Gustavo A. Girado - Un mundo made in China

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El mundo que se configuró luego de la Segunda Guerra Mundial adquirió la forma de los vencedores. China, sumida en ese entonces en un largo conflicto armado, no fue parte de esa definición: sus valores y sus intereses, como los de la mayoría de los Estados asiáticos, no fueron tenidos en cuenta. El país, que supo ser un imperio, transitaba un «siglo de humillación». Pero las cosas cambiaron, y China cree que ha llegado el momento de volver a ocupar el lugar que nunca debió haber dejado. Para conseguirlo, sabe que no puede seguir dependiendo de Occidente, de sus deseos y demandas, pues tiene su propio sueño que alcanzar. China despliega una serie de políticas de alcance global condensadas en la Nueva Ruta de la Seda, el fabuloso proyecto de infraestructura que hoy abarca más de 70 países. Y acelera el salto tecnológico a través del desarrollo científico y el 5G. Al hacerlo, va modelando un mundo a su imagen y semejanza, un mundo Made in China. Esto la hace más interdependiente, la conecta más y más con el resto del planeta, a la vez que limita los intentos Estados Unidos por detenerla. Su ascenso es imparable.
Un relato apasionante de la ambición china, en el que el autor afirma que somos testigos de un momento único: tras una nueva «larga marcha», China le disputa la hegemonía a Estados Unidos, que nunca había sido desafiada de esta manera.

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Esa primera guerra concluye con la firma de un acuerdo (Tratado de Nanjing, agosto de 1842), que es el primero de varios tratados que va firmando el emperador en la medida que, paulatinamente, China es derrotada, cede y paga. Esos tratados tuvieron tremendas consecuencias para lo que hoy es China. En agosto de 1842, los términos del Tratado de Nanjing, ya traducidos al chino, fueron firmados por los comisionados manchúes y el gobernador general de Liangjiang. El emperador aceptó el tratado en septiembre, y la reina Victoria (reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, y desde 1877 también emperatriz de la India) lo ratificó a fines de diciembre.

Se los conoce como tratados “desiguales”, y es desde allí que esa experiencia y cruce de intereses con las potencias de entonces que China moldea una apreciación sobre Occidente. Perspectiva que aún hoy salpica la relación con este lado del mundo. Lo que pasó entonces, hoy, sigue presente en la memoria histórica del país. De otra manera, pero presente al fin.

Desde la Revolución Industrial y durante algo más de cien años queda contenido el siglo de la pax británica , como lo caracterizó Eric Hobsbawm (el siglo largo que llega hasta la Revolución bolchevique). Es el momento de los barcos de vapor, los ferrocarriles y el telégrafo, que aceleran el comercio mundial junto con la industrialización y la producción en masa. Inglaterra se convierte en el primer país en adoptar formalmente el patrón oro, lo que significa que las monedas son convertibles en una cantidad específica de oro, creando estabilidad en los tipos de cambio y facilitando el comercio y la inversión (las naciones más desarrolladas hacen lo mismo). Occidente capitaliza los recursos naturales de las colonias y los mercados extranjeros, utilizando la fuerza y la presión económica para abrir los mercados de China y Japón, particularmente.

Desde entonces, se va medrando el poder militar y político del emperador tanto por revueltas locales (la principal es la Rebelión Taiping, que comienza en 1850) como en luchas con otros imperios (en la Segunda Guerra del Opio, de 1856 a 1860, contra Gran Bretaña y Francia, quedando ratificada la superioridad bélica de Occidente). Estos enfrentamientos incluyeron la pérdida de partes del territorio, que más que vastos eran estratégicamente importantes (las islas de lo que hoy conocemos como Taiwán y Hong Kong, las penínsulas de Corea y Kowloon, regiones de la Manchuria Interior, etc.). Los principios incorporados en el mencionado Tratado de Nanjing no fueron completamente aceptados en el lado chino, y los privilegios que surgían de él parecieron no conformar a los ganadores. En consecuencia, el sistema de tratados no se estableció realmente hasta que los británicos y franceses libraron esa segunda guerra contra el emperador Qing: el nuevo orden no fue reconocido por la renuente dinastía hasta que una expedición anglo-francesa ocupó el propio Beijing en 1860.

Fue en plena rebelión Taiping que Gran Bretaña aprovecha para pedir al emperador revisar el tratado de 1842, porque el acuerdo que había alcanzado China con Estados Unidos después incluyó una cláusula mediante la cual los acuerdos podrían revisarse cada 12 años. Por aplicación de la cláusula de la nación más favorecida (según la cual todos los poderes extranjeros compartían los privilegios que cualquiera de ellos pudiera obtener de sus negociaciones con China), la corona británica embate para conseguir más prerrogativas, que a la postre llevan a la Segunda Guerra del Opio.

