar música, tema que abordaría con el Jefe de Zona de Emergencia, General Guillermo Aldana.

Como parte de su rechazo al mote de satélite soviético, la resistencia comunista destacó, contrariamente, el carácter profundamente chileno del partido, enraizado en la historia nacional: «Lo fundaron obreros chilenos y siempre han militado en él los mejores hijos de la clase obrera. Recogimos la bandera de la patria y de la justicia, levantada por O’Higgins en 1810» 167. Parte de esa lucha se expresó entre los recluidos en el Campo en la conmemoración de la Toma de Pisagua, durante la Guerra del Pacífico, una tierra conquistada con el conocimiento territorial de los miles de peones chilenos que fueron incorporados al Ejército y que trabajaban en las salitreras desde antes de la guerra: «Los pobladores de este pueblo y los dirigentes comunistas y sindicales que se encuentran relegados en este puerto, conmemoraron […] esta fecha […] los relegados organizaron un acto en que el Capitán de Ejército Luis Alberto Boero hizo una breve reseña histórica de la fecha conmemorada. Luego se desarrolló un programa artístico […] iniciándose con la Canción Nacional […] la delegación de relegados de Valparaíso cantó su himno intitulado “La despedida del 25 de octubre” en la barcaza “Bolados” y se agradeció la facilidad del Capitán, Comandante del destacamento del grupo “Salvo” en Pisagua» 168.

En ese sentido, la reclusión en el Campo de Pisagua no provocó la deserción política de sus militantes, como había ocurrido en 1927, sino se mantuvieron dentro de su colectividad y unidos en la lucha contra los estados de excepción constitucionales de Gabriel González. Por eso, una de sus batallas fue la demanda por el cierre de Pisagua, calificado como campo de concentración, como lo explicitó el manifiesto lanzado por el Comité de Relegados de Pisagua: «Pedimos solidaridad a todos los hombres y mujeres demócratas del país: que se termine la vergüenza de los campos de concentración. Defendemos elementales principios humanos y derechos atropellados. Las Naciones Unidas han condenado estos bárbaros métodos y procedimientos. Llamamos a todos los chilenos conscientes a luchar por la defensa de nuestro régimen democrático. Por la libertad de los presos políticos y por la derogación de las leyes represivas [...] Que Chile no sea una mancha tenebrosa en un mundo que marcha hacia una democracia más alta […] Reclamamos […] se liquide este maldito campo de concentración y vuelva la seguridad y el honor a nuestra patria» 169.

La posibilidad de este tipo de resistencia se relacionó con la subsistencia del Congreso y los partidos, que permitieron acceso al campo y comunicación con los allí recluidos, de modo que las resistencias actuaban coordinadamente. Por ello, la fuerza de la demanda por cerrar Pisagua, deslegitimar las leyes represivas y la urgencia de su derogación provenían de ese carácter del régimen contra el cual se luchaba. Este manifiesto al pueblo de Chile formaba parte de la resistencia que oponía relatos alternativos a los del gobierno, desmintiendo sus afirmaciones e impidiendo su monopolio informativo y el manejo de la opinión pública que ello le posibilitaba.

Parte de esa contienda fue la decisión de los recluidos de declararse en huelga de hambre, tal como lo anunció el Gobernador de Pisagua al Intendente: «Doy cuenta a US. que ayer siete horas ciudadanos trasladados a esta localidad declaráronse (sic) en huelga de hambre. Prácticamente no reviste tal carácter, sino han resuelto no recibir rancho fiscal […] Se sabe extraoficialmente que esta determinación tiene carácter indefinido» 170. Esta decisión respondió a la aprobación parlamentaria de las cuartas facultades extraordinarias solicitadas por el Presidente de la República, las cuales le permitían seguir manteniendo el Campo de Pisagua, las prisiones y la suspensión de los derechos constitucionales: «Estos y otros hechos que denunciamos a la opinión pública del país, han determinado que hayamos adoptado la gravísima resolución de ir a una HUELGA DE HAMBRE (sic) a contar del 21 de noviembre de este año, como única arma de que disponemos para defender la poca vida que nos queda […] y protestar por el nuevo período de opresión que vivirá nuestra patria. Con ello ponemos en peligro nuestras vidas, pero lo hacemos con firmeza y decisión, teniendo conciencia de que es preferible la muerte de una vez a la muerte lenta y dolorosa a que estamos sometidos y porque, al mismo tiempo, sabemos que luchamos por la restauración de la democracia chilena» 171. Estas expresiones aludían no solo al tema de la alimentación, el agua y las malas condiciones existentes en el lugar, sino a los muchos enfermos en Pisagua y los muertos: Félix Morales, Ángel Veas, Isaías Fuentes, exgobernador de Coronel, José Bello Oliva, exgobernador de San Vicente, sacado agónico del Campo y fallecido en Rancagua. Según el teniente Coronel de Carabineros, Octavio Allende, solo siete de los 312 recluidos en Pisagua, en noviembre de 1948, no se sumaron a la huelga de hambre. Tras una semana, la huelga fue depuesta momentáneamente, cuando recibieron una comunicación telegráfica de los parlamentarios comunistas en Santiago, en la cual también se les señalaba que se gestionaba su libertad.

