Como el concepto de dependencia tiene en el de independencia a su opuesto, la versión política de la idea de dependencia cobra fuerza. Si los pueblos, los Estados-nacionales y otras organizaciones sociales que son más modernas tratan de ser dueños/as de su futuro, de determinarse por sí mismos/as (suele tratarse en el agregado como “derecho a la autodeterminación”), interesa identificar algunos aspectos de la dependencia en esa versión que, en este caso, son necesarias para el análisis del avance tecnológico en ciertas economías. Porque de ella hablamos, de la dependencia tecnológica.
Sábato (2011) aborda ese tipo de dependencia con el mismo sentido que le daremos aquí: “Además de su valor mercantil, es bien sabido que la tecnología posee valor estratégico, y cada vez mayor, como lo prueba el hecho de que en los últimos años se usen con frecuencia creciente expresiones tales como ‘dependencia tecnológica’, ‘neo-colonialismo tecnológico’, ‘autonomía tecnológica’, etc., que dan cuenta de la existencia de naciones que poseen tecnología y de naciones que no la tienen, y que por lo tanto dependen de las otras para el abastecimiento de elemento tan importante. Por eso, tanto para los países como para las empresas, tener o no tener tecnología, that is the question […]”.
El contar o no con tecnología propia fue uno de los debates institucionales en China cuando modificaron las estructuras ministeriales para jerarquizar el desarrollo científico y tecnológico. Esa discusión, a su vez, tiene origen en el debate previo sobre cómo transitar el sendero del desarrollo cuando la economía china crecía ya a tasas importantes. Los reiterados intentos chinos de llevar a cabo procesos innovadores de cosecha propia (“innovación indígena”), que no se basan (exclusivamente) en transferencia de tecnología extranjera, habían sido limitados hasta comienzos del siglo XXI, y recibieron especial atención e impulso con el programa Antorcha de 1998, cuando “[…] las prioridades de I+D en todo el país estaban controladas por las instituciones de planificación, […] los trazos gruesos de la política innovativa encerrados en el Antorcha, […] manifiestan fuertes elementos de descentralización institucional y experimentación política, y esto lo ha convertido en señero. La reorientación funcional que implicó […] fue impulsada por iniciativas locales y los intereses de las diversas zonas donde se fueron instalando las empresas de alta tecnología” (Girado, 2017); el corazón del programa consiste en crear la infraestructura y los ecosistemas necesarios para respaldar la innovación y las nuevas empresas, incluidas legiones de incubadoras de tecnología empresarial y espacios de creadores en masa (Ma, 2019).
Comenzaban a diseñarse los primeros bocetos de los caminos que eventualmente conducirían a la independencia tecnológica. El hito que pretendió ser un punto de inflexión para comenzar a romper la dependencia tecnológica fue el “Plan de Mediano y Largo Plazo para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (2006-2020)”, que terminaría visibilizando todo el diseño de la política que vuelca los recursos del Estado chino alrededor de cuatro palabras: “innovación indígena” y “desarrollo armónico”. Como sugiere Dieter Ernst (2011), desde aquel Plan los responsables políticos de China se muestran comprometidos con el proyecto de creación y estímulo a la “innovación indígena”, porque la ven como la clave para reducir la pobreza primero, y acabar con ella después, acelerando el proceso de convergencia de China con las economías más desarrolladas en términos de ingreso. Más aún, la eliminación de la pobreza extrema en China a comienzos de 2021 no hizo más que reafirmar las convicciones políticas acerca del camino elegido.
La forma presentada en el Plan para estimular la innovación se considera esencial no solo para ir más allá del viejo modelo de crecimiento orientado a la exportación (4), sino porque entienden que está en juego la supervivencia misma del sistema. Los líderes chinos entienden que el modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones ya no puede garantizar los beneficios de entonces, y por eso apuestan a la innovación indígena como un catalizador para la mejora industrial. Resulta muy instructivo observar cómo China alcanzó un punto de convergencia con las economías avanzadas en numerosos frentes tecnológicos.
