Padre Ricardo - El Rosario de los 7 días
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El carisma del Movimiento de la Palabra de Dios, nos invita, no solo a creer en Jesús sino también a querer seguirlo como discípulos suyos. Y esto significa moldear nuestra vida en la suya y hacer del Evangelio un estilo de vida.
En la cruz, Jesús entregó su Madre al discípulo amado y a él, lo hizo pertenencia filial de María (Cf. Jn 19,26-27). Por eso María quiere que sus hijos sean y vivan como discípulos de Jesús. Pidamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, la gracia de ser fieles al Evangelio formando comunidades de alianza con el Padre, para que el mundo crea que Jesús es el Salvador y Señor de la humanidad y de su historia.
1. Artículo de L´Osservatore Romano, 24 de enero de 2003, pág. 9.
2. N. del E.: Retiro espiritual organizado por el Movimiento de la Palabra de Dios en torno a la figura de María. Puede consultarse P. Ricardo, La alianza mesiánica de Jesús y María, meditaciones marianas, Buenos Aires, Editorial de la Palabra de Dios, 1999.


Primer misterio
El pueblo de Israel espera al Mesías
La esperanza del pueblo de Israel era el cumplimiento de una promesa de Dios. Esta esperanza mesiánica estaba reflejada en la conciencia popular como se narra en el poema del Salmo 89:
Encontré a David, mi servidor,
y lo ungí con el óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga poderoso.
Le aseguraré mi amor eternamente,
y mi alianza será estable para él;
le daré una descendencia eterna
y un trono duradero como el cielo.
«Su descendencia permanecerá para siempre
y su trono, como el sol en mi presencia;
como la luna, que permanece para siempre,
será firme su sede en las alturas».
(v. 21-22; 29-30; 37-38)
Esperanza que estaba en la conciencia de los “doctores de la ley” y de los gobernantes religiosos; estaba en los anhelos del pueblo: Dios les daría un Mesías, un enviado como Salvador. Era una promesa hecha a la descendencia de David a través del profeta Natán: “tu casa y tu trono durarán eternamente y tu trono será estable para siempre” (Cf. 2 Sam 7,16); estaba en las promesas proféticas.
La promesa era una creencia popular. Muchos la esperaban piadosamente, entre ellos Joaquín y Ana, los padres de María, y también José el carpintero, entre otros. María y José, no podían imaginar que, en el cumplimiento de la promesa, podrían ver cumplidos sus anhelos.
Oportunamente Simeón lo expresará en el Templo, teniendo en sus brazos al Niño de la Promesa: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).
Segundo misterio
La Anunciación a María (Cf. Lc 1,26-38)
Pasaron los siglos en la vida y en la historia de Israel. Y Dios cumplió su promesa mesiánica en María de Nazaret. Para esto Dios envió como mensajero al Arcángel San Gabriel a “una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la descendencia de David llamado José”.
Dice el relato de Lucas que el Ángel entró en la casa y la saludó diciéndole «alégrate llena de gracia, el Señor está contigo» ¡qué estremecimiento el de María! ¿Qué haría ella en ese momento? Tal vez arreglaba la casa, esperaba el regreso de José de su trabajo u oraba y leía las profecías de Isaías: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino” (Cf. Is 9,5-6).
“María quedó desconcertada y se preguntaba qué podría significar el saludo del ángel”. No sabía que ese saludo incluía el cumplimiento de una promesa mesiánica: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y se lo llamará Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
¿Con qué peso llegan estas palabras al corazón virginal de María? “Como puede ser eso si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» “El ángel le respondió: «El Espíritu Santo va a descender sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño será Santo y se lo llamará Hijo de Dios: No hay nada imposible para Dios».
“María dijo entonces: «Yo soy la Servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho». Y el ángel se alejó” ¿Cuál fue la experiencia íntima que ha tenido la Virgen al sentir que quedaba embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo?
Tercer misterio:
El nacimiento de Jesús y su presentación en el templo.
En aquella época –nos dice el relato del evangelista– “apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David” (Lc 2,1-4).
Es un viaje incómodo por el embarazo de María y las circunstancias del mismo. Pero Jesús no nace por una decisión ocasional de tener la obligación de ir a Belén, sino porque Dios mueve al Emperador romano a dar la orden para que se cumpliera la profecía de Miqueas: “Y tu Belén, tierra de Judá, por cierto no eres la menor entre las ciudades de Judá porque de ti nacerá un jefe que será el pastor de mi Pueblo Israel” (Miq 5,1).
José preocupado, no consigue lugar de hospedaje en la posada y tuvo que refugiarse en una gruta de animales. Y a María le llegó el tiempo del parto: dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre (Cf. Lc 2,6-7).
El Niño era recibido y cobijado por el cariño y el cuidado de su Madre: ¿Quién puede imaginar los sentimientos del corazón de María acunando a su bebé y dándole de amamantar? Estaba la presencia respetuosa y delicada de José ante el Niño que él había recibido como promesa durante un sueño en el que él creyó (Cf. Mt 1,20-21) y ahora era su Hijo adoptivo.
Los mismos ángeles del cielo se alegraban con gran gozo por el nacimiento del Salvador y alababan a Dios diciendo: “gloria a Dios en las alturas y en la tierra, paz a los hombres amados por él!». “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).
“Ocho días después llegó el tiempo de circuncidar al Niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el ángel antes de su concepción. Y conforme a la Ley de Moisés llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor y hacer la ofrenda correspondiente” (Lc 2,21-24). Así Jesús se incorpora y pasa a ser reconocido como miembro del Pueblo de Dios según la Antigua Alianza.
Carismáticamente, el Espíritu mueve a hombres justos y piadosos de ese momento para que se dirijan al Templo: “Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en ély le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,porque mis ojos han visto la salvaciónque preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel»” (Lc 2,25-32).
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