En suma, en ese período los chinos cruzaron armas contra lo que hoy es Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Japón y varios otros países de hoy y recortes geográficos que ya no existen. Aunque los tratados de China con Gran Bretaña (1842-1843), con Estados Unidos y Francia (ambos de 1844), y con todos ellos más Rusia en 1858 fueron firmados entre poderes soberanos iguales, en realidad la historia (y el ascenso chino más reciente) los trata como lo que objetivamente constituyeron: capitulaciones del emperador chino de turno para detener el deterioro político, militar y económico del imperio.

Pero el oprobio para la corte china no devino simplemente por firmar acuerdos desventajosos.

Antes de las guerras del opio, ya los británicos y estadounidenses en Guangzhou exigieron el tratamiento de extraterritorialidad porque se habían acostumbrado a la protección de sus propias leyes en sus relaciones con los Estados musulmanes del norte de África y el Imperio Otomano, y habían sufrido los intentos chinos de aplicar su Derecho penal a los occidentales, sin considerar, según Occidente, las normas que usaban los occidentales como criterio de evidencia o el mismo aborrecimiento que les ocasionaban los métodos de la tortura. Esa doctrina de la extraterritorialidad fue un sistema por el cual los ciudadanos de países extranjeros que viven en China estaban sujetos a las leyes de su país de origen. La cláusula de la nación más favorecida en virtud de los tratados aseguró a otros países los privilegios otorgados a Gran Bretaña, y pronto muchas naciones, incluido Estados Unidos, operaron barcos mercantes y barcos de guerra en las vías fluviales de China.

Comerciantes al fin, los extranjeros necesitaban su propia ley de contratos, elemento esencial que aparece en los tratados que se firman esos años. La Primera Guerra del Opio fue el punto de inflexión que suspendió efectivamente el control de la dinastía Qing sobre su política de comercio exterior, y así las potencias extranjeras, en particular las occidentales, tomaron un mayor control sobre las instituciones económicas y políticas clave. Más aún, por el Tratado de Tianjin de 1858 firmado con Gran Bretaña, no solamente se abren más puertos para el comercio británico (y el río Yangtze), sino que se permitió la radicación del representante de la corona (embajador) en la mismísima Beijing, lo que permitía la presencia de embajadores extranjeros allí donde reside el emperador. Por otra parte y más allá del comercio, se establecieron oficinas consulares y tribunales extranjeros en China, eximiendo a los ciudadanos extranjeros que residían allí de la jurisdicción de la ley local. De allí, también, lo del siglo de la humillación. Extraterritorialidad bajo la cual los extranjeros y sus actividades en China se mantuvieron responsables solo ante la ley extranjera y no ante la ley china.

Las ambiciones de ultramar del Imperio Británico cobraron un nuevo y contundente ímpetu con la Revolución Industrial británica, y durante el siglo XIX, las mejoras tecnológicas en el transporte impulsaron un renovado esfuerzo de Occidente para expandir el comercio mundial. Después de 1842, los puertos chinos que anteriormente habían estado cerrados a los comerciantes occidentales se vieron obligados a abrir al comercio y la inversión; en estos llamados “puertos de los tratados”, los aranceles de importación en China eran de tasas reducidas.

La historia nos muestra que el despliegue de las fuerzas británicas estaba vinculado a esa necesidad material de un sistema de relaciones sociales naciente, el capitalismo, que aparecía y se consolidaba en su territorio insular, esto es la aparición de una burguesía industrial que requería de insumos para su revolución manufacturera. No se trata solamente, claro, de ir por territorios e imponerse sobre los residentes locales y sus gobiernos, sino de crear las condiciones para que el capitalismo pueda hacerse de lo mismo que requiere en cualquier lugar, para lo cual también necesita de otro tipo de fuerzas que hagan dependientes a los lugares donde consigue imponerse o someter.

Y es en ese devenir que se produce la aparición de buques de guerra extranjeros sobre el río Yangtze, un elemento vital en China. Ancho y de canal profundo, es el más grande del país. Por allí, los cargueros oceánicos pueden fluir hasta Wuhan, y las embarcaciones más pequeñas pueden incluso llegar a Chongqing. La presencia de barcos de guerra extranjeros en ese río se remonta al final de la Segunda Guerra del Opio.

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