LA DECEPCIÓN DEL CARTEL DES GAUCHES
Édouard Herriot, primer ministro de la República desde la vitoria del Cartel des Gauches, en junio de 1924, hasta abril de 1925, es uno de los nombres que más aparecen citados en las cartas de aquel curso. El día de Jaurès, Vilar lo saludó personalmente. No fue la única ocasión en la que coincidieron. El 5 de febrero escribe desde la sala de sesiones de la Cámara de Diputados, a pesar de que tuvo que marcharse antes de que Herriot hablase. El 8 de febrero hay otra alusión al político:
La tía ya no volverá a decir que Herriot no tiene tiempo para ocuparse del pan: ha prometido algunas medidas de Salud Pública ; pero no llegará hasta el fin, requisar el trigo, suprimir a los intermediarios, aguillotinar a los especuladores, reclamar el impuesto, el impuesto sobre el capital, y la ley del máximum. ¡Ah!, como diría el señor Mathiez, ¡nos convendría un Robespierre.
El 20 de marzo, Vilar celebra que su tía «se declare periódicamente herriotista en sus cartas» y explica que Henri Fréville, el militante de la Jeune République, se había ofrecido a hacerlos entrar en la cámara. Finalmente, Vilar y sus amigos no pudieron entrar, pero eso no pudo evitar, tal como explica dos días después, discusiones en el liceo sobre el discurso de Herriot de aquel día sobre la laicidad. Nuevamente la valoración es entusiasta: «¡Yo he encontrado a Herriot superior! He sostenido que Herriot en absoluto ha insultado al cristianismo cuando ha opuesto el cristianismo de las catacumbas al de los banqueros y, a fe mía, creo que así lo piensan muchos católicos». Pero ya se estaba preparando la caída de Herriot y, por tanto, la primera decepción del Cartel des Gauches. El clima anti Herriot se podía palpar en muchos ambientes. El 21 de abril, en la primera carta que escribe después de las vacaciones de Pascua, Vilar explica que durante el viaje de Montpellier a París, se había tenido que morder la lengua, desde las 10 de la noche hasta media noche, ante la conversación de un individuo que «habría crispado a la tía y a la hermana, y a todas las herriotistas montpellierinas»:
Herriot aquí, Herriot allá (acababa de leer los argumentos en L’Echo de Paris ). Ejemplo de razonamiento: es una vergüenza: ¡los patrones obligados a ir en los trenes en la misma clase que los obreros! Los obreros, los empleados ferroviarios viajan sin ninguna razón para hacerlo, para su placer, y los patrones (yo por ejemplo) ¡pagan y viajan por su trabajo! No se debería conceder permisos a los militares ni dar vacaciones a los jóvenes, para dejar que los comerciantes y los industriales, que son los que hacen la riqueza del país, puedan sentarse más cómodamente. Yo tengo un automóvil, no quiero gastar en gasolina, así que tomo la tercera clase en el ferrocarril ¡es una vergüenza que aquí vaya tan estrecho como esta gente que podría quedarse en su casa! ¡Y el vecino decía amén! ¡Y yo no le he estampado mi bastón en su cara! ¡Después diréis que no soy prudente como un santo! (sin contar esta que había olvidado: ¿Cómo queréis que Francia viva? ¡los obreros trabajan ocho horas! Antes trabajaban 14 o 16; entonces ellos no viajaban y se podía viajar. Eran los buenos tiempos [sic]).
Tened en cuenta, además, que en nuestro compartimiento ¡no había ni un obrero ni un extranjero!
El 23 de abril la decepción de Vilar es evidente: «sabed que renuncio a la política, después de la lectura breve de la Declaración ministerial: todo se ha abandonado, todo, el impuesto sobre el capital, reformas sociales, reforma militar, Alsacia, Lorena, cuestión del Vaticano (esto pasa mejor, ¡pero también es una renuncia!)». Y también: «¡Como Herriot ya no estará, yo no me ocupo de nada!». Una semana después discutió con la señora Billetdoux, en casa de sus parientes de París, porque, entre otras cosas, ella había insultado a Herriot (había dicho que era un hombre sin educación). La decepción sufrida quizá también explica que en las elecciones municipales del mes de mayo, Vilar pareciese volver a estar más interesado por lo que pasaba en Montpellier que en París.