Muchos factores impulsaron a China a desarrollar sus propias tecnologías, el principal de los cuales es el poderoso papel del Estado como impulsor/promotor (y no tanto como diseñador); uno de los programas impulsados que no ha recibido la atención que consideramos suficiente es el mencionado programa Antorcha, que desde 1998 se ejecuta en el Ministerio de Ciencia y Tecnología (MOST), sobre el que volveremos más adelante. En su momento, la campaña de “innovación indígena” se consagró como la estrategia nacional china que pondría el desarrollo de la ciencia y la tecnología (CyT) en el centro del modelo de desarrollo del país (Cassiolato y von Bochkor Podcademi, 2015). Es uno de los planes para el desarrollo de la CyT más importantes que están vigentes en el mundo, y está llamado a configurar un nuevo mapa tecnológico a un nivel que excede ampliamente su alcance nacional. En ese entonces se hizo un diagnóstico del estado en que se encontraban los programas, el alcance de sus metas y objetivos, concluyéndose que hay limitaciones importantes si es que se tienen pretensiones (dentro de estas líneas de desarrollo) de reducir, por ejemplo, la dependencia energética y de recursos (y de insumos en general) que trae serias e inconvenientes consecuencias ambientales. La declaración del Consejo de Estado menciona la dependencia agrícola, la pobreza del sector servicios y la ausencia de industrias propias de alta tecnología, todo lo cual colabora para tener una pobre estructura para generar innovación endógena.
Desde entonces y frente a ese diagnóstico, el discurso público del Politburó se asentó en la necesidad de convertir a la sociedad china, hacia 2020, en una sociedad orientada a la innovación, por el dominio de aspectos clave de CyT y que le permita, para el 2050, ser líder mundial en este campo. De acuerdo con este nuevo énfasis, hubo un auge de la inversión china en Investigación y Desarrollo (I+D) que es una medida estándar de inversiones innovadoras. Si bien China invirtió apenas el 1% de su PIB en la década de 1990, las inversiones en I+D aumentaron al 2,12% del PIB en 2017 y crecieron al 2,23% en 2019, o sea una porción mayor en un PIB que no deja de crecer (5). Con la “innovación indígena” como elemento estratégico de crecimiento impulsado por la innovación y el desarrollo económico basado en el aprendizaje, la política de CyT vuelve al centro de la escena, como eje medular del patrón de desarrollo chino. Este plan presenta metas pensando en un horizonte para el 2020, articulando investigación básica y aplicada en áreas clave y para una decena de grandes proyectos nacionales, que incluye la reforma institucional del sistema nacional de CyT y de las políticas de promoción de la innovación (Gu y Lundvall, 2006). Aquí es cuando explícitamente deciden desarrollar tecnologías centrales, pero propias, dominar aquellas que se necesitan en áreas críticas, y fundamentalmente tener o hacer que sus empresas tengan (sean dueñas) de sus derechos de propiedad intelectual para conseguir contar con un número de empresas chinas internacionalmente competitivas. Claramente, estas definiciones están en línea y articuladas con las decisiones que ya describimos (políticas del G o West y G o Out ) y provenientes del plan quinquenal anterior.
Por ejemplo, en el amplio sector de la tecnología más avanzada ( high tech ) y su espacio de acción, los avatares a su alrededor y las relaciones entre capitales en su interior, así como su relación con el poder político, le otorgan una importancia especial. Muy especial. El control de los actores, así como las políticas, regulaciones y reglamentaciones nacionales y mundiales que rigen sus relaciones de poder, hacen a la definición de los destinos de las manufacturas del futuro y los servicios. Aquellos actores, y en especial los que tienen presencia internacional, son protagonistas centrales en el diseño de las políticas de autonomía e independencia que lleva a cabo el gobierno, a tal punto que sus opiniones siempre fueron consideradas a nivel ministerial. Por caso, al momento de diseñarse la estrategia de “campeones nacionales”, hubo un planteo por parte de grandes tecnológicas chinas para poder acceder e incorporar estándares internacionales para tener acceso a los mercados globales, y luego poder participar en su definición. Esas influencias en las definiciones políticas, Hui Liu (2017) las llama “domésticas”; dentro de las que presenta como externas sobresalen las de la Organización Mundial de Comercio (OMC), ya que sus normas también han demostrado ser influyentes, pues penalizan el uso proteccionista de las normas como barreras técnicas al comercio, que están sujetas a arbitraje; la entidad multilateral también facilita la difusión de las normas con origen en la Organización Internacional de Estandarización (ISO, por su sigla en inglés) y la Comisión Electrotécnica Internacional (IEC, por su sigla en inglés) tomándolas como referencia.
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