1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 Las comadronas dominaban un saber empírico y realizaban muchas técnicas obstétricas antes de que éstas alcanzaran el reconocimiento social y científico que les otorgó el pasar a ser de dominio masculino. Los saberes, pues, de aquellas matronas han de ser re-evaluados para que adquieran significado. Es por razones de este tipo que algunas investigadoras feministas proponen cuestionar los límites que definen lo que es ciencia desde el conocimiento legitimado. La filósofa Hanna Arendt (1996) nos da luz sobre la posibilidad de modificar los límites entre poder y autoridad en favor de esta última, otorgando valor a los textos científicos y médicos escritos por mujeres en la historia de la medicina y posibilitando el análisis de las prácticas de autorización o desautorización en las sociedades en las cuales alcanzan significado. Como sugiere Teresa Ortiz (2006, p. 72) autoridad, autoría y pensamiento de la diferencia sexual son conceptos que han posibilitado dar valor a las aportaciones de las mujeres y a su subjetividad, y han permitido sacar a la luz determinadas prácticas segregadas no solo como formas de exclusión, sino también como espacios de libertad y de construcción de identidades propias y de autoridad femenina.
Al estudiar las formas de organización de las actividades sanitarias y científicas es necesario introducir la perspectiva de género, porque las profesiones y las actividades sanitarias las construyen y las practican tanto hombres como mujeres, haciéndose patente la diferencia de oportunidades sociales de sus miembros en función del sexo, así como las relaciones de poder, de jerarquía y de autoridad que se dan dentro de una misma profesión o entre profesiones distintas dentro de un ámbito similar. Un ejemplo de esto último es la asistencia al parto que es el eje de estas páginas, donde existe una tradición de práctica femenina durante siglos. Es necesario, pues, investigar sobre los posibles conflictos, pactos o rupturas entre los profesionales sanitarios, hombres y mujeres, y la superación o pervivencia de los mismos a través de los distintos momentos históricos.
1.3. CORRIENTES FEMINISTAS Y SUS APORTACIONES EN LA SALUD DE LAS MUJERES
Al contemplar la salud de las mujeres desde una perspectiva de género nos encontramos con tres líneas cuya genealogía se ha sucedido cronológicamente pero, al no ser excluyentes, ha sido necesario ir avanzando hacia un nuevo enfoque sin dejar de investigar en el anterior, de manera que hemos de afirmar que la característica más llamativa es el eclecticismo. Las aportaciones a los modelos de salud que se han realizado desde las distintas corrientes feministas han ido confluyendo con los desarrollos de las teorías sobre la salud. Estas tres líneas sucesivas han influido en los modelos de programación, en la intervención y en la investigación en salud.
La primera hace referencia exclusivamente a la S alud de las Mujeres y viene determinada por el trabajo realizado por un movimiento feminista americano, el Colectivo de Salud de las Mujeres de Boston que, a finales de los años 70 saca a la palestra el hecho de que el sistema médico se ha apropiado de los cuerpos femeninos y de sus funciones, aun en el caso de que no haya una patología que lo justifique. Se propone cambiar las condiciones de vida de las mujeres, entender que éstas tienen unas necesidades diferentes que son consecuencia de la biología y que hay determinados aspectos que se tienen que auto gestionar: la reproducción, la sexualidad y la salud mental. Aunque puede considerarse pre-género, sigue vigente en la actualidad.
La segunda se encuadra dentro de lo que podemos denominar Desigualdades de género en salud y con el objetivo de alcanzar la igualdad y la equidad entre unas y otros, se propone realizar los estudios pertinentes para comparar la salud de mujeres y hombres de modo que se lleguen a conocer las desigualdades existentes, porque se entiende que las diferencias son injustas y, además, evitables.
El enfoque más avanzado se denomina Análisis de género como determinante de salud y enfermedad y pretende encontrar la razón por la cual se producen estas desigualdades que tienen su origen en las relaciones entre las mujeres y los hombres, la influencia de los roles sociales y de los modelos que utilizamos, por tanto contempla la subjetividad y las identidades de género. Solo conociendo donde están las causas, podrá afrontarse el origen de la discriminación hasta llegar a comprender que las diferencias existentes en función del sexo de las personas no tienen por qué llevar implícita una jerarquización en las relaciones sociales.
