Enrique Blanc - Canciones de lejos

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"Las alianzas musicales entre Chile y México tienen una larga trayectoria. Fue esta valiosa correspondencia la que motivó la creación de Canciones de lejos. Complicidades musicales entre Chile y México. En este libro se describe el intercambio de música tradicional como las cuecas chilenas y las rancheras mexicanas, hasta los géneros contemporáneos interpretados por representantes de estos países del norte y el sur de América. Las historias de triunfo en el exilio mexicano de músicos chilenos, como Lucho Gatica, Monna Bell, Palmenia Pizarro, Los Ángeles Negros, La Ley, Los Bunkers, Mon Laferte, y de músicos mexicanos como Jorge Negrete y Café Tacvba en Chile, se reseñan aquí con detalle.
Investigadores, cronistas y músicos de ambas naciones desentrañan estas relaciones musicales, a partir de un proyecto que fue consolidándose gracias a la comunicación recíproca de experiencias en eventos como Imesur, Fluvial, Pulsar y Fimpro."

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Junto a los conjuntos chilenos especializados en música mexicana sobresalió una cantante, Guadalupe del Carmen —Esmeralda González Letelier— (1917-1987). Se inició en la vida artística a comienzos de los años cuarenta cantando en el tren de Santiago a Valparaíso junto a un músico ciego, y con los Hermanos Campos en la Vega Central de Santiago. Debutó en el Teatro Cousiño como Sandra la Mejicanita y en 1949 adoptó el nombre que unía a las patronas de México y Chile: la Virgen de Guadalupe y la Virgen del Carmen.

Comenzó interpretando canciones de Jorge Negrete, a quien admiraba y del que sabía todo su repertorio difundido en Chile, destacándose “Tequila con limón” y “Así se quiere en Jalisco”. Junto con los Hermanos Campos y con Jorge Landy realizó extensas giras de Arica a Punta Arenas, presentándose en cada pueblo y ciudad como una compañía chileno-mexicana. En sus presentaciones mezclaban tonadas y cuecas con canciones rancheras y corridos de compositores mexicanos y chilenos, ya que los sellos incentivaban a los músicos nacionales a que escribieran su propio repertorio.

Este es el caso de “Ofrenda”, corrido de Jorge Landy grabado para RCA Victor en 1949, y con el cual Guadalupe del Carmen obtuvo en 1954 el primer Disco de Oro otorgado en Chile, por la venta de 175 mil ejemplares. Tanto los punteos de las guitarras de Los Hermanos Campos como la letra ponen de manifiesto la temática de la tonada chilena mezclada con el corrido de ritmo binario. El estribillo dice:

Y en su blanca cordillera

donde el cóndor se pasea

allí en lo alto flamea

el emblema nacional.

Por eso canto a esta tierra

tan hermosa y soberana

igual a la mexicana

por su historia y lealtad.

En noviembre de 1952, la revista La Voz de RCA Victor informaba que Guadalupe había nacido en Chihuahua de madre mexicana y padre chileno, que había llegado a Chile a los tres años y que cuando niña era acunada con canciones mexicanas. En realidad no era más que una estrategia publicitaria de RCA Victor para legitimarla como exponente del cancionero mexicano en Chile.

Sin embargo, su legitimación se la daba el propio público, que abarrotaba los cientos de presentaciones que hacía cada año a lo largo del país. Sólo en 1954, la compañía chileno-mexicana de Guadalupe del Carmen recorrió 76 ciudades y pueblos del sur de Chile. Desde 1955 actuaba en Santiago y Valparaíso, en especial en la Quinta El Rosedal y en la boite Zeppelin de la capital, en el Rancho Criollo y la Quinta Forestal del puerto. “Me gusta lo mexicano, tiene alegría y tristeza, tiene de todo, es tan complejo que a una la llena por todas partes”, decía Guadalupe del Carmen.

Las hermanas Violeta e Hilda Parra también contribuyeron al cultivo de la música mexicana en Chile con sus actuaciones en los bares La Popular y El Tordo Azul del barrio Matucana y El Banco de Franklin, así también en boites del centro de Santiago como El Patio Andaluz y Casanova. En abril de 1944 cantaban en el programa semanal de Radio Agricultura llamado Rapsodia Panamericana, que era presentado como “Un saludo de la tierra de Méjico”. Su participación se realizaba en forma alternada con grabaciones de Agustín Lara, Pedro Vargas, Alfonso Ortiz Tirado y Jorge Negrete. “Me sobran los Valentinos, los Gardeles y Negretes”, cantaría Violeta dos décadas más tarde.