Herriot no aparece solo citado como político, sino también como persona asociada al liceo Louis-le-Grand, ya que había estudiado allí. Los profesores no siempre hablaban bien de él. El 16 de noviembre Vilar comenta que Lemain, el profesor que el día de antes les había hecho la corrección de latín, tenía fama de hablar de política en las clases y se explicaba de él que en el año anterior solía hacer comentarios de este tipo sobre Herriot: «Ha acabado mal, el infeliz; hará caer a Francia, ¡y eso que fue colega mío!». Habían coincidido como profesores en la khâgne de Lyon. El 10 de diciembre son los recuerdos de un tío de Coulet, el señor Dupuy, el secretario de la École Normale Supérieure, los que emergen en las conversaciones, y Herriot también está presente en la clases de Charles Bioche, el profesor de matemáticas, que les había dicho que Herriot era muy tímido cuando preparaba el concurso.
Y, de hecho, Herriot fue el protagonista de uno de los últimos actos oficiales que tuvieron lugar en aquel instituto durante el curso 1924-25. Y lo fue junto a un grupo de camelots , como popularmente eran conocidos los estudiantes de extrema derecha o camelots du roi , es decir, los jóvenes militantes de la Action Française. En la khâgne Vilar solo había contado tres. Pero en el ambiente estudiantil de los entornos, los camelots hacían mucho ruido. El 29 de marzo había presenciado los alborotos por el caso de Georges Scelle, un profesor de derecho considerado demasiado progresista. Y hemos visto que el 5 de junio, el primer día del Concurso, también habían topado con un grupo de camelots . De hecho, durante aquel curso, Vilar había podido seguir de cerca la evolución derechista de las ideas políticas de jóvenes de su generación a través de la correspondencia con Pierre Caillol, el amigo íntimo de Montpellier, estudiante de Medicina. El 18 de diciembre de 1924 Vilar comenta así una de sus cartas: «se ha hecho anti-herriotista». El 16 de febrero de 1925 había recibido otra carta con cuatro páginas de política reaccionaria donde le declaraba haber sido obligado a entrar «¡¡¡en el Círculo Montalembert!!!», conocido por su reaccionarismo. En aquella carta Caillol, después de «insultar a Herriot y los extranjeros de la Facultad», le había escrito: «ya ves, es la discusión de la plaza Estrasburgo que continúa: ¡tú tienes la palabra!». Vilar aceptó el reto y le respondió con una docena de páginas, con la documentación necesaria «para rebatirle todas sus teorías políticas». El 10 de mayo otra carta de Caillol probaba, según Vilar, que cada vez era más reaccionario.
El 12 de julio de 1925, los camelots decidieron boicotear el discurso de entrega de premios que tenía que pronunciar precisamente Édouard Herriot en el liceo Louis-le-Grand. Después del alboroto, una treintena de estudiantes habían sido excluidos de la sala, y Herriot inició el discurso perdonando «con palabras evangélicas el comportamiento de la juventud que condena, sin conocerlas bien, ¡las ideas y los hombres!». Este es el resumen del discurso que ofrece Vilar:
consiguió articular un discurso, sobre los humildes y las élites; nos expuso de qué modo los grandes hombres, Napoleón, Gutenberg, Cristóbal Colón, habían tenido el camino preparado, y habían sido ayudados en sus carreras por pequeñas dedicaciones y genios humildes. Respondiendo gentilmente a Bioche, recordando sus recuerdos comunes, a veces con la sonrisa, dio paso, sin que lo pareciera, a la ironía; en un momento dado, citó una palabra de Napoleón, a una dama de su compañía que quería alejar del emperador a unos obreros que transportaban una piedra: «Señora, no insultéis jamás a aquellos que llevan una carga pesada». La alusión a su propia situación era clara y valió una ovación al autor. En fin, un discurso muy bueno, muy literario, tal vez demasiado y a veces un poco demasiado «normalien». No faltó nada, ni tan solo el «Viva Francia!» final.
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