En cuanto a la parte de este capítulo dedicada a la interrelación entre las teorías de la salud con las teorías feministas, este trabajo es deudor del magnífico texto de Velasco (2009) “Sexos, género y salud. Teoría y métodos para la práctica clínica y programas de salud”. A lo largo del siglo XX se desarrollan tres grandes bloques en cuanto a teorías de la salud (Kuhn, 2001): el primero es el paradigma biomédico que contempla las teorías biomédica y social, el segundo bloque es el de teorías críticas, incluyendo la teoría socialista, la psicoanalista, la estructuralista, la postestructuralista, la ecosocial y la biopsicosocial. El tercer bloque lo constituye la teoría feminista con sus distintas corrientes. Sobre estos pilares se construirá el denominado enfoque de género en salud.
Distintas corrientes se han ido sumando dentro de las propuestas del movimiento feminista, interrelacionándose entre ellas y conviviendo, hasta el punto de que muchas coexisten en la actualidad. Por ello consideramos oportuno realizar un somero recorrido por los aspectos más importantes de dichas corrientes y las aportaciones que han realizado al tema de la salud, basándonos en los trabajos de distintas autoras que con sus exhaustivos trabajos han analizado cada una de las distintas corrientes. Nos referimos a los trabajos de Juliet Mitchell (1974), Elizabet Fee (1983), Jane Flax (1990), Celia Amorós (1997 y 2005), Silvia Tubert (1990, 2001 y 2003), Elena Beltrán y Virginia Maquieira (2001), en la lectura de cuyos rigurosos textos se basa esta aproximación.
Como sabemos, la primera oleada del feminismo se desarrolló en Europa y EEUU desde la última década del siglo XVIII hasta principios del siglo XX y estuvo vinculada a la consecución del sufragio femenino. En los años 60 del siglo pasado comienza la llamada segunda oleada del feminismo en Estados Unidos con la corriente del feminismo liberal , que aboga por la igualdad de derechos y de oportunidades entre las mujeres y los hombres en lo que respecta al acceso a la educación, al trabajo y a los bienes sociales. El límite más importante de esta corriente, también llamada feminismo “blanco”, es que habla de las mujeres como si se tratara de un grupo homogéneo sin tener en cuenta las diferencias de clase, etnia, condición social u orientación sexual. Se critica abiertamente las formas en que se manifiesta el poder de los hombres médicos en la asistencia sanitaria hacia las mujeres. Según Betty Friedan (1963, pp. 78 y 208), su máxima exponente, se ejerce un autoritarismo en las consultas de ginecología tratándolas como niñas y también en las consultas de psiquiatría abusando de la prescripción de tranquilizantes, con el objetivo de domesticarlas para que sean sumisas en el cumplimiento de las exigencias a las que están sometidas en función de la sexualidad y de la reproducción.
Para el feminismo socialista la opresión que sufren las mujeres deriva de la lucha de clases propia de las sociedades capitalistas, por tanto no consideraron necesario militar en un movimiento distinto ya que el marxismo al crear una sociedad socialista, eliminaría la posición subordinada de la mujer dentro de la familia. Estos planteamientos fueron defendidos tanto por Alejandra Kollontai, que llegó a ser ministra tras la revolución de octubre, como por Rosa Luxenburgo, dirigente de la Liga Espartaquista (origen del Partido Comunista Alemán) asesinada en enero de 1919, quien llegó a enfrentarse con las tesis de Lenin reclamando la igualdad. Para ambas, no obstante, la opresión objetiva que la mujer padece no hace necesario que cristalice una causa feminista diferenciada del partido obrero, sino que aquella es un derivado de la lucha de clases por lo que su superación entra dentro de la estrategia del partido. Las limitaciones de esta corriente se han puesto en evidencia ya que, aún en sociedades socialistas o incluso, dentro de los partidos que las propugnan, la dominación sobre las mujeres se sigue manteniendo. En cuanto a las aportaciones de esta corriente al tema de la salud podemos destacar su planteamiento de que las desigualdades en la salud entre mujeres y hombres se derivan de la división originaria del trabajo en productivo y reproductivo, de manera que, por un lado existe una segregación laboral horizontal que hace que las mujeres se concentren en ciertos sectores y en ciertos puestos de trabajo; y una segregación vertical, de modo que existe una desigualdad en cuanto a las posibilidades de acceso a las responsabilidades y a la jerarquía de puestos dentro de una misma profesión. Ponen en la palestra los riesgos para la salud derivados del entorno laboral y denuncian las cargas de trabajo que asume la mujer, debidas a los imperativos del cuidado y de la maternidad que no son reconocidas ni remuneradas y se añaden al trabajo laboral fuera del domicilio. Por tanto, dentro del feminismo socialista, hay que tener en cuenta la clase social y critican a la corriente liberal por hablar de “las mujeres” como si fueran un colectivo homogéneo.
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