El cine mexicano, que trataba temas de charros, amores fatales o la dura vida del desposeído, en melodramas rurales y urbanos, incluía con bastante frecuencia canciones interpretadas por los propios protagonistas del filme o por artistas invitados. Sin duda que este cine, en especial el llamado ranchero, influyó en la popularidad de la música mexicana, que penetró hondamente en el corazón del chileno. La fama que Jorge Negrete tenía en Chile desde el impacto de su gira de 1946 continuaba con Pedro Infante, quien heredaría gran parte del público que dejaba Negrete luego de fallecer en 1953, y con Miguel Aceves Mejía, que empezaba a hacer giras hacia América del Sur acompañado de mariachis en 1954 y filmaría 64 películas entre 1955 y 1962, de amplia difusión continental. Asimismo, con el cine mexicano de temática urbana —de gánsteres, cabarés, mulatas de fuego y boleros—, continuó la difusión en Chile del cancionero de Agustín Lara, Pedro Vargas, María Antonieta Pons, Toña la Negra, Los Panchos y Libertad Lamarque, quien trabajaba en México, lejos del gobierno de Perón. Todos ellos se convirtieron en figuras de culto para el público chileno y latinoamericano.

Es así como la música mexicana, una vez consolidada como producto de exportación, alimentó el sentir y la imaginación de amplios sectores de chilenos que expandían sus horizontes culturales. Al mismo tiempo, esta música nutrió las carreras de muchos músicos nacionales, que pudieron vivir gracias a ella, proporcionándoles nuevos materiales para desarrollar expresiones modernas enraizadas en elementos tradicionales, que ponen de manifiesto aspectos comunes de la cultura mestiza latinoamericana.

Lucho Gatica y México encadenados Marisol García No tenía aún ni la idea de - фото 11

Lucho Gatica y México: encadenados

Marisol García

No tenía aún ni la idea de una estrategia promocional, pero hacia la primera mitad de los años cuarenta Lucho Gatica ya había hecho de la radio de México una referencia clave en su vida de futuro gran cantante. Era una estación de radio de ese país, la XEW, la que el entonces escolar de Rancagua captaba por onda larga para acceder a la música que más lo inspiraba, el bolero latinoamericano de creadores vigentes.

La estación, identificada como “La voz de la América Latina desde México”, se distinguía desde la década previa como un surtidor regional de radioteatros románticos, impecables locuciones, estrenos de grandes autores como Agustín Lara, y canciones en las voces de Jorge Negrete, Los Panchos, Los Tres Diamantes, Elvira Ríos y Pedro Vargas, entre otras estrellas. Ofrecía el tipo de autoeducación que el joven Lucho Gatica buscó darse a la espera de pistas sobre su futuro en el canto, incluso antes de siquiera poder compartir esa afición con cercanos. El alumno de los Hermanos Maristas en el Instituto O’Higgins aprendía así por cuenta propia sobre compositores, arreglos de tríos, conjuntos y orquestas, entonaciones y repertorio.

Allí donde la gente captaba un terreno ancho e indefinido de canción romántica en castellano, Gatica persistía en el esfuerzo de formarse a sí mismo a través de la escucha y la práctica a solas, y era ya capaz de entrever matices, texturas y estilos, habiendo comprendido por su cuenta que el gran mercado de la música hispanoamericana constituía un tejido firme que urdía hilos y talentos múltiples.

Era un adolescente aún, pero incluso en el alcance a distancia de los 6 600 kilómetros entre Rancagua y Ciudad de México contaba con un radar musical activado y preciso. Estaba en esa edad en la que entusiasmo y metas se mezclan con ilusión vaga y ambición desmedida. Sin pruebas con las que justificar su ambición, Luis Enrique Gatica Silva sabía que tarde o temprano iba a poder él mismo sumarse a esa irresistible colmena de trabajo.

Diría mucho más tarde, ya instalado en México como una gran figura de la música y la cultura de ese país:

Fui valiente, lo reconozco, pero yo tenía esa convicción del artista: querer ser algo. En México estaban todos los cantantes que yo admiraba, y en su época de gloria. Era la capital del bolero; la competencia era ¡tremenda! Quién me iba a decir que yo iba a terminar trabajando con todos esos artistas que antes sólo escuchaba por radio.

Las anécdotas con la radio mexicana iban a aparecerse de nuevo en la trayectoria de ascenso de aquel Lucho Gatica en camino a ser nombre universal. Convertido ya en un cantante respetado en varios países de Sudamérica, seductor de masas en Cuba y con grabaciones significativas junto a gente como Vicente Bianchi, Roberto Inglez y Tom Jobim —“La resurrección del bolero”, así lo había llamado la revista Cruzeiro en su primera visita a Brasil—, el chileno llegó por primera vez a México en 1955. No cumplía aún los 30 años de edad, seguía soltero, y una habitación del Hotel Regis pasó a ser a la vez su hogar y centro de operaciones.

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