Aunque la rapidez de su ascenso en México quedó alguna vez descrita injustamente por una revista chilena como la excepción de un muchacho “mimado por la suerte”, Lucho Gatica mostró una disposición al éxito mediante arduo trabajo, que lo hizo cuidar tanto lo grande como lo pequeño. Una nota de la revista Ecran de diciembre de 1953 destaca:
[…] posee una extraña facilidad para adaptarse al medio en que se desenvuelve, lo que le ha permitido granearse la simpatía de sus compañeros. Lucho sabe reír, contar chistes y anécdotas; como también arrugar el ceño y escuchar atentamente consejos, palabras de aliento o críticas. Lucho Gatica escucha todo, y de cada cosa saca un provecho. Es un muchacho que está aprendiendo, que le gusta estudiar, y que tiene muchas y grandes ambiciones.
El entusiasmo de sus seguidoras puede también sumarse a todos aquellos nuevos códigos de época que el chileno no tuvo problemas en abrazar sin pudor. Sus retratos en revistas y en portadas de discos apoyaban la identificación de un talento joven al que admirar desde la cercanía: siempre sonriente, llano, sin restricciones de formalidad. Para mediados de los años cincuenta se asentaba en el dial chileno el programa Cita con Lucho Gatica, en torno al cual giraban cartas constantes, entusiastas socias y concursos que seguían su trayectoria a la distancia. Poco antes se había fundado un primer club de fans chilenas del cantante.
Los efectos de su encanto estaban en la repetición de adjetivos descriptivos en sus notas de prensa (guapo, atractivo, elegante), y quedaron registradas para la referencia de décadas en la novela La tía Julia y el escribidor (1977), en la que Mario Vargas Llosa convirtió la anécdota de una estampida en una radio de Lima en la certificación de una conquista: “Esa nube de muchachas era un homenaje a su talento”, da fe el Nobel peruano.
México se convirtió para Lucho Gatica en hogar elegido y país de adopción, pero también fue la sede de sus más relevantes alianzas y conquistas profesionales, así como el lugar de su primer matrimonio y la cuna para sus cinco hijos. Allí conoció a María del Pilar Mercado, actriz y ex Miss Puerto Rico, conocida como Mapita Cortés. Se casó con ella el 21 de mayo de 1960. La fiesta de boda, la temprana convivencia y el nacimiento de cada uno de sus hijos les dieron pauta a revistas del corazón, e incluso una foto para la carátula del álbum Lucho en la intimidad, en la que puede verse a la pareja junto a su hijo recién nacido.
Su fama en la música no tardó en llevarlo a la pantalla grande. Debutó en 1956 en el filme musical No me platiques, pero en pocos meses ya compartía elenco en otras cintas con figuras como Miguel Aceves Mejía (¡Que seas feliz!, 1956; Viva la parranda, 1960), Silvia Pinal y Pedro Vargas (El teatro del crimen, 1957), y José Alfredo Jiménez y Demetrio González (Cada quien su música, 1959).
El vínculo entre el chileno y México iba a ser firme hasta su fallecimiento, en un cruce entre generaciones de escuchas y admiradores que devolvería su nombre como referencia en el trabajo con superventas de Luis Miguel para su álbum Romance (1991), donde figuran varios boleros popularizados décadas antes por el chileno.
Pero desde mucho tiempo atrás había pruebas del respeto prodigado hacia el chileno por el espectáculo mexicano, en fotos y vínculos de amistad con celebridades como Mario Moreno Cantinflas, la actriz María Felix, el gran Agustín Lara —el brillante compositor de quien grabó decenas de composiciones y a quien le dedicó el álbum monográfico Lara by Lucho (1960)— y Armando Manzanero.
Este último había puesto su talento en el piano al servicio de Gatica incluso antes de brillar él mismo como bolerista y autor. Los presentó hacia 1958 el compositor Luis Demetrio, durante una cita en el DF a la que Manzanero llevó cuatro canciones suyas que quiso cantar al teclado. Cuando Lucho Gatica le escuchó “Voy a apagar la luz”, decidió de inmediato que la grabaría al año siguiente con su voz. Fue su versión la primera canción del yucateco convertida en éxito internacional.
