Poco a poco “el misterio de iniquidad” fue desarrollando su obra engañosa. Costumbres ajenas se introdujeron en la iglesia cristiana, y fueron restringidos sólo por un tiempo por las terribles persecuciones que se realizaron bajo el paganismo; pero cuando cesó la persecución, el cristianismo abandonó la humilde sencillez de Cristo para reemplazarla por la pompa de los sacerdotes y los gobernantes paganos. La conversión nominal de Constantino causó gran regocijo. Ahora la obra de corrupción progresó rápidamente. El paganismo, que parecía conquistado, se convirtió en el conquistador. Sus doctrinas y supersticiones fueron incorporadas en la fe de los profesos seguidores de Cristo.
Esta alianza entre el paganismo y el cristianismo dio como resultado la formación del “hombre de pecado” predicho en la profecía. Esa falsa religión es una obra maestra de Satanás, y del esfuerzo que él realizó para sentarse en el trono con el fin de gobernar la tierra de acuerdo con su voluntad.
Una de las principales doctrinas del romanismo enseña que el Papa se halla investido de suprema autoridad sobre los obispos y pastores de todo el mundo. Más que esto, el Papa ha sido denominado “Señor Dios el Papa” y declarado infalible. La misma pretensión que sostuvo Satanás en el desierto de la tentación todavía la sostiene por medio de la Iglesia de Roma, y vastas multitudes le rinden homenaje.
Pero los que reverencian a Dios hacen frente a esta pretensión como Cristo hizo frente a su astuto enemigo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (S. Lucas 4:8). Dios nunca ha nombrado a hombre alguno para ser la cabeza de la iglesia. La supremacía papal es opuesta a las Escrituras. El Papa no puede tener poder sobre la iglesia de Cristo, excepto por usurpación. Los partidarios de Roma presentan ante los protestantes la acusación de haberse separado caprichosamente de la verdadera iglesia. Pero ellos son los que se han apartado de “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (S. Judas 3).
Satanás sabe bien que fue mediante las Sagradas Escrituras como el Salvador resistió sus ataques. Ante cada asalto, Cristo presentaba el escudo de la verdad eterna, diciendo: “Escrito está”. Para que Satanás pueda ejercer su dominio sobre los hombres y establecer la usurpadora autoridad papal, debe mantenerlos ignorando las Escrituras. Las sagradas verdades de la Biblia debían ser ocultadas y suprimidas. Durante centenares de años la circulación de la Biblia fue prohibida por la Iglesia Romana. Se le vedaba a la gente el derecho a leerlas. Sacerdotes y prelados interpretaban sus enseñanzas para sostener sus pretensiones. Así, el Papa llegó a ser casi universalmente reconocido como el vicegerente de Dios en la tierra.
Cómo se “cambió” el sábado
La profecía declaraba que el papado iba a “cambiar los tiempos y la ley” (Daniel 7:25). Para poder reemplazar el culto de los ídolos por alguna cosa que lo sustituyera, se introdujo gradualmente la adoración de las imágenes y reliquias en el culto cristiano. El decreto de un concilio general finalmente estableció esta idolatría. Roma se atrevió a borrar de la ley de Dios el segundo mandamiento, que prohíbe el culto de las imágenes, y a dividir el décimo en dos con el fin de conservar el número total.
Dirigentes inconversos de la iglesia atentaron también contra el cuarto mandamiento de la ley, para eliminar el descanso del sábado antiguo, el día que Dios había bendecido y santificado (Génesis 2:2, 3), y exaltar en su lugar el día festivo observado por los paganos como “el venerable día del sol”. En los primeros siglos el verdadero sábado había sido guardado por todos los cristianos, pero Satanás trabajó para realizar su objetivo. El domingo fue hecho un día festivo en honor de la resurrección de Cristo. Se realizaban servicios religiosos en él, aunque se lo consideraba como un día de recreación, mientras el sábado continuaba siendo observado por ser el día santo.