En el contexto de la huelga de hambre, algunos recluidos en Pisagua decidieron emprender la fuga. Así fue informado por la Prefectura de Tarapacá a la Jefatura de Zona en la misma comunicación que se daba cuenta de la huelga de hambre: «A la lista faltaron los trasladados Salvador Araya Araya, Amador Cortés Araya y Luis Droguet Rodríguez, quienes se presume se hayan fugado por mar». Meses antes, en julio de 1948, ya se había observado la ausencia en la lista de seis recluidos, situación que se repitió en enero del año siguiente, cuando el Prefecto comunicó la falta de otros seis 172. Poco después se fugó desde el Hospital Regional de Iquique «el trasladado Julio de la Jara, que se encontraba hospitalizado en la cama No. 36, sala 5, del 2º piso. Al parecer se había fugado por no encontrarse en las diversas dependencias del establecimiento». Según lo averiguado, se escapó en medio de tratamientos en distintos pabellones del recinto, del cual sería devuelto al Campo de Pisagua, una vez dado de alta, mientras otros cinco fugados a mediados de diciembre de 1949, fueron capturados en Caleta Buena. Uno de los fugados fue Gavino Baltasar Supanta, 38 años, casado, carnet N.00997879, de Iquique, agricultor, quien había abandonado el puerto de Pisagua, por lo que de inmediato se impartieron las instrucciones consiguientes con el fin de ubicar su paradero, pero «hasta la fecha no se han obtenido resultados favorables» 173. Como mencionamos antes, la esposa de Gavino Baltasar Supanta solicitó reunirse con él, lo cual le fue negado por el Jefe de Zona.

A esta resistencia interna se sumó la internacional, la que perseguía rebatir las noticias que circulaban acerca de la situación de Chile, enviada por agencias norteamericanas. Pablo Neruda fue la voz de la resistencia comunista en el exterior. Apenas organizados los campos de detenidos y la expulsión en masa de obreros y sus familias a lo largo del territorio nacional, el poeta-senador comunista escribió una Carta íntima para millones de hombres , publicada en el diario venezolano El Nacional , de Caracas 174. Así lo explicaba: «Quiero informar a todos mis amigos del continente sobre los desdichados acontecimientos ocurridos en Chile. Comprendo que gran parte de la opinión se sentirá desorientada y sorprendida […] esta tradición democrática, patrimonio central de los chilenos y orgullo del continente, está siendo hoy aplastada y deshecha por la obra conjugada de la presión extranjera y la traición política de un Presidente elegido por el pueblo» 175. La carta daba cuenta de los atropellos que estaban ocurriendo en el país, detallando sus motivaciones y describiendo sus distintas facetas. Neruda delató lo que entendía como un contubernio entre el Presidente «traidor» y el imperialismo norteamericano, aliados para abortar el programa de gobierno, aprobado en una convención democrática, denunciando la injerencia de «la Guggenheim, la Chile Exploration Corp., la Anaconda Cooper, la Anglo Chilean Nitrate, la Braden Cooper Co., la Bethlehem Steel […] organizaciones tentaculares que poseen todos los depósitos minerales de Chile, se movían cercando al Presidente recién elegido» 176, además de grandes banqueros. A ello se habrían sumado las gestiones diplomáticas del Embajador de Chile en Washington, Félix Nieto del Río, y del General Barrios Tirado, a quienes acusó de colaborar en la entrega, por parte de Gabriel González, de información acerca del territorio costero nacional, «secretos militares de las defensas al Estado Mayor norteamericano; y nuevas y numerosas misiones militares y policiales de esa nación actúan, sin ningún control del gobierno chileno, dentro del territorio nacional». Neruda describió a sus lectores la vida y el trabajo en subterra 177 , bajo el mar hasta ocho kilómetros, invadidos por el polvo grisú, con salarios inferiores a US$00.50 diarios, en jornadas de doce horas y viviendo en piezas junto a seis personas o más, condiciones que hacían comprensible la existencia de movimientos obreros fuertes y combativos: «Sin embargo, ahora y por primera vez, un Presidente elegido precisamente por esos obreros –para que alguna vez se escuchara el clamor que sube desde su infierno– ha declarado en público que el movimiento huelguístico no se debe a las espantosas condiciones existentes en la zona del carbón, sino a complots internacionales» 178.

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