El chileno en el micrófono y el mexicano al piano salieron de gira por Estados Unidos en 1959, fortaleciendo así una relación de trabajo y amistad. La sintonía entre ambos forjó más tarde nuevos créditos compartidos, cuando el cantante llevó a disco también composiciones como “Contigo aprendí”, “Cuando estoy contigo”, “Esta tarde vi llover” y “Adoro”.
Ambos se presentaron juntos en citas para la televisión hasta entrados los años noventa. Comentó una vez Manzanero: “Lucho Gatica llevó la música romántica a su máxima expresión. Su sello y distinción son inigualables. El gran Lucho Gatica es un señor que cantó hermoso para todos quienes hablamos este bello idioma que es el español”.
Los muchos lazos entre Chile y México tienen en Lucho Gatica un nudo poderoso, atado incluso de modo póstumo. En la capital federal fue que el cantante pasó sus últimos años de vida, y murió el 13 de noviembre de 2018. Fue un luto que excedió fronteras, con portadas en diarios de toda Hispanoamérica, y notas en medios franceses, italianos, estadounidenses y británicos con la noticia del duelo al día siguiente.
“LUCHO GATICA, THE KING OF BOLERO, DEAD AT 90”, anunciaba Billboard cuando aún su familia lo despedía en el Panteón Francés del DF.
Las cenizas de Lucho Gatica fueron depositadas a fines de noviembre en una cripta de la iglesia de la Santa Cruz, en El Pedregal, al suroeste de Ciudad de México. Volvían sobre la memoria reflexiones de su hija Juanita, quien pocos meses antes había visitado Rancagua en representación de la familia: “Mi padre siempre trabajó con la conciencia de que aportaba algo más allá de él, de su carrera. Era su amor por la música, y saber que la canción es parte de una herencia cultural mayor. Él siempre lo tuvo claro”.
Con Lucho Gatica en la distancia, ese ancho legado es ahora prueba viva de un cruce entre naciones.
Monna Bell, Sonia la Única y Palmenia Pizarro: las chilenas que triunfaron en México
Macarena Lavín
Así les decían. Tres cantantes exitosas en México, tres voces extraordinarias con sus estilos y características que las hicieron únicas. Cuando se habla de músicos chilenos radicados en México las referencias se remontan principalmente a Los Ángeles Negros, Lucho Gatica y en estos días a Mon Laferte, por supuesto. Pero también están los relevantes casos de Monna Bell, Sonia la Única y Palmenia Pizarro, en ese orden. Tuvieron la suerte de quedarse allá en la época dorada del cine y la televisión, cuando codearse con las estrellas de América del Norte era sinónimo de éxito. “La chilena que triunfa en México” era una manera de nombrar a las tres en la prensa chilena.
Cada entrevista o nota que hemos encontrado en medios chilenos sobre estas estrellas resume sus logros, para luego preguntar por su marido o hijos y la cotidianidad. En este texto intentamos desenhebrar esas historias para hacer notar lo reluciente del talento y la perseverancia de cada una de ellas.
Monna Bell
Su enseñanza la sentí en su voz. La vida me regaló la oportunidad de que mis oídos la escucharan, luego de que mis ojos la vieran y más tarde, de que mis labios le hablaran. Después vinieron los hechos y pudimos ser amigos.
Juan Gabriel
Fue una vuelta larga y de alto estrellato la que realizó Monna Bell antes de radicarse en tierras aztecas. Solía actuar en Chile en la radio desde 1953 y también en la orquesta del casino de Viña del Mar y el Hotel Carrera cuando la vio el director de orquesta escocés Roberto Inglez, que estaba en una gira sudamericana para recoger sonidos locales. En Chile actuó muchas veces con Lucho Gatica y luego con la misma Monna Bell. Como vocalista de Roberto Inglez & his Latin Orchestra, la cantante se embarcó en una gira internacional por Argentina, Brasil, Cuba y Europa, para culminar en Nueva York. En esa ciudad fueron contratados por el Waldorf Astoria por cuatro meses, estadía que se alargó más de un año. A estas alturas Monna Bell ya había grabado varios discos para el sello RCA con diversos estilos como cha cha cha, samba, beguina y bolero-afro, dando cuenta de su versatilidad musical. A pesar de ello la prensa la catalogaba simplemente como cantante melódica.
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