Satanás había inducido a los judíos, antes del advenimiento de Cristo, a recargar la observancia del sábado con exigencias rigurosas, convirtiéndolo en una carga. Ahora, aprovechándose de la falsa luz bajo la cual lo había hecho considerar, hizo que los cristianos lo despreciaran como institución “judaica”. Mientras en general continuaban observando el domingo como el día festivo, de gozo, los indujo a considerar el sábado como un día de tristeza y de abatimiento para manifestar su odio hacia el judaísmo.
El emperador Constantino dio un decreto convirtiendo el domingo en una festividad pública para todo el Imperio Romano. El día del sol fue entonces reverenciado por sus súbditos paganos y honrado por los cristianos. Constantino fue inducido a hacer esto por parte de los obispos de la iglesia. Inspirados por una sed de poder, percibieron que si el mismo día era observado tanto por cristianos como por paganos, haría progresar el poderío y la gloria de la iglesia. Pero, aunque muchos cristianos que temían a Dios fueron inducidos gradualmente a considerar el domingo como un día que poseía cierto grado de santidad, todavía se mantenían fieles al descanso sabático y observaban ese día en obediencia al cuarto mandamiento.
El archiengañador no había completado su tarea, y estaba resuelto a ejercer su poder por medio de su vicegerente, el orgulloso pontífice que pretendía representar a Cristo. Se realizaron grandes concilios en los cuales se reunieron dignatarios de todo el mundo. Prácticamente en cada concilio el sábado resultaba un poco más disminuido, en tanto que el domingo era exaltado. Así, la festividad pagana llegó finalmente a ser honrada como la institución divina, mientras que el sábado de la Biblia fue proclamado como una reliquia del judaísmo y su observancia fue prohibida bajo pena de excomunión.
El apóstata había tenido éxito en exaltarse a sí mismo sobre “todo lo que se llama Dios o es objeto de culto” (2 Tesalonicenses 2:4). Se había atrevido a cambiar el único precepto de la ley divina que señala al Dios vivo y verdadero. En el cuarto mandamiento, Dios se revela como el Creador. Siendo el monumento recordativo de la obra de la creación, el séptimo día fue santificado como el día de descanso para el hombre, designado para mantener siempre al Dios vivo en la mente de los hombres como objeto de adoración. Satanás lucha para desviar a los seres humanos de la obediencia a la ley de Dios; por lo tanto, dirige sus esfuerzos especialmente contra el mandamiento que señala a Dios como el Creador.
Los protestantes ahora alegan que la resurrección de Cristo en el día domingo lo convirtió en el sábado cristiano. Pero ni Cristo ni sus apóstoles le otorgaron tal honor a ese día. La observancia del domingo tuvo su origen en el “misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7) que, ya en los días de Pablo, había comenzado su obra. ¿Qué razón puede darse para efectuar un cambio que las Escrituras no sancionan?
En el siglo VI el obispo de Roma fue declarado cabeza de toda la iglesia. El paganismo había dado lugar al papado. El dragón había dado a la bestia “su poder y su trono, y grande autoridad” (Apocalipsis 13:2).
Ahora habían empezado los 1.260 años de opresión papal, predicho en las profecías de Daniel y el Apocalipsis (Daniel 7:25; Apocalipsis 13:5-7; ver el Apéndice). Los cristianos eran obligados a elegir entre abandonar su integridad y aceptar las ceremonias y el culto papal, por una parte, o pasar la vida en calabozos, y sufrir la muerte, por la otra. Ahora se cumplieron las palabras de Jesús: “Seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros; y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (S. Lucas 21:16, 17).
El mundo llegó a ser un extenso campo de batalla. Durante centenares de años la iglesia de Cristo encontró refugio en la reclusión y la oscuridad. “La mujer [la iglesia verdadera] huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días” (Apocalipsis 12:6).
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